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Estructurando el debate sobre transgénicos: mitos, peligros y oportunidades

Imagen de archivo. Foto: U.S. Department of Agriculture.

Koldo Saez de Bikuña Salinas / Miguel Brun Usan

Doctor en Ingeniería Ambiental y doctor en Biología Evolutiva —

El Parlamento Europeo debatía hace unos días la autorización de dos nuevos tipos de maíz transgénico, mientras la opinión pública sigue tan enfrentada como confundida. En Julio del año pasado, Greenpeace respondía duramente a la carta firmada por 109 Premios Nobel en favor de los transgénicos. A esta le siguió un intenso debate con varias réplicas, críticas y diversas opiniones. Como trataremos de explicar en este breve artículo, en este debate se entremezclan varios aspectos de los transgénicos que, a nuestro modo de ver, conviene analizar por separado. Creemos pues que estructurar el análisis de este controvertido tema (por lo general airado y de respuesta visceral) en sub-debates puede contribuir a aclarar malentendidos y a centrar el foco de debate en torno a las cuestiones clave.

Queremos a su vez que este artículo ayude a las personas no versadas en ciencia a formar sus propias opiniones con mayor rigor. En este sentido, intentaremos minimizar los tecnicismos, explicando aquellos cuyo uso sea necesario. Vayan pues por delante unas pequeñas explicaciones y ciertas nociones relacionadas.

Sobre la (in)definición de los transgénicos

Según la normativa estadounidense, un transgénico es un organismo genéticamente modificado (OGM, o GMO en su versión inglesa). Esto incluye la selección artificial e hibridación (cruces forzados entre especies) que el ser humano lleva implementando desde el Neolítico (con el desarrollo de la agricultura) a escala planetaria para domesticar y adaptar plantas y animales a los diferentes entornos, necesidades y gustos. Ejemplo de ello son los injertos de árboles frutales, los cruces entre especies animales como las mulas o la conservación selectiva de mutantes espontáneos. Y es que llevamos más de 5000 años modificando plantas, animales y ecosistemas enteros hasta hacerlos casi irreconocibles, por lo que muchos alimentos que consideramos “naturales”, en realidad dejaron de serlo hace mucho tiempo. Las zanahorias, por ejemplo, son de color naranja sólo desde el s. XVII porque los agricultores holandeses quisieron homenajear a su Casa Real.

Cuando se cambia un gen de un organismo a otro se hace en base a un conocimiento previo sobre la función de ese gen, la cual depende del gen en sí mismo y de su contexto bioquímico. Al introducir el gen de un organismo A en un organismo B, su contexto bioquímico será diferente, por lo que es posible que genere algunos efectos imprevistos. No obstante, estos efectos no tienen por qué ser automáticamente nocivos. De hecho, hoy en día los OGM se desarrollan modificando una parte específica del genoma resultando en unos cambios genéticos muy controlados (otras técnicas como la mutagénesis pueden involucrar cambios en varios genes, por lo que la posibilidad de efectos imprevistos aumenta).

Sin embargo, la definición estricta de OGM se antoja un tanto arbitraria, dada la continua selección, hibridación y modificación de organismos que llevamos haciendo desde milenios. Parte del problema con la regulación de los OGM procede del hecho de que es intrínsecamente complejo categorizar las enormes posibilidades que la biología ofrece en un conjunto discreto de normativas. Esto se debe a la gran variedad de técnicas que existen hoy en día para alterar los genes de un organismo(1). En este sentido, un estudio demostró imposible intentar legislar el etiquetado de productos a nivel de contenido genético (% de GMO, Weighardt, 2006), tal y como pretende hacerlo la normativa de la UE. Y es imposible porque cualquier regulación que incluya a todas las técnicas existentes en el mismo cajón de sastre con la etiqueta “GMO” será forzosamente simplista e imprecisa.

Tal y como refleja la carta de los 109 Premios Nobel a la que nos hemos referido, en la comunidad científica existe un amplio consenso (y una frustración palpable) respecto a este hecho, al igual que ocurre con el Cambio Climático (Funk & Rainie, 2015). ¿Entonces, cuál es el origen del disenso social? ¿Dónde está el problema?

Los impactos de los OGM

Como hemos anticipado, creemos conveniente estructurar el análisis para aclarar malentendidos y establecer prioridades en el debate en torno a los OGM.

Salud

Normalmente, las nuevas proteínas que se generan a partir del nuevo gen transferido pertenecen a rutas metabólicas conocidas, así que los efectos son normalmente los deseados. No se generan nuevos tóxicos, ni los alimentos son venenosos, ni los genes del organismo de origen se asimilan en nuestro organismo. Hasta donde sabemos (quizá haya casos aislados), un transgénico es igual de sano (o tóxico) que el natural. Por ejemplo, el gluten del trigo será siempre tóxico (o alérgeno) para un celíaco, sea este de origen “natural” o transgénico.

