La era del oscurantismo
En el desierto no hay ninguna señal que diga: "No comerás piedras"-
“La única cosa que no se rige por la regla de la mayoría es la conciencia de uno mismo”. El abogado Atticus Finch se lo decía a su hija de 8 años, Scout, en la novela ´Matar a un ruiseñor´ (1960) de la escritora Harper Lee. Genuinamente norteamericana. Sureña. Con los prejuicios racistas y con el valor y coherencia de un abogado que quedó para la historia. Realista, injusta por tanto, pero plena de valores a transmitir: el intento personal de obrar en justicia, aunque cueste. “Uno es valiente cuando, sabiendo que ha perdido ya antes de empezar, empieza a pesar de todo y sigue hasta el final pase lo que pase. Uno vence raras veces, pero alguna vez vence” le explica también a su hija. Pues este libro, Matar a un ruiseñor, es el más perseguido por el trumpismo.
Los datos los ha aportado en un informe la Asociación Estadounidense de Bibliotecas. Añade que “otro de los títulos que más prohibiciones ha recibido es la distopía de Margaret Atwood, El Cuento de la Criada, que imagina unos Estados Unidos convertidos en una teocracia cristiana ultraconservadora”. Y revela que “la mayoría de demandas para sacar títulos de las escuelas no provienen de los padres, sino de grupos conservadores organizados”. Todavía no los queman, los prohíben y los denigran.
La novela distópica de Atwood va camino de implantarse en Estados Unidos. Lo peor es que el mal regresivo se extiende con gran facilidad a través de los medios y de la propia idiosincrasia de la sociedad que acoge los mensajes. No eran idiotas, no solo; eran, son, cerebros capaces de tragarse lo más oscuro como verdad incuestionable. El Partido Político Reformado, calvinista, de los Países Bajos que ya tiene 3 escaños en el Parlamento, no presentará mujeres en las elecciones de octubre bajo el argumento de que “Eva fue creada después”.
Cuesta creer que no cause una alarma mundial lo que Donald Trump está perpetrando. Estados Unidos pasaba por ser la primera democracia a este lado de los prejuicios y la está deshaciendo. Sin duda el impacto de su desintegración se desparrama sobre el resto del mundo sin que inquiete demasiado. Ni al grueso de la población, ni a la mayor parte de sus dirigentes, que viven tranquilos acatando lo que manda Trump y derrumbándose con él. El solo hecho de su reelección con cuanto arrastraba indica que Trump no es el origen, sino la consecuencia de una sociedad que ha entrado en una nueva y muy peligrosa era: el oscurantismo como forma de una nueva regresión.
Una era en la que un número decisivo de ciudadanos es víctima -voluntaria en muchos casos- de una profunda ignorancia, desinformación, pasmosa credulidad afianzada en una seguridad férrea en que es cierto lo que creen, lo que sienten, sin más razonamientos ni evidencias. Lo creen como que hay sol y luna, aunque depende de lo que muchos hayan visto en el último TikTok que a lo mejor les hace abrazar otra teoría.
Lo peor es que eligen lo más irracional e ilógico, lo más fácil también. Cuando no entienden algo es que viene dado por una mano oscura. Desde que la pandemia de Covid les descolocó porque no tenían previsto nada semejante, achacan a las vacunas -no a los virus ni a ninguna otra causa de enfermedad- todo tipo de daños. Te miran con conmiseración cuando tratas de explicarles las vidas que han salvado. Tú no entiendes que ahora todo es distinto y todo está manipulado, y a saber qué habrá en el ARN mensajero. Es preocupante que personas adultas carezcan de un mínimo de cordura, de pensamiento lógico, pero está ocurriendo. Tampoco “creen” en el cambio climático aunque lo estén viviendo en sus carnes. Y si el negacionista tiene poder de gestión, aligera las medidas que lo combaten para lograr el pan para hoy y el hambre para mañana.
