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Los conspiranoicos del 11M

Manjón afirma que 2012 ha sido el año más difícil debido a la crisis y a menos ayudas. / Efe

José María Calleja

Si es ETA, ganamos; si son los islamistas, perdemos. A esta conclusión se llegó en La Moncloa presidida por Aznar después de la matanza que hace nueve años se llevó por delante la vida de 191 personas que viajaban en los trenes de Atocha.

Lo que ganaban o perdían eran las elecciones generales, que se celebraron el 14 de marzo de 2004, tres días después de la matanza yihadista. Así, desde el momento de la explosión hasta las primeras horas del domingo de votación, Aznar, Acebes, Zaplana, Rajoy, el Gobierno, el PP se volcaron con vehemencia en la difusión de la versión de que la masacre era obra de ETA. Hablaron los aznares, con voz férrea, con los directores de los periódicos españoles, con la red de embajadores españoles en el mundo, llegaron hasta la ONU, con resolución rocambolesca a su favor.

Los propios medios de comunicación, a pesar de tener informaciones que aseguraban que los autores eran terroristas islamistas, actuaron en un primer momento como portavoces de la consigna de Aznar, guiados por un supuesto sentido de Estado para difundir una información en la que no creían y que era desmentida desde las primeras horas por los periódicos del resto del mundo y por el propio Gobierno norteamericano.

El insoportable recuento de víctimas, el conocimiento paulatino de los detalles que hablaban del espanto, el trasiego de muertes que se produjo en Madrid desde la mañana del 11M, parecían espolear al PP a difundir la mentira que le salvara de una temida derrota electoral. Reconocer que eran terroristas islamistas era asumir demasiada culpa, difundir otra vez la foto de las Azores y llamar a las urnas a los contrarios a la guerra.

Aznar no convocó a todas las fuerzas políticas para hacer una declaración unitaria desde La Moncloa contra aquellos que habían atentado para destruir nuestra civilización, que fueron los términos empleados en USA tras el atentado de la Torres Gemelas.

Aznar quiso que aquel atentado no pusiera en riesgo el previsible triunfo del PP y para ello era fundamental endosárselo a ETA. Había sido una legislatura, la de 2000 a 2004, muy beligerante contra Aznar y su decisión de meter a España en la Guerra de Irak. Decenas de miles de españoles habían salido a la calle para protestar contra esa guerra y si se atribuía la matanza a los yihadistas los votantes podían pensar que era una venganza contra España por su participación en la guerra de Irak. Si era ETA, se podía producir un refuerzo del voto popular, pensaron los estrategas.

El propio Rajoy, en una entrevista aparecida en un medio nacional el sábado 13, en plena jornada de reflexión, insistía en la autoría de ETA. Una forma de llamar a votar a su partido a los contrarios al terrorismo más conocido. Los españoles fueron a votar el domingo 14 de marzo con dolor por la matanza y rabia por la mentira del Gobierno Aznar.

Después de perder las elecciones del 14M, el PP se pasó los cuatro años de la primera legislatura, 2004-08, sin acabar de hacer la digestión de la derrota, achacando el atentado a ETA, azuzado por los medios de la derecha que alimentaban cada día con infundios esa autoría, empantanado en la teoría conspiranoica difundida por radios de obispos y periódicos amarillos. Unos y otros se dedicaron a un nuevo deporte: el linchamiento de las víctimas del atentado, simbolizadas en Pilar Manjón, que no acataban su consigna respecto la autoría.

Nueve años después de la matanza, las víctimas están profundamente divididas. Unas saben que no fueron víctimas no elegidas, quieren dejar de serlo algún día, piden reconocimiento y no ninguneo; otras, las menos, compran la teoría conspiranoica de los medios ultras y del PP, sienten que les deben y no les pagan, por mucho que les hayan pagado, y necesitan que haya un culpable complejo, sinuoso, el habitual con aderezos imposibles.

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