Del mismo modo ocurre con la lisina (una proteína esencial presente en los cacahuetes) que se introdujo en un arroz transgénico para suplir carencias nutricionales. La lisina posee un gran potencial alérgeno, y se demostró, obviamente, que el arroz resultante podía generar alergias. No obstante, a esta conclusión se llegó mediante experimentación con ratones, y dados los exigentes controles de sanidad a los que son sometidos los GMOs. Este arroz nunca llegó a ser consumido por (ni a perjudicar a) ningún ser humano, a pesar de ser este ejemplo comúnmente citado como argumento para demostrar que los GMOs producen alergias).

Aun así, la principal crítica a los GMOs parece proceder del popular mantra “lo natural es más sano”, un afirmación que no se sostiene en muchísimos casos y que se conoce como “falacia naturalista” (Saborido, 2013).

Ecología

A veces, un OGM puede ser un “superorganismo” que aguanta plagas, heladas, crece casi sin agua o con un exceso de ella. Por ello, puede tener una ventaja selectiva salvaje sobre sus homólogos “normales”, desplazándolos de sus ecosistemas. A este respecto, cabe decir que muchas plantas que cultivamos no hibridarán fácilmente con especies silvestres: algunas (como los plátanos) son mutantes triploides (estériles) que necesitan reproducción asistida; otras poseen un polen tan pesado que no lo arrastra ni el viento, impidiendo que fecunde parcelas adyacentes.

Aun así, existen soluciones para evitar la “contaminación” de OGM en el entorno “natural”: invernaderos, genes de efecto letal, etc. Si aun así un GMO se naturaliza, tampoco tiene porqué ser un drama. Prácticamente todos los ecosistemas están alterados y, como sistemas dinámicos que son, se reorganizan y llegan a nuevos puntos de equilibrio. Esto lleva pasando desde el Cámbrico y no requiere en absoluto de la mano del hombre (muchos ecosistemas “naturales” se hallan sujetos a cambios caóticos, impredecibles y a veces catastróficos en sus poblaciones). Además, hay otros factores antropogénicos con un potencial transformador mucho mayor e inmediato en la dinámica ecológica, como la introducción de especies exóticas o la deforestación para la agricultura intensiva.

Sociedad y Economía

Los OGM son imprescindibles en investigación (Moody, 2014) y en medicina, pues son la base de la terapia génica. Los beneficios que reportan en esas áreas están fuera de toda duda. Ahora, estos bien podrían ser desarrollados por organismos públicos y comercializados en términos más beneficiosos para la sociedad (p.ej. sin patentes de semillas). Por ejemplo, en zonas del sudeste asiático donde se perdían al año 20 millones de hectáreas de arrozal por las inundaciones, se desarrolló el swarna-sub1: un arroz OMG con financiación pública que aguantaba y crecía sumergido. Este se vendió a los agricultores a un precio razonable, mientras que el arroz “normal” se sigue cultivando en zonas con menor riesgo de inundación (Singh et al. 2013).

Las variedades comerciales de OMG más conocidas pertenecen sin embargo a las multinacionales Monsanto y Syngenta, las cuales ejercen un dañino oligopolio de las semillas. En este sentido los OMG son un elemento más de la economía de libre mercado. Otras maneras menos demonizadas que tienen las empresas para engrosar su margen de beneficio económico incluyen: refrigeradores, transatlánticos gigantes, tractores con seguimiento GPS, sistemas de riego, invernaderos, fertilizantes e insecticidas. Monsanto es sólo una compañía más que intenta maximizar beneficios y no es sólo Monsanto: los monopolios son (desgraciadamente) parte de la dinámica del sistema capitalista en el que vivimos.

Detengámonos por un momento en el reciente caso del sofosbuvir, el infame medicamento que podría curar a todos los enfermos de la mortal Hepatitis C. La multinacional farmacológica Gilead, en posición de monopolio, no lo regala y los estados, por mucho que se empeñen, poco pueden regatear. ¿Significa eso que el sofosbuvir, por estar patentado y existir monopolio, es malo? Efectivamente, los lectores se habrán dado cuenta de que una cosa es el producto en sí y otra el sistema de patentes y reglas económicas contingentes que rigen su compra-venta. Nuevamente, más allá de la opinión personal de cada uno, eso tiene ante todo un nombre: capitalismo. Lo mismo ocurre con los transgénicos: aunque estos puedan ayudar a paliar el hambre o ciertas deficiencias vitamínicas, Monsanto y Syngenta no los van a regalar.

Sobre el Principio de Precaución

El principio de precaución es válido siempre y cuando exista una base empírica mínima en la que se puedan apoyar posibles restricciones o medidas. Este es el punto en el que muchos activistas y organizaciones como Greenpeace caen: asumen que la liberación de transgénicos al medio derivará transformaciones catastróficas porque sólo las transformaciones “naturales” son inocuas (la mentada falacia naturalista). Pero como hemos comentado, las transformaciones ecosistémicas espontáneas son una constante en el medio natural y la liberación de un OGM es una más entre esas transformaciones antropogénicas que, en caso de que ocurra, no ha de ser perjudicial por defecto.

