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Cable rojo, cable azul… Y 18 meses más

El independentismo abarrota la plaza Sant Jaume para homenajear a Artur Mas

Isaac Rosa

El thriller del procés catalán volvió a darnos otro sobresalto este sábado. Después de varios años de emociones al límite, tras habernos comido las uñas hasta el hueso en incontables momentos, y haber dado por muerto al protagonista ya no recuerdo cuántas veces, esta vez el guionista recurrió a un clásico del cine de acción: el “cable rojo-cable azul”, la bomba con el cronómetro hacia atrás, la tenacilla que no se decide a cortar…

Cuando ya los espectadores nos tapábamos con la manta para no mirar, el héroe cortó el cable bueno y la bomba de la repetición de elecciones no estalló. Qué poco ha faltado, sí, pero el procés gatuno ha gastado otra de sus siete vidas y sigue vivo. Los sepultureros lo dieron por muerto cuando el Constitucional anuló la consulta; tras celebrarse la consulta informal; cuando Convergencia y ERC no se ponían de acuerdo en la lista conjunta; la noche del 27S al no haber mayoría de votos... Y una y otra vez, el protagonista se levantaba, se sacudía el polvo de los escombros, y seguía corriendo.

En las últimas semanas algunos habían puesto a enfriar el cava (sí, el cava) porque esta vez era la definitiva, de esta no saldría vivo. Algunos ya habían echado cuentas de ganancias y pérdidas en nuevas elecciones, y de las consecuencias para la formación del gobierno en España. Pero nada: en el último suspiro, cuando ya nos tapábamos los oídos para la explosión, cortaron el cable correcto. El reloj de la bomba no se detuvo, sino que ganó tiempo: otros 18 meses, los que empiezan a contar desde hoy para la “desconexión”.

Es verdad que en cada percance el héroe sale más magullado. En el último, Artur Mas decapitado y la CUP maniatada y apaleada. Pero no nos precipitemos al valorar en caliente lo acordado este sábado. Si fuese un acuerdo para una legislatura convencional, diríamos sin duda que Mas acepta echarse a un lado, y a cambio arrastra a la CUP por el fango. Pero ojo, hablamos de una legislatura de “desconexión”, con una hoja de ruta muy clara, negro sobre blanco.

Así que las ganancias y pérdidas de unos y otros solo se podrán valorar dentro de 18 meses. Si en ese tiempo se avanza en la independencia, los votantes de la CUP encontrarán muy barato el precio pagado, mientras que Mas podrá presumir de haberse sacrificado por un bien superior. Si a cambio llegamos a un callejón sin salida, o lo acordado este sábado solo sirve para aplazar las elecciones unos meses, entonces estallará el bochorno contenido de estas últimas semanas, y algunos no tendrán donde esconderse.

Si tengo que apostar, lo más probable es que no pase ni una cosa ni otra: que no haya resolución, sino otro giro de guión que permita seguir ganando tiempo sin que decaiga la emoción. ¿Tiempo para qué? ¿Para que haya un cambio de fuerzas en España que permita desbloquear el conflicto? ¿Para que haya una mayoría clara en Cataluña por la independencia? ¿O simplemente una huida hacia delante de quien ya no sabe cómo parar?

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