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Lisboa: de ciudad en apuros a capital europea de lo guay

El espectacular montaje de Village Underground, junto al mítico puente lisboeta./Foto:Village Underground

Rowan Moore

En Lisboa, la gente no para de hablarme del surf. Es genial. Las playas están a 20 minutos del precioso y animado centro histórico de la capital. Tienes lo mejor de todo: playas hermosas y el encanto de la vieja Europa. Esto me dice Patrick, que nació en Kentucky y cuya empresa de marketing digital antes tenía sus oficinas en Costa Rica y luego en Bali. También me lo dice Matthieu, un coach francés; y Tariq, un británico especialista en propiedades. Me lo dice también Rohan Silva, un inglés criado en Yorkshire y residente en Londres que la prensa británica describe como “hipster tecnológico” o “techpreneur” (emprendedor tecnológico), y me lo repite João Vasconcelos, el amable ministro de Industria de Portugal.

Hasta hace poco, las noticias que llegaban de Portugal estaban relacionadas a lo que Vasconcelos llama “la peor crisis de los últimos 100 años”, con historias de profesionales que dormían en sus coches porque los habían desahuciado de sus hogares. La última vez que estuve en Portugal, en ocasión de la Trienal de Arquitectura de Lisboa de 2013, un evento lleno de ideas low-cost ingeniosas para renovar espacios vacíos y para negocios en problemas, Lisboa parecía una ciudad de capa caída. Ahora, según una de las organizadoras de aquella Trienal del 2013, Mariana Pestana, “hay una mejora psicológica. La gente ha vuelto a soñar, ha vuelto a consumir”. El cambio económico “ya no es algo que simplemente nos sucede. Hay cierto control”. También comienzan a oírse las quejas que van de la mano del desarrollo urbano: el aumento de precio de las propiedades y la pérdida de la personalidad de la ciudad.

Lisboa se está convirtiendo en un ejemplo magnífico de lo que podría llamarse “urbanismo Monocle”, por el nombre de la revista que combina el seguimiento de tendencias y consejos de estilo de vida con artículos sociales y políticos. La revista dedicó recientemente varias páginas a la capital portuguesa. Para los nómadas sofisticados que Silva llama “la clase creativa global”, Lisboa tiene poderosos atractivos. Según Vasconcelos, “las grandes ciudades cosmopolitas del mundo se parecen entre sí”. Así, el centro de Londres se parece más al centro de Lisboa que a las regiones interiores de Gran Bretaña donde ganó el Brexit. (Teóricos de la élite metropolitana liberal tomarán nota). Pestana afirma que por primera vez desde los años 40, cuando Lisboa era un refugio ante la guerra, la ciudad es “verdaderamente cosmopolita”.

Tomemos como ejemplo a Patrick Tigue de Downtown Ecommerce, el estadounidense que antes vivía en Costa Rica. Patrick tiene clientes de todo el mundo, desde Estados Unidos a Australia, algunos de los cuales no ve durante años, si es que alguna vez los ha visto personalmente. “Nuestra empresa comenzó a crecer y teníamos problemas para expandirnos, así que abrimos un mapa y escribimos el nombre de algunas ciudades”. Los criterios eran empresariales —acceso a hablantes de inglés, bajo coste de vida, bajos salarios, zona horaria conveniente— y personales —buen clima, surf...— “Berlín y Barcelona estaban muy bien a nivel de fuerza laboral, pero el estilo de vida de Lisboa nos convenció”.

“En Lisboa la gente es increíble. Siempre hay algún evento musical, de moda o de arte. La comida es increíble, la arquitectura…es una pequeña gran ciudad. Se nota que el precio de la propiedad está subiendo. Es una apuesta. Yo llegué el año pasado de vacaciones pero acabé quedándome más tiempo y luego me mudé aquí permanentemente. Me gustaría quedarme a largo plazo, tener hijos aquí. Así de convencido estoy”, señala Patrick.

Entre las manifestaciones de la nueva Lisboa encontramos reencarnaciones de sitios creados en principio para albergar empresas tecnológicas en Londres. Una es Village Underground, “medio comunidad creativa, medio sitio artístico”, que busca combinar espacios de trabajo accesibles con arte, música y actuaciones. En Londres se distingue por tener cuatro vagones de metro uno encima de otro. En Lisboa, consiste en una pila de grandes contenedores y autobuses de dos pisos adaptados en una impresionante ubicación al lado del puente colgante de la ciudad.

Otra es Second Home, un espacio de trabajo compartido creado por Silva y su socio, Sam Aldenton, un enclave donde emprendedores tecnológicos pueden ponerse en contacto con el hedonista que llevan dentro. En Lisboa, igual que en Londres, los arquitectos españoles Selgas Cano estuvieron a cargo del diseño de un 'jardín de las delicias' interior, con mucho follaje, colores sutilmente combinados y detalles alegres, sólo que la versión portuguesa recientemente inaugurada es menos llamativa que la británica: el espacio principal es una habitación tipo invernadero donde cada empresa tiene un espacio delimitado por plantas.