En el caso de los OMG, no existen riesgos demostrados que conciernan a la salud pública ni a la biodiversidad del planeta, a pesar de la cantidad de estudios que se han hecho. Los riesgos a los que siempre se apelan derivan del sistema económico y de las reglas por las que este se rige.

Por esto insistimos en que la cuestión fundamental es socio-económica. Repetimos que, dada la ausencia absoluta de evidencias que demuestren lo contrario, el disenso científico es marginal –al igual que ocurre con los negacionistas del Cambio Climático– y por tanto el debate público debería centrarse en estos aspectos que conciernen exclusivamente a la res pública. Quizá deberíamos cuestionar el sistema de patentes o la forma y financiación de nuestros programas I + D; sin duda el sistema global de producción agrícola intensiva, pues es éste y el derivado oligopolio de las semillas, el que afecta directamente a la soberanía alimentaria de los pueblos.

No hay duda de que todos los pueblos de la Tierra deberían tener acceso a una alimentación sana y variada y por ello abogamos, también nosotros, por una vuelta a los cultivos locales, de temporada y a una reducción drástica de la ingesta cárnica por cuestiones de sostenibilidad. Desgraciadamente, aún hay gente que quiere tomates (y mangos y fresas) en diciembre y en un mundo capitalista globalizado no faltará quien los venda y los importe de donde sea mientras haya quien los compre. Ahora esto tiene poco que ver con que los tomates importados sean menos sanos por ser transgénicos. El consumidor puede realizar una presión efectiva cada vez que compra, dando su “voto” al producto local y de temporada, en grupos de consumo, adquiriendo la fruta más fresca y sabrosa (aunque quizá más fea) con una disponibilidad fluctuante y sujeta a contingencias meteorológicas.

Urge pues centrar el debate político de los OMG en lo que concierne a la opinión y al debate público. Convendría hacerlo en paralelo al debate de cómo implementar los cambios necesarios en nuestras dietas y en los incentivos y subvenciones del sistema actual de producción agrícola intensiva frente a otras alternativas como la agroecología, la agroforestería o la permacultura.

En este sentido, abogamos por una gestión inteligente de los transgénicos. Un desarrollo público y para el interés público, de uso extensivo y racional tiene, como toda nueva tecnología, unos beneficios potenciales que sobrepasan a los peligros derivados.

Nadie parece oponerse a los injertos, a pesar de ser, estrictamente hablando, OGM, ni a las bacterias transgénicas que convenientemente usamos para producir económicamente alcohol o insulina en cantidades industriales (Goeddel et al. 1979). Como dijo Bertrand Russel, dejemos de lado nuestros prejuicios y centrémonos en los hechos. Centrémonos en discutir de una forma serena el cómo nuestra sociedad, y el mundo en general, puede aprovecharse (en el buen sentido de la palabra) de las muchas potencialidades de los OGM y de cómo se pueden minimizar (o eliminar en el mejor de los casos) los riesgos socio-económicos que conllevan.

(1) Hay varios procedimientos: la técnica tradicional de ADN recombinante (insertar un fragmento de ADN de un organismo en otro más o menos emparentado); la clonación; la técnica de edición génica Crispr-Cas9 que permite activar o desactivar genes específicos sin tener que recurrir a un segundo organismo; la creación ad hoc o a la carta de nuevos genomas sintéticos; la mutagénesis inducida mediante sustancias químicas o por radiación; la modificación epigenética, etc ... Cada técnica es inherentemente diferente, y cada una acarrea sus propias ventajas e inconvenientes que, por motivos de espacio, no podemos explicar aquí.

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Referencias:

Funk, C., & Rainie, L. (2015). Public and scientists’ views on science and society. Pew Research Center, 29.

Goeddel, D. V., Kleid, D. G., Bolivar, F., Heyneker, H. L., Yansura, D. G., Crea, R., ... & Riggs, A. D. (1979). Expression in Escherichia coli of chemically synthesized genes for human insulin. Proceedings of the National Academy of Sciences, 76(1), 106-110.

Moody, S. A. (Ed.). (2014). Principles of developmental genetics. Academic Press.

Saborido, C. (2013) La falacia naturalista. Investigación y Ciencia. 446

Singh, U. S., Dar, M. H., Singh, S., Zaidi, N. W., Bari, M. A., Mackill, D. J., ... & Singh, R. K. (2013). Field performance, dissemination, impact and tracking of submergence tolerant (Sub1) rice varieties in South Asia. SABRAO Journal of Breeding & Genetics, 45(1).

Weighardt, F. (2006). European GMO labeling thresholds impractical and unscientific. Nature biotechnology, 24(1), 23-25.

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