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¡Qué pena de corruptos!

Rosa Paz

Ahora que la justicia está abriendo en canal tantísimos casos de corrupción y de tal magnitud, es comprensible que sea difícil para la ciudadanía en general mantener la confianza en los gestores públicos, sean estos políticos, empresarios o sindicalistas. No sólo por el caso de las tarjetas negras de Caja Madrid/Bankia, con las que se pillaron los dedos representantes de todas esas organizaciones, sino por la envergadura de los escándalos y por las personalidades que aparecen implicadas en ellos.

Estos días los noticiarios no hablan de otra cosa. De la declaración de Rodrigo Rato ante el juez Andreu: tan listo que parecía Rato y resulta que no sabía nada. Al menos eso es lo que le quiere hacer creer al magistrado que le interrogó sobre las tarjetas opacas para Hacienda.

Se habla también de los registros en las casas y sedes empresariales de Oleguer Pujol, el hijo pequeño de Jordi Pujol, a quien el juez Pedraz le acusa de blanqueo de capitales y fraude fiscal. Rato se hace el tonto, pero Pujol padre se permitió el lujo de abroncar a los diputados del Parlament de Catalunya por atreverse a preguntarle por el origen de su dinero y el de su familia. Y eso que entonces no se conocían los extremos de la investigación judicial sobre su hijo Oleguer, pero ya les habían abierto sumarios a otros dos de sus vástagos, Jordi junior y Oriol, y se investigaban las cuentas de la familia en Andorra y Suiza.

Y este tsunami informativo recoge también la imputación del exministro Ángel Acebes por la contabilidad B del PP. Otra mala noticia para los populares. Aunque así como a Rato nadie le ha defendido públicamente –perdón, sí, el diputado valenciano Martínez-Pujalte–, el diario El Mundo recogía este jueves que el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, llamó a Acebes para darle ánimos y decirle que todo esto es muy injusto. Un poco como aquel “Luis, sé fuerte” que le escribió al extesorero Luis Bárcenas, cuando ya se conocía la fortuna que se había llevado a Suiza, y en la misma línea del “¡qué pena!” que dicen en privado estos días muchos compañeros de los aprovechados de las tarjetas 'black'.

Qué pena que lo digan porque les preocupa que sus amigos se vean sometidos a la afrenta pública y a la obligación de dar cuentas ante la justicia y no porque sientan vergüenza de sus presuntas actuaciones ilícitas o delictivas. Con esa actitud fomentan la percepción ciudadana –que los sondeos recogen– de que los políticos tienden a dar cobijo, aunque sea emocional, a sus corruptos. Y si la corrupción repugna socialmente, esa conmiseración, entre justificativa y tolerante, no hay quien la aguante. Porque es esa comprensión de los errores de sus compañeros la que lleva a la gente a creer que todos los políticos son iguales, aunque la mayoría no lo sean.

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