La edición americana de la revista Vanity Fair permite acceder a un reportaje sobre el día a día de Barak Obama, un informe acerca del declive de Microsoft o quiénes son los reyes y las reinas… de Silicon Valley. La edición española parece que solo consigue sobrevivir poniendo en su portada a Carmen Martínez Bordiu, Tamara Falcó o, en el corriente número, a la Infanta Elena. El reclamo no se diferencia mucho de algún titular de Semana, Lecturas o Diez Minutos: “Lo que callan sus íntimos (hasta hoy)”. Después de leer el reportaje, que entre fotos y textos ocupa una docena de páginas, nos enteramos de que un día al ponerse al volante de su coche le gritó a su escolta: “¿Quién coño me ha movido el dial de la radio?”. También que, según el marqués de Griñón, la infanta tiene la “habilidad tan borbona” de manejar la confidencia al oído y la broma rápida. También que siempre lleva una pulsera con la bandera de España “aunque vaya de gala”. Que Jaime de Marichalar le prohibía usar zapatillas, que Celia Villalobos, vecina suya, asegura haberla visto llamar a los niños desde la ventana de su casa para que salieran de la piscina y subieran a comer: “Actúa como cualquier madre”, sentencia Villalobos. Pero nos quedamos con las ganas de saber qué piensa de ella su amiga, Laura Caprile, que se ha negado a conversar con la periodista de Vanity Fair. En España no hay revistas semanales de información general como en Italia o Francia, por citar dos países latinos. Las que existen, con tirada ridícula, se mantienen con el fin de hacer lobby —o la ilusión de que lo ejercen— de sus propios grupos editoriales. Las mensuales como GQ, Esquire o Vanity Fair no son más que meros contenedores de anuncios. Y esta última publicación, como hemos descrito, no es más que una simple revista de cotilleos en formato de lujo, a diferencia de su edición americana o británica. Así de mal estamos.