Los miembros pueden deleitarse con un programa de eventos culturales, sociales y sensoriales: una degustación de vinos, un salón literario, una introducción a la hidroponía. Una cafetería pintada de azul profundo ofrece bebidas tanto para los emprendedores como para el público en general.

Ingenio e imaginación ante la crisis

Second Home está ubicado en el Mercado Time Out —en el histórico Mercado da Ribeira—, que se autodenomina “un concepto original que crea experiencias culturales y gastronómicas basadas en la curaduría editorial”. La idea es trasladar al espacio físico el conocimiento de los periodistas de la revista, “para albergar a los mejores restaurantes y artistas… lo mejor de la ciudad bajo un mismo techo”. El espacio abrió en 2014 y atrae unos 2 millones de visitantes cada año. También ha inspirado un nuevo Mercado Time Out, que se realizará este año en Londres.

Lisboa también tiene a Vhils, un joven artista callejero que me han descrito como una mezcla entre Banksy y Damien Hirst, que ha formado parte de proyectos artísticos con apoyo gubernamental y de empresas como el gigante energético EDP. (Lo cual, hay que decirlo, parece ir en contra del espíritu que se supone que tiene como objetivo el arte callejero).

Estos emprendimientos e iniciativas anglófilas se llevan a cabo en una ciudad con una dignidad a la vieja usanza, una ciudad llena de soportales y brisas marinas, una ciudad con tranvías de madera amarillos que salen en las fotos de los turistas, con fachadas clásicas que hacen equilibrio en calles empinadas, con tiendas de pasteles exquisitos y restaurantes de mariscos atendidos por una familia.

Lisboa es además una ciudad que respondió a la crisis económica con ingenio e imaginación. Detrás de una puerta anónima y maltrecha, por ejemplo, se puede encontrar una Cozinha Popular (Cocina Popular) fundada por la escritora culinaria Adriana Freire. Se trata de un espacio tranquilo en el distrito de Mouraria, donde personas que están pasando por un mal momento preparan platos excepcionales para el disfrute de la comunidad local. De allí ha surgido Muita Fruta, un proyecto que busca “transformar Lisboa en una enorme casa de campo”. Al principio mapearon todos los árboles frutales de la ciudad, ayudando a sus dueños a sacarles provecho, cosechando la fruta y preparando mermeladas. El plan es expandir el proyecto plantando más árboles frutales, en colaboración con el ayuntamiento, en los espacios que haya disponibles.

Esta Lisboa moderna, entonces, combina los encantos de la historia y la naturaleza con acciones emprendedoras en manos de locales y extranjeros. Todavía es barata. Charlie Orford, un inglés cofundador del sitio web Low Cost Hero, “dio una vuelta por Londres y enseguida lo descartó”. Su espacio en Lisboa cuesta menos de la doceava parte de su equivalente londinense. Por razones como esta, además del Brexit, Lisboa es especialmente atractiva para los jóvenes creativos que eligen abandonar la capital británica.

Vasconcelos enumera otros atractivos: es “una de las ciudades más seguras del mundo, incluso durante la crisis”. Es abierta y liberal: “Somos el sur de Europa, sí, pero no somos el estereotipo del sur de Europa: conservadora y católica. No somos así. Es muchos aspectos somos como el Reino Unido y España. Matrimonio homosexual y adopción homosexual no se discuten. Somos uno de los países que más refugiados ha recibido. Eso tampoco se presta a discusión”.

Añade que Portugal también tiene “una sociedad con sentido común, muy respetuosa. Si piensas que la sangre latina es agresiva, estás equivocado”.

Antonio Costa: artífice del cambio

La idea es bastante simple: si pudieras vivir en cualquier sitio, ¿por qué no hacerlo en un sitio realmente bonito que además es accesible y abierto? Pero esto no sucede por casualidad. “Para más exotismo”, dice Silva, “tenemos un gobierno socialista que es muy popular y apoya a los emprendedores”. La nueva identidad lisboeta existe por voluntad gubernamental, especialmente de António Costa, exalcalde de la ciudad y ahora primer ministro de Portugal.

Costa llegó al poder prometiendo crecimiento económico combinado con un respiro de las medidas más dolorosas de la austeridad. “Se puede tener distintos tipos de austeridad”, afirma su ministro, Vasconcelos. “La austeridad puede impactar en los más vulnerables o en los más fuertes, en las empresas o en los trabajadores, en los ancianos o en los jóvenes. Lo que queremos demostrar es que se puede ser serio y mantener el déficit a unos niveles adecuados, como el que tenemos ahora, que es el mejor de nuestra historia, y al mismo tiempo fomentar los emprendimientos y la ciencia”.

