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Clímax 155: a cinco minutos del infierno

Retiran de ARCO la obra de Sierra "Presos Políticos"

María Eugenia R. Palop

Se veía venir. El del 155 es ya un clímax en el que algunos se mueven con notoria felicidad. Se aplicó para Catalunya, de forma extravagante, sin control y sin límite temporal. Tras su aplicación surgieron voces que pedían su extensión a Castilla-La Mancha, Euskadi y Navarra. Zoido espetó en el Senado que estaba vigente para todos y que gracias al 155 se había recuperado la normalidad, el Estado de Derecho y la igualdad ante la ley (no sabemos todavía qué quería decir con eso).

Ahora el manido 155 se pretende aplicar también a la escuela catalana para erradicar la inmersión lingüística. Y hace solo unos días El País publicaba un artículo guerracivilista de José Luis Álvarez en el que se proponía la recentralización educativa, vía reforma constitucional, para avivar el conflicto catalán e impedir, así, previsibles intentos secesionistas en el futuro. Frente a la relajación táctica y tramposa de los independentistas, Álvarez planteaba la usurpación de la lengua como una provocación; una confrontación máxima que permitiera al Estado central eliminar el independentismo de raíz, aprovechando el momento de debilidad, desunión y desorientación que estaba sufriendo. Machacar sobre la herida hasta que cauterice y evitar que los delincuentes puedan organizarse de nuevo.

Que tengamos presos a los que se les han aplicado escandalosas medidas cautelares, sometidos a prisión incondicional sin fianza, y exiliados que no sabemos si podrán retornar algún día, o que se pretenda prohibir el indulto para estos casos, parece que no es suficiente motivo de tensión. Como escarmiento, hay que llevar a la gente al borde del abismo utilizando cualquier medio que sea preciso para recuperar el control. Una fórmula más fascistoide que maquiavélica que hubiera generado una ola de críticas si no estuviéramos inmersos en el fabuloso clímax 155.

A una organización criminal ha apuntado también la jueza Lamela en su auto contra Trapero, al que se acusa de sedición, y a Valtonyc de un supuesto enaltecimiento del terrorismo y hasta de injurias al rey. Y eso que es dudoso que pueda aplicarse la legislación terrorista si no hay ninguna intención de cometer actos terroristas, por más reprobables que nos parezcan tales o cuales expresiones, y es dudoso también que las injurias al Rey deban estar especialmente penadas en un Estado aparentemente democrático, pero en lugar de interpretar estas anomalías penales de acuerdo con la libertad de expresión, se las ha interpretado con el objeto de limitarla. De lo que se trata, parece ser, es de usar el caso catalán para intimidar a todo aquel que quiera expresar opiniones radicales o provocadoras, aunque son estas opiniones y no las inocuas, las que protege, precisamente, la libertad de expresión.

En fin, como nadie sabe ni puede saber en qué consiste el estado de excepción permanente que es, por definición, el reino de la tiranía y la arbitrariedad, hemos perdido la plataforma para hacer un juicio jurídico del asunto, así que se ha impuesto el salvajismo y la desidia, sin más. El 155 ha venido a catalizar un sentido común de época que se extiende a lo ancho y a lo largo de nuestras instituciones como si fuera un chapapote.

Probablemente animado por este ambiente represivo, ayer Ifema decidió retirar de ARCOMadrid 2018 una obra de Santiago Sierra en la que se definía como presos políticos a Junqueras y a los Jordis, porque resultaba polémica y porque, según parece, podía perjudicar la visibilidad del conjunto de los contenidos de la feria. Entre las 24 fotografías que Serra exhibía, se encontraban también las de los dos titiriteros… a las que podrían haberse sumado raperos y simples usuarios de las redes sociales. Ya nos sorprendió hace meses que se clausuraran locales para evitar cualquier debate sobre el derecho a decidir, pero, como sospechábamos entonces, aquello solo era el principio. Ahora también pueden retirarse obras “polémicas” sobre el asunto, como si no fueran obvias las irregularidades judiciales y procesales en las que nos movemos hace tiempo, como si el arte no pudiera tener contenido político, interpelar o criticar, o como si el público fuera simplemente idiota.

Desde luego, lo que resulta verdaderamente polémico y lo que, sin duda, resta visibilidad y prestigio a una feria como esta, es que se censuren burdamente manifestaciones artísticas. Y no porque exista un derecho ilimitado a la libertad de expresión en abstracto, dado que no hay ningún derecho que pueda ejercerse ilimitadamente, sino porque hay que ponderar muy bien el grado de tolerancia a la crítica que una sociedad democrática debe permitirse a sí misma. Cuando una canción o una obra de arte incomodan, el artista no puede sustraerse a la crítica, y es posible que lo que persiga sea justamente lo contrario, pero lo que es inaceptable es que se le dé un tratamiento punitivo a las expresiones culturales, que se busque su cancelación, la autocensura o su censura preventiva.

Finalmente, que Margarita Robles considere justificada la retirada de una obra porque puede generar crispación, no es sino un síntoma más de la confusión en la que está instalado el Partido Socialista. El mismo PSOE que apoyó la aplicación del 155 para obtener un rédito electoral que nunca obtuvo, viene hoy a justificar la violación del derecho a la libertad de expresión llamando a la calma y apelando a la razón de Estado. Me pregunto qué pensará Margarita Robles cuando se censure a un medio de comunicación por esta misma razón, cuando se persiga a columnistas, periodistas, profesores universitarios, o cuando se secuestren publicaciones por ser aparentemente ofensivas. ¿Quiere acaso eludir la responsabilidad de su partido en todo lo que está pasando o es que no se ha dado cuenta de que estamos a cinco minutos de ese infierno?

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