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En defensa del hombre blanco heterosexual

Pancarta antifascista en las protestas de Charlottesville (Virginia).

Jose A. Pérez Ledo

Las mujeres no nos entienden. Ni los gays. Tampoco los negros ni los árabes. Ninguno de ellos comprende la situación que los varones blancos heterosexuales estamos viviendo últimamente. La angustia, la tensión, la certeza de ser siempre observados con suspicacia, víctimas de la discriminación sexual bajo la bandera de la igualdad y de la discriminación racial con la excusa de la multiculturalidad.

A iguales condiciones, nos dicen, mejor una mujer, mejor un negro, un árabe, un gay. Ya ni abrir las piernas en el metro podemos sin ser por ello censurados.

Se nos considera privilegiados, pero no es cierto. A los varones blancos heterosexuales nadie nos ha regalado nada. Más bien al contrario; nuestro actual estatus es fruto de siglos de trabajo. Tuvimos que someter a las mujeres y esclavizar a los negros. Despojamos a los indígenas de cuanto tenían, prohibimos la homosexualidad y aniquilamos a quienes disentían de nuestro punto de vista.

Una empresa de tales dimensiones requirió de una enorme dedicación, siglos de esfuerzo y privaciones. Muchos de nuestros antepasados tuvieron que renunciar a su tiempo de ocio para colgar a negros de los árboles, para quemar a mujeres en la hoguera, para practicar electroshocks a desviados de todo tipo. Quienes ahora dicen que no merecemos nuestro estatus parecen olvidar esos sacrificios.

Ha llegado la hora de que los varones blancos heterosexuales alcemos la voz y juntos reivindiquemos nuestros derechos históricos, esos que por justicia nos pertenecen. Los mismos derechos por los que lucharon nuestros abuelos y los abuelos de nuestros abuelos.

Es el momento de recordar, como hizo el ingeniero de Google, que las mujeres no sirven para puestos de responsabilidad porque, según un estudio, son todas unas neuróticas. Es la hora de sabotear los remakes de Hollywood que mancillan nuestra infancia cambiando el sexo de sus protagonistas. Es la hora de decir no a la versión femenina de 'Doctor Who'. Es la hora de gritar: ¡No quiero un James Bond negro! ¡No merezco un Spider-Man hispano!

Debemos hacerlo por nuestros antepasados y por los antepasados de nuestros antepasados. Por el homo erectus, por el australopithecus y, antes que ellos, por el mono que bajó del árbol, cuyas ideas todavía hoy nos iluminan.

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