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Cataluña: ley, política y cariño

Mas dice que mantiene la consulta el 9N con "urnas y papeletas"

Andrés Ortega

La ley es la ley y ha de aplicarse. Aunque no bastará. Es necesaria la política, que ha brillado por su ausencia en los últimos años. Muchos la enarbolan, y pocos la precisan. Y se requiere cariño, que algunos llaman también seducción, omitido en esta crisis institucional dominada por las apelaciones al miedo y a la coerción, alejadas de una política en positivo. Al final, o en el camino, tendrá que haber uno, o varios referéndums. Pues si la sociedad catalana se ha dividido respecto a la independencia, hay en ella una voluntad muy mayoritaria (más del 80%) de ser consultada. Todo ello con un problema de liderazgos en el conjunto de España y en Cataluña. Y de proyecto de país, como ya hemos dicho, del que carece España (y Europa), mientras que los independentistas catalanes se creen que lo tienen, aunque están demostrando que no es así.

La declaración de “desconexión” del Parlament catalán viola claramente la Constitución y afirma una intención de desacato, de insumisión, a la legalidad vigente, en particular al Tribunal Constitucional. Pero cuidado con crear situaciones que lleven a mártires políticos o a movimientos de masas. Es lo que busca Artur Mas. La llamada a la “proporcionalidad” parece razonable. El Gobierno de Rajoy parece saber cómo actuar en el terreno legal. No es nada seguro que sepa lo que hacer en el terreno político. O no lo quiere decir por miedo a perder votos entre sus electores más recalcitrantes antes del 20D. ¿Y después?

Los independentistas han calculado mal: respecto a su propia sociedad, respecto a Europa y al mundo, respecto a su fuerza, y respecto a desconocer que los Estados son seres vivos, que se defienden. El independentismo al que se ha dejado arrastrar Mas, para luego liderarlo, no ha encontrado apoyo en ningún gobierno, Estado o Institución europea. Ahora bien, aunque eviten entrar directamente en el asunto, estos gobiernos e instituciones le están también enviado un mensaje al Gobierno español y a las fuerzas políticas españolas: arréglenlo entre ustedes y para ello está la política.

Estamos en una tragedia de errores. Rajoy nunca entendió bien de qué iba esto. Se creyó ante un Plan Ibarretxe a la catalana. Llegados a este punto, y ante la imposibilidad de la independencia unilateral de Cataluña –los mercados están muy tranquilos al respecto-, toda salida a la situación va a estar plagada de problemas y accidentes de recorrido, va a requerir mucho tiempo y dejará muchas heridas por cicatrizar.

¿De qué se trata en el fondo? De partir de que en España tiene que imperar la igualdad entre ciudadanos en materia de derechos y prestaciones sociales. Pero también de que la realidad española es la de una diversidad asimétrica (que inspiró la Constitución), lo que tiene que reflejarse en su ordenamiento institucional, jurídico y social.

Cuatro cuestiones que atañen a Cataluña son resolubles: 1) El reconocimiento de la singularidad, llámese identidad nacional o de otra forma, de Cataluña (se inventó el término nacionalidades, y hay una cierta confusión en la Constitución entre “pueblo” y “nación”). 2) Competencias prácticamente exclusivas en materia de lengua, cultura y educación (eso sí, con equivalencias estatales y europeas). 3) Un sistema de financiación más justo (la propuesta del PSOE de reforma constitucional habla, siguiendo la doctrina del Constitucional, de que “la contribución interterritorial no coloque en peor condición relativa a quien contribuye”, es decir lo que los alemanes llaman la ordinalidad. Y 4) algunos gestos importantes hacia Cataluña (y otros territorios): siguiendo la lógica de la descentralización llevando la sede de algunas instituciones a Barcelona y otras ciudades de España; el reconocimiento real del catalán (del euskera y del gallego) como lenguas españolas, que es lo que dice la Constitución, y europeas (los finlandeses, por ejemplo, son menos que los catalanes y su lengua es oficial en la UE); la enseñanza obligatoria de rudimentos de estas tres lenguas, y de sus culturas acompañantes, en todos los colegios españoles; la creación de más cátedras de Catalán en el resto de España, como las hay en EE UU o en el Reino Unido. Etc. Son sólo apuntes.

Ante el referéndum escocés (que propició para debilitar a los laboristas), Cameron cambió de registro con su famoso “queremos que os quedéis”. Aquí, en todo este asunto desde 2010 (con la sentencia del Constitucional sobre el Estatuto cuatro años después de aprobado éste en referéndum), e incluso antes, no ha habido una sola expresión de cariño, de seducción, ni por una parte ni por otra. Hay una gran diferencia entre el “no queremos que os vayáis” (la seducción) y el “no dejamos que os vayáis” (la ley). Y así no se ganan a los pueblos, o a una parte importante de esos pueblos. En nuestros tiempos, el miedo o la coerción no bastan. Es necesario ese discurso. También para esa mayoría de los catalanes que no quieren la independencia. Y cuidado porque lo ocurrido –la declaración, ahora suspendida por el Tribunal Constitucional para la llamada “desconexión”, es decir, hacia la independencia- es un poco como en esos matrimonios en que uno de los conyugues le pide el divorcio al otro para luego arrepentirse: algo se rompe sentimentalmente y luego, si el matrimonio sobrevive, no vuelve a ser nunca lo mismo.

No hay mayoría social para la independencia. Lo reflejan las encuestas, pero sobre todo la “consulta” del 9N de 2014 y las pasadas elecciones del 27S, Pero como decimos, sí la hay para que la gente se pronuncie. Antes hubiera bastado una cierta reforma de la Constitución y del Estatuto de Cataluña, con sendos referéndums: uno en toda España, otro sólo en Cataluña. Incluso Rajoy ha empezado a mencionarla aunque no vaya a presentar orientaciones para ello en su programa electoral, pese a tener varias propuestas en sus cajones. Aunque ahora que todos hablamos de reforma constitucional quizás no baste.

Si esto se pone feo, muy feo, y con movimientos de masas (aunque no representen la mayoría), la única salida no traumática será una consulta. Aunque hoy no guste a muchos fuera de Cataluña. La actual Constitución no permite un referéndum que pusiera en juego la unidad de España (art.2). Pero nada impediría, reformando la ley del referéndum, que el Gobierno de Cataluña consultase a sus ciudadanos sobre la conveniencia de que su Parlament presentase una iniciativa de reforma constitucional con, por ejemplo, dos alternativas posibles: A) Transformación del Estado de las Autonomías en un Estado federal que garantice un mayor nivel de autogobierno de las Comunidades; B) Reconocimiento del derecho de éstas a negociar con el Estado las condiciones para su secesión. Un referéndum de este género con una doble alternativa es el que quería Alex Salmond para Escocia, a lo que se negó Cameron Eventualmente se podría añadir una tercera: C). No presentar iniciativa alguna de reforma constitucional.

Ahora todo entra en la lógica, si se puede llamar así, electoral, con además una malsana presión en algunos medios para que se aplique, y con dureza, el famoso artículo 155, mal interpretado como el de “la suspensión” de la autonomía. Habrá que esperar al 20D, aunque sería más democrático que todos los partidos, incluido el PP, explicaran antes qué proponen. Sólo algunos lo hacen.

Al final, lo que está quedando claro es que esto no se puede encauzar sin un relevo de protagonistas a uno y otro lado. Es decir, de Mas y de Rajoy. Que sería parte del relevo generacional y de la clase política que se está produciendo en España.

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