Como alcalde, Costa eliminó obstáculos burocráticos, fomentó los emprendimientos creativos y tecnológicos y promovió el turismo. Facilitó el abrir tiendas u hoteles en edificios históricos. Creó Startup Lisboa en el entonces agonizante centro de la ciudad, un sitio donde emprendimientos nuevos podían encontrar su lugar, dirigido por el ahora ministro Vasconcelos. Allí colaboraba la dinámica Graça Fonseca, ahora ministra de modernización, entonces a cargo del Departamento de Emprendimientos.

Mariana Duarte Silva, la mujer que llevó Village Underground a Lisboa, dice que Costa es “un optimista un poco pesado, pero creo que eso ayuda”.

El resurgimiento de Lisboa también se vio apoyado por algunos incentivos 'no especialmente socialistas', como la Visa de Oro, que le da derecho a la residencia a cualquiera que compre una propiedad valorada en más de medio millón de euros. A muchos los atrae el sistema tributario, especialmente a los franceses, que pagan muchos impuestos en su país. También se han abierto las puertas a las 'no especialmente socialistas' Airbnb y Uber. “Los taxistas protestaron un día entero”, comenta Vasconcelos un poco despectivamente, “pero eso fue todo”.

Si la energía y la vitalidad de la nueva Lisboa son genuinas, al renacimiento Costa no le faltan detractores. Ana Jara y Lucinda Correia, arquitectas del despacho Arteria, trabajan en el tipo de intervenciones low-cost ingeniosas que se vieron en la Trienal del 2013: hacer letreros nuevos y atractivos para llamar la atención a negocios tradicionales y diseñar una estrategia para aprovechar las azoteas en desuso de los edificios de Lisboa. A ellas al principio les entusiasmó el resurgimiento de la ciudad, pero ahora ven cómo los precios en aumento espantan a los residentes y a las tiendas. “La gente está como jugando al Monopoly”, denuncian. “Compran casas y construyen hoteles”.

Para ellas, la Visa Oro es “lo peor. Permite que alguien compre una propiedad enorme pero provoca exclusión social. El mensaje es ‘si tengo mucho dinero, tengo derecho a estar aquí’. Eso no es gestionar la ciudad de forma inteligente. En el mediano o largo plazo, vas perdiendo identidad, la gente ya no producirá más”.

Afirman que a los turistas les dan comida portuguesa falsa y que las relajadas normativas urbanísticas de Costa están llevando al “fachadismo”, un fenómeno según el cual sólo se conservan las fachadas de los edificios históricos.

Se ha filmado un cortometraje titulado You’ll Soon Be Here (Pronto estarás aquí) para mostrar los efectos del turismo en Mouraria, el distrito “pobre, marginal y multicultural” donde, entre otras cosas, está ubicada la Cozinha Popular de Freire. También se ha montado una campaña llamada Morar Em Lisboa (Vivir en Lisboa) para oponerse al desplazamiento. Incluso una defensora de Costa, como lo es Mariana Duarte Silva, de Village Underground, asegura: “La gente se está marchando de sus hogares y las tiendas tradicionales están cerrando. Pero eso el Primer Ministro lo sabe muy bien”.

También sería una pérdida si la identidad de Lisboa, un ciudad rica en detalles sutiles, elegantes y bien hechos —desde comida hasta artefactos y edificios—, fuera avasallada por una marea de experiencias prefabricadas, confeccionadas y de marca, si las cosas que son buenas y ya están allí fueran empaquetadas y vendidas a granel.

Lisboa tiene una habilidad para imitar a otras ciudades. El puente colgante se parece mucho al Golden Gate de San Francisco y tiene una estatua de Cristo que recuerda a la de Rio de Janeiro. Muchas de las intervenciones recientes están inspiradas en Londres. Los adeptos más tímidos sugieren que se podría generar una energía contracultural como la que San Francisco convirtió en las fortunas de Silicon Valley. A los europeos del norte les gusta vivir aquí cuando se jubilan, lo cual lo convertiría en una especie de Miami.

Por ahora se parece al acelerado este londinense, moviéndose rápidamente por las vías del deterioro, el resurgimiento artístico, la acción emprendedora, los precios en aumento y la gentrificación.

Siempre es digno de celebrar que una vieja gran ciudad, que estaba de capa caída, encuentre una nueva vida, pero lo realmente inteligente para Lisboa y su gobierno sería hacer las cosas mejor que las otras ciudades que ya han pasado por este camino: lograr vitalidad al mismo tiempo que se nutren las cosas que hacen la ciudad tan atractiva en primer lugar.

Traducido por Lucía Balducci

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