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Diez meses en la guerra de Yemen: la historia de un marinero gallego anclado en el caos sin ayuda consular

Pablo Costas Villar en el buque 'Cobija' atracado en el puerto de Al Mukalla

Daniel Salgado

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Los excrementos de rata cubren el tramo final del muelle del puerto de Al Mukalla, en el sureste de Yemen. Cuando arrecia el viento, las deposiciones se convierten en una especie de veneno aéreo. “Produce irritación en el pecho y hay que escapar. Estamos donde meten a los desahuciados”, explica Pablo Costas Villar, capitán gallego del buque pesquero Cobija, retenido desde hace nueve meses en el país tras ser acusado por Australia de pesca ilegal. Pese a que ya se ha celebrado un juicio y ha cumplido los tres meses de arresto a los que fue sentenciado, la confusa situación de guerra en Yemén y la inacción de las representaciones consulares españolas en la zona les impide salir del lugar. “Llevo 33 años de patrón de pesca en el mar, he pasado por todo, y nunca había llamado a un consulado. Ahora que lo hecho solo he encontrado ineptitud”, dice.

Costas Villar, natural de Bueu (Pontevedra) se comunica con este periódico a través de archivos de voz de WhatsApp. Al principio, usaba el satélite del barco, pero ya no funciona debido a los impagos del armador. Que lo ha abandonado a él como patrón y a los marineros que lo acompañan, peruanos, senegaleses, indonesios y namibios. Había, además, un primer oficial ruso, pero el 21 de mayo fue evacuado por la diplomacia de su país. Subió a un petrolero que navegaba por la zona -el Golfo de Adén- y dejó el Cobija. “El ruso [Andrei Ilin] se puso en contacto con su consulado, hicieron una gestión y lo sacaron. Los demás estamos aquí desde septiembre. Nos han inmovilizado con engaños, falsedades e irregularidades. En unas condiciones pésimas”. Niegan la acusación: “Los tres meses de arresto fueron ilegales pero qué la vamos a hacer”. Viven en el barco, las temperaturas a bordo alcanzan los 50 grados y la alimentación proporcionada por las autoridades yemeníes es arroz y algo de pollo de vez en cuando. Mientras el barco estaba fondeado, pescaban algún muxo.

El Gobierno español no prevé ningún movimiento específico para rescatar a Costas. Consultadas las embajadas más cercanas –Arabia Saudí y Omán, toda vez que se ha retirado la representación diplomática de Yemen- a través de la la Dirección General de Comunicación y Diplomacia Pública, antigua Oficina de Información Diplomática, estas se limitan a asegurar que están “siguiendo muy de cerca el caso y prestándole toda la asistencia consular habitual en estos casos”. También afirman estar “en contacto permanente con las autoridades yemeníes”. El capitán gallego lo desmiente. Todavía este jueves le recomendaban buscarse un abogado local y un traductor especializado.

“El consulado no hace nada, solo espera. Lo he vivido y lo sé de primera mano. Y no me refiero a que deban hacer acciones arriesgadas, sino a llamadas, a simples toques de atención. Pero no les interesa”, considera. Enviados indonesios o senegaleses ya se han desplazado a Al Mukalla para hacerse cargo de sus ciudadanos. La ayuda más decidida que ha recibido sin embargo Costas Villar se la ha proporcionado la Central Unitaria de Traballadores (CUT), un sindicato gallego que se ha dirigido al Ministerio de Asuntos Exteriores y a otros representantes políticos para demandar una salida para el marinero. También le han buscado una abogada.

Pero es que además ese “contacto permanente” que la diplomacia española mantiene con las autoridades yemeníes no basta en un escenario como Al Mukalla. Costas cuenta que el eco de disparos, la violencia y las noticias de bajas bélicas son constantes. “Nos dicen que es un sitio tranquilo, pero es que ellos están acostumbrados a la guerra, a los tiros. El país, de la mitad hacia el oeste está deshecho”, explica. Durante sus meses de reclusión a bordo ha estudiado el conflicto armado que desgarra Yemen desde 2014. El puerto donde se encuentra está bajo control del Consejo de Transición del Sur, una organización que promueve la restauración del antiguo Yemen del Sur. El gobierno que reconoce la comunidad internacional se ha exiliado a Riad, en Arabia Saudí.

“Su relación con los que mandan aquí es prácticamente nula. Si alguien que está en el gobierno de Arabia tiene un familiar en el Consejo de Transición pues podría hacerle un favor. Pero en ese plan. El país está partido”, señala, “y se pasan la pelota unos a otros. En el medio de esa maraña estamos nosotros”. Al Mukalla llegó incluso a estar ocupada por milicias de Al Qaeda. “Nuestro barco está a pocos metros del puente que usaban para colgar cadáveres decapitados. Hemos visto fotos. Siguen teniendo mucha influencia en la ciudad”.

De Myanmar a Yemen vía Somalia

El Cobija zarpa de Yangón, en Myanmar, el 29 de diciembre de 2019. De bandera boliviana y propiedad de una empresa radicada en Panamá, se dirige a los caladeros del océano Índico, algunos de ellos en aguas australianas. De hecho, el 18 de junio de 2020, una lancha de Aduanas de Australia los aborda, identifica a toda la tripulación y comprueba sus permisos. Todo está en orden. El Cobija continúa su marea -así denominan los marineros sus períodos de trabajo en alta mar-, dificultada, eso sí, por el estallido de la epidemia de coronavirus y las trabas de movilidad que supuso.

