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Ameen Jubran, el yemení que huyó de su casa y acabó construyendo el hogar de miles de desplazados de guerra

Ameen Hussain Jubran, jefe y fundador de la ONG yemení Jeel Albena, en la ciudad de Saná.

Emili Serra

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Tras el estallido de la actual guerra civil, en 2014, Ameen Jubran fue uno de los miles de yemeníes a quienes los combates obligaron a huir dentro de las fronteras del país. Tras escapar de su casa, acechada por los bombardeos, pasó a convertirse en una persona clave para los miles de desplazados internos que sobreviven a la peor crisis humanitaria del mundo. Su labor ha sido reconocida este mes con el Premio Nansen, el galardón del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).

Su interés por la ayuda humanitaria se remonta a sus años como estudiante de química en la Universidad de Saada, donde vio las consecuencias del eterno conflicto en algunos de sus compañeros. No volvían a casa por vacaciones, tenían dificultades para contactar a sus familias y apenas podían pagarse las tasas universitarias. Después de asumir el puesto de jefe del sindicato de estudiantes, Jubran decidió ayudarlos. Lo siguió haciendo hasta que él mismo se vio en la misma situación. 

Fue en 2017 cuando, con un grupo de amigos de la universidad y después de haber colaborado con otras entidades durante años, Jubran fundó la Asociación Jeel Albena, una organización sin ánimo de lucro que presta servicios de emergencia a las comunidades desplazadas en el norte del país.  Hasta el día de hoy, ha proporcionado un techo bajo el que dormir a 20.000 desplazados internos y ha apoyado a otros 60.000. La organización de Jubran también cuenta con un centro de desarrollo de habilidades y un programa de rehabilitación escolar.

“Yemeníes para yemeníes”

“Nuestro lema es de yemeníes para yemeníes”, cuenta Jubran a elDiario.es desde Saná en una videoconferencia, “más del 40% de nuestros empleados proceden de las propias comunidades desplazadas”. La organización emplea a unas 4.000 familias locales, que a menudo se encuentran en peor situación que los desplazados internos que acogen en la ciudad yemení de Hudaydah, en la recolección y producción de “Khazaf”, un material natural que proviene de las palmeras locales conocidas como “Doum”.

Las hojas o “Khazaf” se tejen en capas y luego se colocan sobre un marco de refugio para hacer las cabañas. Alrededor del 90% de los trabajadores locales empleados por Jeel Albena para tejer el “Khazaf” son mujeres.

El estallido de la pandemia acrecentó la dura situación humanitaria que el país llevaba viviendo años. “El COVID-19 nos ha supuesto muchos retos. Ha aumentado las necesidades a las que podemos dar respuesta con los fondos que tenemos disponibles. Al haber sido nosotros mismos desplazados, entendemos los retos que conlleva desplazarse. La pandemia nos ha impactado mucho, ya que no nos permitió responder a todas las necesidades que conocemos”.

A las zonas del norte del país en las que trabaja no están llegando dosis, cuenta Jubran. Él mismo no ha podido viajar a la entrega del galardón por no estar vacunado.

El Premio Nansen a Jeel Albena, ACNUR también pretende poner el foco en una crisis humanitaria, la peor a nivel global ahora mismo, a la que los medios y la comunidad internacional “no prestan atención suficiente”. “Centrarse en el conflicto político y no en la situación humanitaria es lo que ha llevado a Yemen a una de las peores situaciones humanitarias de nuestro tiempo. Esperamos que al ganar este premio podamos arrojar luz sobre lo que está pasando”, dice Jubran.

El director de la agencia alimentaria de la ONU advirtió hace dos semanas de que 16 millones de personas en Yemen estaban en riesgo de inanición. “Ver que el apoyo que proporcionamos es realmente necesario es lo que básicamente nos motiva para seguir ayudando a las personas necesitadas, a nuestras familias y vecinos”, dice Jubran.

“Esperamos que la comunidad internacional ayude a Yemen a alcanzar la paz, centrándose en la situación humanitaria y poniendo fin al conflicto. Yemen necesita apoyo para poder ser autosuficiente y así dejar de depender de la asistencia internacional”.

Una guerra estancada

La guerra civil en Yemen empezó el año 2014, cuando los rebeldes Houthi tomaron el control de la capital, Saná, así como de gran parte del norte del país. El Gobierno del presidente Abd-Rabbu Mansour Hadi tuvo que huir al sur y, posteriormente, a Arabia Saudí.

En marzo de 2015, una coalición liderada por Arabia Saudí empezó una campaña de bombardeos, que contó con el apoyo de Estados Unidos, para intentar restaurar a Hadi en el poder.

Los Houthis controlan una amplia franja de Yemen y cuentan con el apoyo de Irán, al que Arabia Saudí considera su adversario regional, y han respondido con frecuencia a los ataques aéreos saudíes enviando misiles a través de la frontera hacia territorio saudí.

A pesar de la campaña aérea y de los combates terrestres, la guerra ha llegado a un punto muerto, generando tras de sí la peor crisis humanitaria del mundo. Desde entonces, Estados Unidos ha suspendido su participación directa en el conflicto.

Según estimaciones de Naciones Unidas, casi un cuarto de millón de yemeníes ha muerto en el conflicto, y millones se enfrentan a una situación de hambre aguda o inanición. Alrededor del 80% de los aproximadamente 30 millones de personas del país necesitan ayuda humanitaria.

El pasado mes de marzo, Arabia Saudí propuso una oferta de paz para poner fin a la guerra, comprometiéndose a levantar el bloqueo aéreo y marítimo si los rebeldes Houthi aceptaban un alto el fuego.

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