Por eso, Trump ha vuelto a la Casa Blanca y por eso desde allí está devastando grandes logros de su país. Pero también por eso, aquí, la presidenta que obtuvo el éxito de convertir a Madrid en la comunidad europea con mayor aumento de la mortalidad durante la pandemia -en datos internaciones rigurosos- es la estrella pop de la ultraderecha local. Isabel Díaz Ayuso también es negacionista de toda ciencia, de todo avance, desde su profunda y soberbia ignorancia. Miles de personas les comen el plato trucado que les sirven sin cuestionarse nada.
Los militantes del oscurantismo son un peligro grave. Les preocupa la salud, pero, con tal miedo y torpeza, que abrazan creencias que, de hecho, les perjudican. Y ciertas epidemias se extienden más por culpa de estas gentes obtusas que las trasmiten. En el destrozo del progreso emprendido por el trumpismo tiene un papel importante el Secretario de Salud Robert Kennedy Jr. Entre los muchos programas de prevención anulados ya, acaba de cancelar la financiación de 22 proyectos para el desarrollo de vacunas basadas precisamente en el ARN mensajero, uno de los más importantes hallazgos recientes aunque se llevara trabajando en él décadas. Las peregrinas teorías de Kennedy despiertan pasiones entre los adeptos. Convencidos de que la culpa de las enfermedades y muertes que se están produciendo no son por sus políticas.
El trumpismo ataca con eficacia la ciencia y la investigación, a las universidades e incluso a los museos: el presidente ha ordenado reescribir la historia que se exhibe. Nada que perjudique a su modo de ver la imagen del sacrosanto país en el que nació aunque sean hechos ciertos. Si recuerdan, aquí, Ayuso se ha mostrado también partidaria de reescribir la conquista española de las Américas. En 2021 ya dijo que la hispanidad solo llevó “libertad, paz y prosperidad” al continente americano y que todo movimiento indígena “es comunismo”.
Es importante pisar suelos ciertos y no ensoñaciones, pero el oscurantismo las compra con avidez. La siguiente fase es en la que ya actúa Trump. En lo que llaman “un hecho sin precedentes” ha despedido a una funcionaria de la Reserva Federal, Lisa Cook. El caso -abre la portada de New York Times- es significativo. “La verdadera historia aquí es que no se trata de Cook ni de las hipotecas. Se trata de cómo la administración Trump está utilizando al gobierno como arma contra oponentes políticos, críticos o cualquier persona que le resulte inoportuna”, escribe el Nobel Paul Krugman. Y añade que hay mucho más en juego que la economía. Lo que presenciamos es la estrategia autoritaria en acción. Gran parte de su poder no proviene de la violencia manifiesta, sino de su capacidad para amenazar las carreras y los medios de vida de las personas, incluyendo acusaciones falsas de conducta criminal“. Cita Krugman, entre otras alarmantes acciones, ”el allanamiento a la casa de John Bolton, quien en su momento fue asesor de seguridad nacional de Trump“.
Y aún viene más clara la imagen del “allanamiento”, aquí, a la vida y obra del fiscal general del Estado español (y otros), porque igual no son solo los gobiernos -como el de Trump- los que usan su poder “como arma contra oponentes políticos, críticos o cualquier persona que le resulte inoportuna”.
Con una ciudadanía madura y moderadamente honesta sería imposible que ocurrieran todos estos alarmantes hechos. La deriva autoritaria no cala salvo en muy precisos contextos. En España en concreto chirría que el Partido Popular intente colar que el resultado de su desastrosa gestión de los incendios es culpa del gobierno, como sigue haciéndolo con la Dana en la Comunidad valenciana. No se atreverían a semejante osadía, desfachatez absoluta, si no supieran para quién hablan. Aquí cuentan, además, con los medios que les sirven. Sin ningún pudor en caer en el ridículo, por ejemplo, al elogiar el patético Plan contra incendios que se le ha ocurrido a Feijóo. Decía el magistrado Joaquim Bosch que “la posibilidad de implantar pulseras telemáticas a los pirómanos condenados ya se encuentra regulada en el Código Penal”. En todo caso recordaba que “la piromanía es un trastorno mental, con una incidencia muy baja”. Un plan tan meditado y de tan precisa elaboración que lo presentaron y lo publicaron en la web del Partido Popular con las notas para que Feijóo saliera airoso de sus imperfecciones. De haberse abierto a preguntas, claro. Para las portadas del clan de apoyo en cambio es un hallazgo tal, que “le gana la mano a Sánchez”.
