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Mi casa es mi partido

Rajoy durante el acto de campaña el viernes en Galicia. / Efe

Antón Losada

Durante los años de mayor esplendor de su liderazgo a Felipe González le gritaban en los mítines aquello de “Felipe, capullo, queremos un hijo tuyo”. El público de Rajoy es mas de pedirle que les registre un piso o les haga una nota simple de su hipoteca. Rajoy lo sabe y no se empeña en aparentar lo contrario. Tampoco en convertirse en quien no es. Puede que no entusiasme, pero tampoco decepciona. Rajoy es la tormenta perfecta de los asesores de comunicación. No porque comunique mal sino porque gana desdeñando sus consejos. Conoce a los suyos mejor que sus rivales a sus propios votantes y les da lo que quieren. Seguramente esa ha sido siempre su mayor ventaja.

La media de edad de los asistentes dobla a la media de edad de los voluntarios de la organización. Un mitin del Partido Popular en Pontevedra, en el coqueto, renovado y atestado Teatro Principal, podría pasar perfectamente por uno de esos bingos que se organizan en los cruceros para entretener a un pasaje conformado por parejas maduras de aspecto venerable. Los oradores podrían cantar números en lugar de esos eslóganes esculpidos por los asesores de la campaña y la gente corearía las líneas y los cartones seguramente con más entusiasmo.

Que quede claro. Rajoy acude a dar un mitin a Pontevedra porque le da la gana. A las diez de la noche ya es tarde para las televisiones. La alcaldía está segura en manos de los nacionalistas del BNG y el renovado y pulcro candidato popular no tiene mucho que hacer electoralmente. Rajoy ha venido a darse un baño de afecto. Él es tan de Pontevedra que ni siquiera le ha hecho falta nacer o pasar su infancia aquí para que todo el mundo crea que así fue.

El primer intento del cronista para infiltrase como público resulta rápidamente interceptado por los servicios de seguridad. Alguien de la organización pregunta se viene a trabajar o a espiar, sin acritud.  

    - Usted es joven. Pero yo soy mayor y no veo la paga segura.- Me explica una señora que me felicita por “lo claro que habla usted en la televisión sobre todo cuando se enfada”.  Mientras esperamos al protagonista se improvisa una tertulia exprés en las butacas contiguas a la zona de prensa.

    - Del de la coleta me gusta alguna de las cosas que dice, pero me da miedo. - Tercia una asistente.

    - El de ciudadanos tiene pinta de irse con cualquiera.- Sentencia otra.

    - A mí me parecen bien todos, pero el PP me parece mejor. –Remata la primera. 

 Si no representan al votante medio popular, se le deben parecer bastante.

    - Tranquilo, esto va para largo. Aún no han entrado los alcaldes. Están fuera haciendo cola  para que los vean.- Explica entre risas otro votante medio mientras por los megáfonos suena “Summer of sixty nine” de Brian Adams. Los de Nuevas Generaciones parecen haberse hecho con el control de la megafonía. Pero la audiencia seguramente habría agradecido más algo de los Tamara o Juan Pardo.

Mariano Rajoy ejecuta una entrada pausadamente triunfal. A tono con una concurrencia que ya no está para carreras, emociones fuertes y sobresaltos. En el eterno duelo entre el volumen del himno electoral y el clamor popular, se impone la tecnología y ahoga el arranque de los gritos de “Presidente, Presidente”. Un imperdonable error de puesta en escena. Alguien detecta huecos en la segunda fila y reclama voluntarios. Pero nadie que se considere alguien en el partido quiere ir a la segunda fila.

Si usted figura entre quienes se preguntan hoy desconcertados por qué el Partido Popular continúa siendo el partido más votado en la encuestas deberían pasarse por uno de sus actos. Comprenderá que ellos no votan PP, son del PP. Sudan la camiseta. Las palmas echan humo desde el primer minuto.  

Puede que se trate de unas municipales y autonómicas pero los oradores y el público tienen meridianamente claro que también suponen una primera vuelta de las generales. El presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, se embala y sale a lucirse ante el jefe desde el primer aplauso. Proclama con entusiasmo que su partido votó SI a la Constitución mientras el nacionalismo gobernante en Pontevedra pidió un voto negativo. Le pierde la pasión. La mitad de Alianza Popular votó a favor y la otra se abstuvo o votó en contra. Da igual. El respetable no ha venido a una clase de historia. Ha acudido a que le repitan una y otra vez quiénes son los buenos.

A Mariano Rajoy se le recibe con cariño. No porque parezca un gran líder, encarne a un tipo carismático o se desenvuelva como un vibrante orador, sino porque es uno de los suyos que ha triunfado en la vida. Arranca proclamando que Pontevedra “será siempre mi ciudad”. Podría haber terminado allí mismo su alocución. No necesitaban más. La batería de cifras que desgranó para acreditar lo bien que gobierna el Partido Popular arrancó aplausos, pero enfrió un poco el ambiente y confundió levemente a unos cuantos asistentes a la hora de aplaudir.

Puede que el bipartidismo se halle efectivamente en crisis y a punto de morir, pero lo que verdaderamente agita a la concurrencia y provoca el jaleo de los espontáneos pasa por arrearle duro a los socialistas. La herencia recibida fue una coartada para justificar cuatro años de recortes y sufrimiento masivo, pero ahora es un discurso de consumo interno, la gasolina que incendia los encuentros populares.

El Partido Popular es un gran partido proclama un Rajoy a quién se aprecia seguro y convencido de lo que está haciendo. Pero también parece un partido herido y abatido. Todo el acto funciona como una cura de orgullo popular. Todos están contra el PP, el enemigo ronda fuera y los que llegan de lejos sólo vienen a insultarnos. El mensaje es la llamada de la tribu. Y funciona. La militancia sale hipervitaminada y supermineralizada tras un mitin que ha sido ejecutado de manera rápida, ligera y contundente.

“Mariano, sé fuerte” le gritan irónicos un par de críticos escoltados por media docena de policías. El líder ni les oye. Se encuentra demasiado ocupado estrechando manos, saludando conocidos y posando con la profesionalidad de un modelo junto a todo aquel que se lo solicita. Camino ya de la medianoche no queda ni un cliente sin atender, ni un cazador de selfies que no vuelva a casa con su trofeo, ni un militante que no haya encontrado lo que vino a buscar. Para eso sirven las campañas electorales. Para decirle al votante que siempre tiene razón.

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