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Artículos de opinión de Javier Gallego, director del programa de radio Carne Cruda.

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Las ratas del barco

25 de enero de 2021 22:25 h

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Cuando un barco se hunde, las mujeres, niños y ancianos son los primeros en ser evacuados. La tripulación, los últimos. Pongamos que la pandemia es el Titanic y las vacunas, los botes salvavidas. Pues en España los primeros en lanzarse a los botes han sido de la tripulación: consejeros, alcaldes, concejales, oficiales del Ejército, el Jefe del Estado Mayor de la Defensa, directores de hospitales, otros altos cargos y sus allegados, sacerdotes y hasta un obispo. Lo de siempre: las fuerzas vivas. Políticos, curas y militares. Para entender la gravedad de lo que han hecho, se han subido en las barcas que debían salvar a los miles de sanitarios, ancianos y trabajadores básicos que se han quedado en el barco. Les han quitado el salvavidas a quienes más peligro corren. Su irresponsabilidad ha costado vidas.   

Muy pocos han dimitido, sólo el JEMAD, el consejero murciano que coló a 400, algún alcalde y para de contar. Todos deberían ser sancionados, cesados y expulsados de sus partidos (PSOE y PP mayoritariamente), pero no sucederá. El privilegio no sólo les vacuna del virus, también del castigo. Más bien hay quien ha salido en su defensa. El portavoz nacional del PP y alcalde de Madrid, Almeida ha defendido que la cúpula militar y el Gobierno central deberían vacunarse porque España no puede quedar descabezada en esta crisis y Ana Rosa Quintana ha pedido que se vacune ya al rey. No vaya a ponerse malo y se pierda un día de trabajo. Adónde va a ir a parar este barco si nos falta su timonel. También podríamos enviar una dosis a Abu Dabi para su padre, que es persona de riesgo. Almeida y AR reflejan lo confundidos que están por ahí arriba sobre quiénes son las personas esenciales para sacarnos de ésta. 

La cabeza que este país no puede perder es la de los sanitarios y sanitarias que están al límite de sus fuerzas porque llevan casi un año luchando contra el virus en hospitales, residencias y atención primaria en los que faltan medios. Esas cabezas son las que se están perdiendo por estrés, depresión e impotencia. Porque ni se les cuida ni se les protege. De nada han servido los aplausos y los discursos. En muchos casos, siguen trabajando en precario, con contratos temporales, bajo presión, incluso amenazas y represalias. Después de lo que han hecho, no sólo no tienen una recompensa, tienen castigo. Menos Premios Princesa de Asturias y más inversión en Sanidad Pública. 

La cabeza que también hay que salvar es la de los ancianos y sus cuidadores, en especial en las residencias, donde el virus vuelve a hacer estragos. Mientras el político de turno se saltaba la cola, aún tenemos sin vacunar a muchos mayores, personal asistente y trabajadores de limpieza y servicios de los centros. Los trabajos esenciales en esta pandemia no son los del consejero, el general, el alcalde o el monarca, ni siquiera los ministros que son sustituibles si enferman. Son los trabajadores de primera línea en pesca, agricultura, alimentación, transporte, reparto, suministros que mantienen el país en funcionamiento. A esos es a los que hay que vacunar porque dependemos de ellos y están en contacto con el público. Prefiero que vacunen antes al rider que al rey. 

Prefiero también que vacunen a los científicos y científicas para que eviten pandemias, curen enfermedades, encuentren soluciones. Y a maestras y maestros que hagan una sociedad solidaria, crítica y participativa. Se me ocurren muchas profesiones a las que habría que proteger antes que a militares y políticos. En esta crisis se ha demostrado que la cabeza que mueve a este país está en la base. De hecho, las cabezas que nos gobiernan han mostrado muy poca cabeza. Desde Illa a Ayuso que utilizan la pandemia con fines electorales, se preocupan más por la suya que por la de todos. No hay planes ni órdenes claras, cada uno va por su lado, recaen en los mismos errores y en las mismas disputas. Nos llevan de cabeza y de ola en ola y me vacuno aunque no me toca. 

El Gobierno central y las autonomías deberían informarnos claramente de cuál es el plan de vacuación y cómo se está ejecutando. Visto lo visto, yo propongo ser cristianos en el orden: los últimos serán los primeros. Por muchas razones. Porque los últimos nos están manteniendo a flote. Porque los privilegiados tienen más medios y posibilidades de sobrevivir al virus. Y por dar ejemplo como el capitán y su tripulación que quedan en el barco hasta que se ha salvado el resto. Es lo contrario de lo que ha hecho esta casta, que han pasado por encima de los demás para escapar del hundimiento antes que nadie. Ya saben ustedes qué roedores son los primeros en abandonar el barco. Pues eso. 

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