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Y la montaña parió un ratón con esteroides

Sánchez y Rivera, prometidos.

Iñigo Sáenz de Ugarte

En el periodismo deportivo, el apelativo 'histórico' ha quedado reducido a un suceso casi banal. Si un resultado no se ha producido en los últimos diez años, se gana el adjetivo a pulso. Si un equipo de una ciudad pequeña sube a Primera División por primera vez en los últimos 20 años, la hazaña deja pequeña la batalla de Lepanto y la invención de la penicilina. Ahora el periodismo político ha alcanzado ese mismo estatus retórico. Todo lo que está pasando es nuevo, y por tanto todo es histórico.

Pedro Sánchez se presentó junto a Albert Rivera en una de las salas donde se reúnen las comisiones en el Congreso para presentar el acuerdo entre ambos partidos. Como debían ocupar el centro de la imagen, se sentaron en la mesa donde se sitúan las personas que tienen el duro trabajo de transcribir todo lo que se dice allí. No era un escenario épico, pero para eso están las palabras. “Es un acuerdo histórico. Suma, porque no excluye, porque la única victoria política que hay en él es un acuerdo abierto, y tiende la mano a izquierda y derecha”, dijo Pedro Sánchez.

Si esa es la primera vara de medir del pacto, el fracaso fue inmediato. A la izquierda, Podemos y las confluencias se presentaron después de comer con el ceño fruncido, cortaron relaciones con el PSOE y se comprometieron a provocar la derrota de Sánchez en la sesión de investidura. A la derecha, el PP ya había dejado claro antes que no quería tener nada que ver con esa historia. Si es verdad que el Ibex presiona mucho, va a tener que dirigir sus cañones contra el PP, lo que quiere decir que sus posibilidades de éxito se reducen a cero. Rajoy está encerrado en su mansión sosteniendo una bola de cristal con nieve dentro y pronunciando una sola palabra: Rosebud. Quizá esté pensando en su juventud en Pontevedra, donde ya no le quieren.

El acuerdo sí tuvo la virtud de dejar clara la estrategia del PSOE. Elegir una pareja de baile (Ciudadanos) y decirle al otro (Podemos) que si monta un escándalo, la fiesta se acaba, se apagan las luces y todos se van a casa. Y al viernes siguiente, en vez de baile, habrá ejercicios espirituales dirigidos por el padre Rajoy, asistido por el inquisidor Fernández Díaz. 

La función teatral había quedado clara el día anterior. Por la mañana, Rivera se presentó para anunciar las cinco reformas constitucionales irrenunciables para su partido. Líneas rojas por todos los sitios. Antes de comer, Sánchez compareció ante los periodistas para decir que no tenía ningún problema en aceptar esas condiciones. Es más, estaba encantado de firmarlas. A media tarde, José Manuel Villegas, portavoz adjunto de Ciudadanos, convocó otra rueda de prensa en la que dijo que sólo quedaban “flecos”, que es lo que se dice cuando el acuerdo está hecho, pero quedan asuntos concretos que culminar y redactar, detalles importantes, pero detalles. Ya cuando era de noche, Alberto Garzón dijo que “el PSOE ha dicho de forma explícita que no hay ningún acuerdo cerrado con Ciudadanos”. Todos decían la verdad y todos mentían. Como si hubieran estado consultando Alicia en el país de las maravillas antes de cada reunión.

El miércoles, a primera hora supimos qué iba a preguntar el PSOE a sus militantes para convalidar el acuerdo al que se llegara. En la pregunta, no aparecía la palabra Ciudadanos. No había que adelantar acontecimientos. Por las mismas, podrían haber preguntado: ¿no sería estupendo que el bello y apuesto Pedro Sánchez llegara a La Moncloa con el apoyo de todo partido que cayera rendido a sus encantos? 

Tras el anuncio del acuerdo “histórico”, los dirigentes de Podemos pasaron al nivel en el que hay que creer que ya estaban, pero que no podían reconocer en público. Otra cosa obligaría a suponerles un nivel exagerado de ingenuidad. Rompieron relaciones con el PSOE, pero dejaron una puerta abierta, una puerta de acero blindado que sólo se puede abrir si todos empujan al mismo tiempo, cosa poco probable. Íñigo Errejón dijo que después del fracaso de la investidura de Sánchez estarán dispuestos a seguir negociando con los socialistas. “Dos meses es mucho tiempo”, dijo, hasta la previsible repetición de las elecciones. Bueno, dos meses es muy poco tiempo si cada lado no cree tener ningún incentivo para moverse. Sólo hay que ver lo que ha ocurrido desde el 20 de diciembre.

Los políticos, más que los periodistas, son prisioneros de sus palabras. Antonio Hernando, del PSOE, lo descubrió muy pronto el miércoles. “Aquí el señor Errejón ha venido a decir mentiras”, denunció para responder a la acusación de que el acuerdo contemplaba la reducción de la indemnización por despido para los contratados temporales. Pero resulta que era cierto, aunque los muñidores del pacto insisten en que el número de personas afectado por ese cambio es ínfimo comparado con el total de trabajadores con contrato temporal (se refiere a la compensación por despido, no por finalización de contrato). 

Pocas horas después, el PSOE reconocía el error y dejaba en evidencia a Hernando. Estas cosas pasan cuando los políticos cogen el argumentario y se lanzan poseídos contra una puerta de cristal que no han visto y se abren la cabeza.

Muchos creen que alguien aflojará la marcha cuando se acerque la hora decisiva. Que alguien, el que tenga más miedo a las urnas, abandonará la posición my way or the hard way. Lo que olvidan es que lo que se dice hasta ese momento te condiciona tanto como ese temor a una repetición de las elecciones. Dos, tres o cuatro meses de Ciudadanos burlándose de Podemos y del referéndum de Cataluña. De Sánchez presumiendo ante Susana Díaz de que es ahora él el que marca el terreno a Iglesias. De Podemos denunciando que el PSOE se ha vendido al Ibex y al neoliberalismo. De Rajoy haciendo... las cosas que haga Rajoy. 

Todos están ahora muy crecidos y nadie se puede permitir dar sensación de vulnerabilidad. Aquí es donde entran los esteroides que van a inflar artificialmente los músculos y las cornamentas. Ante las declaraciones de los políticos, habrá que protegerse del inevitable diluvio de testosterona. Todos serán unos superhéroes. Todos dirán que es el otro el que está obligado a ceder si no quiere afrontar un destino mucho peor al actual. El tiempo corre en contra de los demás.

Una de las frases más citadas de Sun Tzu es aquella que dice que no hay nada mejor para un guerrero que “someter al enemigo sin darle batalla”.

Ya me gustaría a mí ver a Sun Tzu apañárselas con la política española actual. Probablemente, ahora estaría preparando la próxima campaña electoral y tirando su libro a la basura.

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