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Opinión - El presidente Sánchez no puede ceder

La política económica está en el limbo

Luis de Guindos y Cristóbal Montoro

Carlos Elordi

El ministerio de economía es, de lejos, el más cómodo de este gobierno. Porque lleva mucho tiempo sin tener que tomar ninguna decisión comprometida. Y nada indica que vaya a hacerlo en un futuro próximo. Rajoy se limita a dejarse llevar por los buenos vientos que corren en la coyuntura mundial y a repetir que el PIB crece gracias a su buena gestión. Cuando está claro que lo único que han hecho él y los suyos para favorecer es crecimiento es acatar órdenes de Bruselas y agravar sus consecuencias favoreciendo a los poderosos y a las clases pudientes. Y con ese bagaje quiere volver a ganar las elecciones.

Las encuestas casi nunca ahondan en las cuestiones económicas, en cómo percibe la gente que se están haciendo las cosas en este terreno. Motivos habrá para ello y alguno será seguramente espurio. Pero lo cierto es que no sabemos qué piensa la ciudadanía de los bajos salarios y precarias condiciones laborales de millones, de que las rentas de los ricos crezcan sin parar y como nunca lo habían hecho, de la incertidumbre sobre el futuro de las pensiones, de que haya un millón y casi y medio de parados de larga duración, de las consecuencias que están teniendo los recortes en educación, sanidad e inversión pública.

No sabemos a cuantos todo eso le da igual mientras lo suyo esté más menos resuelto, a cuantos les inquieta, a cuantos les afecta, en el bolsillo o en su sensibilidad, sea social o religiosa. Y mientras todo eso siga siendo una incógnita, que lo es, ninguna afirmación tajante sobre la actitud de los españoles ante el devenir de la economía, y, por tanto, de la política, tendrá mucha validez. Los estrategas del PP parecen creer que la propaganda económica les va a dar buenos resultados electorales. Pueden estarse equivocando de parte a parte.

Y más ahora que empiezan a aparecer serias incógnitas en este terreno. No en relación con la marcha general de la economía sobre la que, según todos los expertos, no pesan serias amenazas en el medio plazo, aunque el aumento de los precios del petróleo, la prevista subida de tipos de interés en USA y en Europa y el Brexit podrían obligar a retocar en parte esos pronósticos. Sí, en cambio en el interior de la economía española, en los capítulos en los que las tendencias internacionales influyen poco y que son el campo de actuación de este gobierno que no hace nada.

El primer asunto inquietante es la situación de las pensiones. El sistema está en números rojos, va estarlo más cada mes que pase y es imprescindible tomar medidas para tapar sus agujeros. Y no tapujos de última hora para aparentar que se hace algo, como esa propuesta de valorar toda la historia laboral de un cotizante para fijarle la jubilación que acaba de hacer la ministra de Trabajo. Hacen falta medidas estructurales de calado para asegurar la financiación del sistema para al menos dos o tres décadas y compromisos de que todos los partidos las respetarán en el futuro, estén en el gobierno o en la oposición.

Rajoy no es capaz de hacer nada que se le parezca a eso. Porque una iniciativa de ese tipo afectaría, en una u otra medida, no sólo a los pensionistas actuales, sino también a los futuros, a sus cotizaciones a la Seguridad Social, sino también al sistema fiscal. Ni siquiera la derecha puede proponer una reforma del sistema de pensiones sin revisar lo que pagan al fisco los que más ganan y los que más tienen y las empresas que se benefician de toda suerte de exenciones y bonificaciones. Sobre todo, si una parte de la solución del problema es que la hacienda pública cubra alguno de los huecos.

El gobierno del PP no va a atreverse a hacer nada de eso. No tiene la fuerza política mínimamente necesaria para adentrarse en ese terreno. Ni posibilidad alguna, y menos en la actual coyuntura política, de propiciar acuerdos con las demás fuerzas políticas para hacer frente juntos al desafío. Por eso lo previsible es que Rajoy no haga nada, salvo algún truquillo que sólo engañará a los más incautos. Y que no rebajará la inquietud generalizada que hoy existe entre los pensionistas actuales y futuros. Y que puede tener consecuencias electorales, aunque los grandes medios se sigan empeñando en ocultarlo.

Otro asunto pendiente es el de los presupuestos para 2018. Tenían que haberse aprobado antes de concluir el año pasado y sigue sin haber indicio alguno de que eso pueda hacerse al menos antes de este verano. Porque el PNV, cuyos votos son imprescindibles a esos efectos, se niega siquiera a hablar del asunto mientras las cosas en Catalunya sigan como están o parecidas. Y nada indica que eso vaya a ocurrir a corto plazo, se resuelva como se resuelva el culebrón de la elección del nuevo presidente de la Generalitat. Porque seguirá habiendo políticos presos o en el extranjero y los nacionalistas vascos no van a pasar por ahí.

Sin nuevos presupuestos en vigor no sólo no se harán efectivas las muchas promesas que ha hecho el gobierno -entre ellas la subida de los sueldos de los funcionarios o la equiparación de los de los policías y guardias civiles a los de sus colegas autonómicos-, sino que tampoco se podrá avanzar un paso en la aprobación del nuevo sistema de financiación autonómica, que no pocos gobiernos regionales, particularmente los del PSOE, dicen que es angustiosamente urgente.

Es necesario un debate a fondo sobre el estado de la economía y la sociedad como el que debería propiciar la presentación de los presupuestos. Y más ahora que el PP se tendría que ganar no solo la aquiescencia del PNV, sino también la de Ciudadanos, que ya ha empezado a filtrar serias pegas al respecto. Por no hablar del PSOE, que ya ha dicho su “no” de principio, pero que más adelante también podría entrar en el juego. Pero no hay traza alguna de que esas discusiones vayan a producirse. Y por tanto los bajos salarios, la precariedad y los recortes van a seguir ahí, creciendo en términos reales.

Un último apunte: la incapacidad de aprobar unos nuevos presupuestos -que Bruselas está pidiendo con fuerza desde hace semanas- no solo es un grave signo de debilidad del gobierno, sino que también puede ser el principio de su fin si dan determinadas circunstancias. En el PP lo saben, y alguno hasta lo cuenta. Pero hoy por hoy, el temor de que eso no ocurra no está propiciando iniciativa alguna. Rajoy sigue como siempre. Sin hacer nada. Y De Guindos, esperando tranquilo en su despacho a que le digan si le hacen o no vicepresidente del Banco Central Europeo.

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