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Desembarcos anfibios y otros daños colaterales

Niños durante la II Guerra Mundial

Begoña Huertas

Si de aquí al 6 de noviembre estás mirando el mar y ves surgir de entre las olas un buzo militar, si te encuentras un soldado camuflado cerca de una gasolinera en Los Monegros o te cae sobre el vermut en la plaza un paracaidista… No, no estás soñando, se trata de la operación Trident Juncture de las fuerzas de la OTAN sobre la que se puede charlar en Twitter con el hashtag #TJ15.

El pasado sábado comenzó en nuestro país –España es la nación anfitriona- “el mayor ejercicio de la OTAN desde el fin de la Guerra Fría”, que durará hasta el 6 de noviembre y que “servirá para poner a punto la Fuerza de Respuesta de la Alianza, que liderará España el próximo año”. Las maniobras constarán de dos fases: una de ejercicio de puesto de mando, del 3 al 16 de octubre, y otra “real”, del 24 de octubre al 6 de noviembre, como se explica en la página web habilitada por el Ministerio de Defensa.

Operaciones aéreas, ofensivas terrestres, desembarcos anfibios, lanzamientos paracaidistas, fuerzas de operaciones especiales y hasta ¡acciones en ambientes urbanos! Se trata de la simulación de un conflicto armado, un ensayo de guerra. Los muchachos probarán armas de fuego, equipos, nuevas tecnologías y nuevos dispositivos, engrasando los ejes de la industria armamentística. Uniformes a estrenar y mapas recién impresos. Casi como un juego tras el día de Reyes. Pero ya sabemos que esto no es un juego y desde luego no es algo inofensivo y lejano. Hay una intención y hay consecuencias. Ni la guerra ni siquiera la simulación de la guerra es algo abstracto.

La semana pasada murieron 22 personas a consecuencia del bombardeo de Estados Unidos sobre el hospital de Médicos sin Fronteras en la ciudad de Kunduz, en Afganistán. Fue un ataque aéreo muy preciso envuelto sin embargo en la neblina de los “daños colaterales”.

En esa neblina turbia, difusa y anónima de las cosas aparentemente sin intención se mueven las grandes corporaciones. Los automóviles trucados de Volkswagen han estado envenenando el aire con dióxido de nitrógeno, pero las consecuencias que esto haya podido ocasionar no acaban de verse como un delito sino casi como un fuego/contaminante amigo, otro daño colateral.

La empresa de residuos radiactivos Enresa ha encargado su plan de responsabilidad corporativa a una firma que tuvo entre sus principales clientes a muchas empresas implicadas en casos de corrupción. De nuevo en las altas esferas andan haciendo negocios, pero será a ras de tierra por donde se escape el veneno nuclear.

Bombas, misiles, partículas venenosas, gases contaminantes, quizás no sean más que palabras mientras se barajan presupuestos millonarios en los despachos. Es en la calle cuando la generalidad y la abstracción se concretan, y la gente se asfixia buscando un puesto de trabajo: Renfe recibe 12.570 solicitudes para 75 contratos precarios. Sin embargo según el presidente de la Asociación de empresarios de Gipuzkoa lo que pasa es que la gente no quiere trabajar, los jóvenes ahora “no tienen hambre” y “viven una vida muy cómoda”. Que nadie se quiere ir diez años a vivir a la India, oye. (Al que habría que mandar a la India es a él.) Vivimos en una plutocracia y los gobiernos hacen la vista gorda, cuando no están directamente en connivencia con estas empresas.

Afortunadamente no sólo la OTAN moviliza a sus tropas estos días. Diversos movimientos sociales y organizaciones políticas europeas se encuentran realizando su propia acción conjunta: las Euromarchas 2015. Entre los días 1 y 17 de octubre avanzan hacia Bruselas para pedir un giro radical en las políticas de la Unión. Se trata de un llamamiento a la ciudadanía europea. Porque sí, a pesar de todo ésta existe: Son las víctimas de los daños colaterales de todas las avaricias.

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