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El cupo vasco provoca la sequía

El grupo parlamentario de Ciudadanos durante el debate sobre los proyectos de ley de modificación del concierto y del cupo vasco. EUROPA PRESS

Antón Losada

Estamos a un paso de que alguien afirme, sin complejos, que nos asola la pertinaz sequía y se dispara el precio de la luz porque los vascos y los navarros no comparten solidariamente ni sus vientos, ni sus lluvias; los gallegos sí las compartimos, pero tampoco tenemos más opción gracias a los pantanos que nos cascó el dictador Franco cuando en España había un Estado de verdad, que sabía cómo imponer la solidaridad y no se retiraba cobardemente allí donde, por ejemplo, querían educar en otras lenguas.

¿Quién ha dicho que en España no existía el populismo de derechas? Encabalgado sobre esta inexplicable percepción de victoria nacional que imbuye a tantos tras la aplicación del 155, ahí tienen a Ciudadanos enarbolando la enésima ocurrencia del cuñadismo: el cuponazo, el padre de todos los males y el fruto del populismo de más selecta cosecha: nosotros –el sano pueblo español, bueno y solidario- contra los demás pueblos y sus elites –nacionalistas, supremacistas, corruptos, privilegiados e insolidarios-.

Al parecer la Constitución Española, hasta ayer mismo garantía de solidaridad e igualdad que los nacionalistas querían pisotear, alberga en su seno el huevo de la serpiente: un privilegio ancestral –en realidad, 138 años de historia- llamado “concierto” que convierte a navarros y vascos en ciudadanos privilegiados e insolidarios y nos priva a los demás de recibir una parte de su riqueza.

No deja de resultar paradójico que se considere un privilegio tener que pagar todos sus servicios básicos exclusivamente con los impuestos recaudados en Euskadi o Navarra, no disponer del paraguas de la deuda española, o que se hable del paraíso fiscal vasco cuando allí aún se cotiza el impuesto de patrimonio, se pagan los tipos marginales del IRPF más altos o el tipo del impuesto de sociedades supera en 3 puntos al español. Los mismos expertos que ayer mismo aseguraban que, en realidad, los catalanes nos debían miles de millones, nos descubren ahora que la insolidaridad tiene otro culpable más discreto pero igualmente letal: el cupo vasco; especialmente, su rebaja de 1525 millones anuales a 1300. Curiosamente ninguno de esos expertos se atreve a desentrañar el verdadero gran misterio de la financiación autonómica: por qué Madrid, la comunidad con el PIB per cápita más alto, siempre figura entre las cinco regiones que más inversión total del Estado reciben.

Jamás 225 millones de euros al año dieron para tanto. Con ese dinero que, al parecer, les regalamos a los vascos aunque sea suyo, se podrían arreglar la deuda valenciana, el tren a Extremadura, a Galicia y los corredores mediterráneo y cantábrico, la despoblación en Castilla, el paro en Andalucía y, con un poco más de tiempo, la vacuna del SIDA o la llegada a Marte. El desfile de cálculos surrealistas no tiene fin. Un ejemplo, según un periódico tan poco sospechoso de nacionalismo como La Voz de Galicia –portada sábado 25/11/17-: “El nuevo cupo aumentará la brecha de  300 millones entre Galicia y el País Vasco”. Si tienen en cuenta que Galicia equivale al 6% de España en PIB y población, hagan las matemáticas sobre cuánto aumenta la brecha de quienes no sean gallegos y échense a llorar.

Otro argumento muy socorrido consiste en sostener que no se está contra el concierto, sino contra el cupo y su oscuro método de cálculo. Su fórmula en realidad resulta bastante simple: en el caso vasco, sobre una aportación al PIB estimada en 6,21% -actualmente Euskadi representa el 6,1%- el Estado calcula el precio de los servicios a costear: competencias estatales exclusivas, defensa, Fondo de compensación interterritorial, patrimonio, etc. A la hora de negociar toda la ventaja cae del lado del Estado, dado que sólo sus funcionarios saben cuánto cuestan realmente esos servicios.

Si la fórmula se mantiene oscura será porque al Estado no le interesa que todos sepamos a cuánto asciende realmente la factura total por tales servicios; no vaya a ser que empecemos a echar cuentas y hacernos preguntas sobre nuestros impuestos. Si algo hemos aprendido todos durante estos años de crisis y ajustes es que las cuentas sólo están poco claras cuando al gobierno central le interesa.

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