“La marea se hizo larguísima por muchos motivos. El tema de la COVID, entradas en puerto que no aceptaban, asuntos de logística”, indica Costas Villar, quien hace ya casi dos años que no ve a su familia en Galicia. Y por un hecho que, nada extraño en el mundo del mar, resultaría clave para explicar la situación actual: el 25 de junio del pasado año, la firma panameña vendió el barco a un empresario somalí, que lo abanderó en su país. Es el nuevo propietario el que ordena a Costas Villar, tras una escala en Bussaso (Somalia) para comprobar la nueva documentación, poner rumbo al puerto de Al Mukalla. Allí, con autorización del gobierno yemení de Riad, fondean el 26 de septiembre. Hasta hoy.

Al día siguiente de echar el ancla, Australia remite un correo electrónico en el que exigen a Yemen la retención y fiscalización del barco por supuesta pesca ilegal en sus aguas. De nada parecía servir la inspección que, unos meses antes, había realizado Aduanas de aquel país en el Cobija, a 500 millas náuticas de la costa australiana, y que había hallado todo en regla. Y al siguiente, las autoridades yemeníes suben al buque para indagar por sí mismas. En ese punto comienza la pesadilla de Costas Villar y su tripulación, que lleva al capitán a declarar ante un juez mientras operarios yemeníes descargan los congeladores del barco. Las autoridades de Yemen no atienden a sus explicaciones y el armador se desentiende.

Situación de abandono

“Nos quedamos en situación legal de abandono, en la que nadie se hace responsable ni de la embarcación ni de los tripulantes”, expone el patrón gallego. El propietario somalí solía trabajar en el puerto de Al Mukalla pero algo sucedió con sus contactos en el lugar, sospecha Costas Villar, que arrastró a los trabajadores al limbo actual. “En un país normal el abandono no sería tanta tragedia. Vas a subasta, se cubren las responsabilidades civiles y listo. Pero aquí, en medio de una guerra, con el país partido, toda la responsabilidad del dueño me la echaron a mí encima”, se lamenta. Del empresario no volvieron a tener noticia. Tampoco recibieron apenas información sobre el proceso judicial que lo condenó a un arresto de sobra cumplido. “Faltaron a todo el derecho internacional y procesal, de custodia, de estancia, de detención...”, denuncia. Y con la pasividad de la diplomacia española.

El Cobija ha permanecido fondeado frente a Al Mukalla desde el pasado septiembre hasta esta semana. Este miércoles por fin atracaron en el muelle insalubre descrito en el inicio de este reportaje. Y lo hicieron obligados por la temporada de los monzones. Una tormenta provocó la ruptura de la cadena de fondeo y que el barco casi se hubiera ido a las rocas. Solo la pericia del capitán -33 años de experiencia como patrón y antes como marinero- y su tripulación consiguió evitar lo que podría haber acabado en tragedia. “La hélice estaba llena de percebes, después de tanto tiempo parada en aguas calientes. Abrimos máquinas, pero el buque no iba avante. A punto estuvimos de morir todos”, afirma. Al forzar el motor en la maniobra, este sufrió daños. Y el Cobija estuvo al garete hasta que, por fin, recibió permiso para atracar este miércoles. Ahora teme que la autoridad portuaria los obligue a regresar a fondeo. “A la embajada de Riad”, a la que han trasladado todos los detalles de lo sucedido, “no le interesan nuestros problemas”.

Pablo Costas Villar cree que las embajadas españolas están fallando a su deber. Su discurso es duro, al borde de la desesperación tras prácticamente 10 meses retenido y mientras ve como la diplomacia de los países de sus tripulantes sí se mueve para solucionar la situación de sus ciudadanos. “Nunca pisé un consulado, nunca me había hecho falta. Pero en Yemen sucedieron todos estos contratiempos, en asuntos que ni siquiera serían de su jurisdicción. Entonces decidí llamar al consulado y pedir la repatriación”, dice, “pensé que sería un trámite sencillo, porque yo estaba legalmente listo. Pero en el consulado de Riad me encontré con que no querían que los molestase”. El marinero gallego pide que le ayuden a agilizar, “no que sobornen a nadie ni nada por el estilo. Me llegaron a insinuar si no estaba pretendiendo que mandasen a la caballería para sacarme de aquí”.

“Un puñetero caos”

Su situación lo conduce a una reflexión más amplia sobre su oficio y el estado de la geopolítica mundial. “La pesca es ahora un oficio de alto riesgo. Los que trafican con estupefacientes o con armas tienen mejor consideración que los pesqueros”, asegura con rabia, “siempre hemos respetado el derecho del mar, las normas y las leyes internacionales. Ahora es un salvajismo total y absoluto, un puñetero caos”. Marinero veterano, procedente de un país, Galicia, de potente tradición marítima, entiende que el mundo ha cambiado, “pero mucho”. “Andar por ahí se las trae. A nosotros nos cogió un ciclón, una tormenta perfecta. Esto de ganarse la vida fuera de casa creo que se ha acabado. Porque estás en una indefensión total”.

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