El periodista Yago Álvarez Barba publicó en Elsalto, documentado con datos, la precisión de las inversiones… en publicidad de Castilla y León, por ejemplo, inmediatamente después de desatarse los incendios. Lo peor es que estas cosas cuestan vidas, hogares, medios de subsistencia.
La realidad es de pasmo. La ministra Margarita Robles ha comparecido en el Senado y lo que ha contado es como para que el PP, toda su cúspide y mandos en Comunidades Autónomas se metieran debajo de una mesa, muy callados, hasta que pase el bochorno de lo que han hecho.
En el año escolar 2023-2024, según documenta la Organización PEN América, se impusieron en Estados Unidos más de 10.000 prohibiciones que afectan a un total de 4.000 libros, un 33% más que el curso anterior. El Estado de Florida encabeza la lista con el 45% de las suspensiones, seguido de Iowa con el 36%. Pero ya son 16.000 libros los que están prohibidos o restringidos en los colegios de Estados Unidos en los últimos años. Porque esto empezó ya en la presidencia de Biden. El involucionismo no descansa y se infiltra por donde puede. El problema es que la administración demócrata no hizo nada que sepamos para impedirlo. Ahora el Partido Demócrata “ha criticado” que Trump vaya a extender las patrullas policiales (del miedo) a otras ciudades como ya ha implantado en Washington. Ha ¡criticado! solo.
No se comprende que ante amenazas tan serias no se actúe. Y en España también ocurre. No se atrevería Feijóo y los refuerzos viperinos que se ha buscado en Dolors Monserrat, Bendodo o Gamarra a soltar lo que sueltan si no confiaran en su público. No encaja en una sociedad que cree en las libertades restringir el pensamiento por supuesto, pero atajar mentiras bestiales que perturban la convivencia debería ser obligado.
Trump, ese hombre airado y rencoroso, destruyendo la democracia estadounidense. Netanyahu asesinando con sadismo, hasta con doble golpe mortal para rematar lo que ha dejado vivo el primero, como acaba de hacer en el Hospital Nasser de Gaza. La UE muda. Son evidencias coincidentes de todo este grupo que se extiende, también en España. Si hay un nuevo comienzo en absoluta vuelta atrás, son estos quienes lo lideran.
Escribía Margaret Atwood en la reedición de su libro “El cuento de la criada” en 2017 sobre las elecciones que habían dado el triunfo a Donald Trump para iniciar lo que sería su primer mandato, con frases de una vigencia que sobrecoge: “Proliferan los miedos y las ansiedades. Se da la percepción de que las libertades civiles básicas están en peligro, junto con muchos de los derechos conquistados por las mujeres a lo largo de las últimas décadas y en siglos pasados (…) parece estar al alza la proyección del odio y el desprecio a las instituciones democráticas”. Pero aún se abría a reacciones más positivas: “contamos con la certeza de que, en algún lugar alguien -mucha gente me atrevería a decir- está tomando nota de todo lo que ocurre (…) ¿Quedarán ocultos y reprimidos sus mensajes? ¿Aparecerán, siglos después, en una caja vieja, al otro lado de un muro?”. Siempre al menos intentarlo, como Atticus Finch.
Ocho años después Trump está en la Casa Blanca esforzándose en cumplir su verdadero programa. Y en el mundo se extienden sus actos y sus formas –no le llamemos ideología siquiera-. En España de forma evidente. Confiemos, sin embargo, en que cada vez sean más los ciudadanos que, al menos, no necesiten el letrero del proverbio sufí para no comer piedras.
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