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“Un domingo por la noche, el fin del mundo”

Lilian Neuman

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La publicación y el gran éxito de la novela Fin (2009) convirtieron a David Monteagudo (Viveiro, Lugo, 1962) de prolífico autor inédito a descubrimiento editorial. Su obra, que publica Acantilado –tenía más libros en el cajón- da miedo. O angustia o, como en el caso de Marcos Montes, opresión. También le han dicho que es un escritor retorcido. Su último libro, El edificio, contiene relatos nacidos de sus propias pesadillas: el individuo que se considera muy comprensivo, -empático dice él- con las personas, también con esa rubia a la que no quiere asustar al subir las escaleras por la noche. Y sin duda vino de alguna otra pesadilla esa araña en el cielo raso. O ese domingo desierto en la ciudad, a la salida del cine (¿quién no ha sentido que se le acababa el mundo una noche así?). O ese globo con forma de caballito que el niño de la casa adora, mientras su tío, que intenta ser bueno con él (como intenta ser bueno el hombre de la escalera), considera un enemigo declarado.

Trabajó en una fábrica y vive desde hace muchos años en una ciudad pequeña de Cataluña, Vilafranca del Penedés. Se dedica a escribir y a cuidar de su familia –tiene niños, uno de ellos de diecinueve meses-, y esta mañana de sábado se permite una tregua literaria y familiar. Lo cierto es hablamos del miedo en una cafetería que se anunciaba silenciosa, pero que se va llenando de familias con niños pequeños. Afortunadamente, Monteagudo tiene sentido del humor. Y habla rápido, veloz y a ratos inspirado, sin perder la concentración.

David Monteagudo: Yo soy un caso raro. Toda mi obra hasta ahora fue escrita durante ocho años de escritura febril, de escribir sin parar. La graforrea, que digo yo. Hasta diez libros. Ahora me estoy dedicando a corregir mucho de aquello; hay que pulir, atenuar estridencias. Y esto con la ayuda del editor Jaume Vallcorba, que es un editor de los de antes, que se preocupa por que el libro salga bien editado. O sea que estoy puliendo lo anterior, y a la vez escribiendo relatos. Es que desde que se publicó Fin, y con todo ese éxito, me quedó algo de respeto por ponerme con una novela.

Diario Kafka: ¿Y ser calificado de escritor de miedo, incluso haber recibido el Premio Nocte (de la Asociación Española de Escritores de Terror), qué tal suena?

David Monteagudo: Me suena fantástico, sí. Yo soy un gran defensor de lo que se llama literatura fantástica, y de toda la literatura que puede dar miedo cuando la lees. Es algo contradictorio porque yo soy antigéneros.

DK: ¿Qué significa esto?DM:

No creo en el género como una forma de repetir siempre los mismos esquemas. No me gusta. Por ejemplo, con el policial, aunque se trate de grandes escritores como Manuel Vázquez Montalbán, o de clásicos como G.K. Chesterton. Cuando empecé con El hombre que fue jueves, ¡me pareció tan libre e imaginativo! Pero luego, con el padre Brown, ya no fue lo mismo. Aunque se trate de autores clásicos, para mí estos libros no dejan de tener una estructura que ya sabes cuál es. No sabes cómo acabará ni quién es el asesino, pero tú sabes dentro de qué convencionalismos se va a mover…

DK: Digamos que ciertas convenciones te desalientan.DM:

Sí. Pero eso no quiere decir que no valore, por ejemplo, lo que puede llamarse literatura fantástica, o policíaca, o de terror. Ahora, veamos el caso de Stephen King: Carrie, su primera novela, es una gran novela. Es algo en lo que él puso mucho, como yo creo que siempre pasa con la buena literatura; no es una obra escrita para cumplir con esto o lo otro. No. Ese libro lo escribió porque era algo que él necesitaba contar. Está claro, porque él era un tipo bastante friki, el típico que estaba ahí postergado, un tipo raro y tal… y en Carrie eso está, está hablando sobre él mismo. Esto también se ve en It, y en Misery. Pero claro…, como él tuvo éxito con unas novelas que eran de miedo, pues entonces ya la industria le encasilla. La industria, que es una cosa terrible y despiadada [a estas alturas de su relato, Monteagudo habla cada vez más rápido, apasionándose]. Y esto lo describe muy bien en Misery: el hecho de verse prisionero del género. Y tus lectores son lectores de género y te piden eso y no te consienten que entonces tú te pongas a hacer literatura de verdad, que te pongas estupendo. “¡No, no, tú sigue escribiendo Misery y déjate de lo otro!” [ríe]. Tengo un gran respeto por el género, sea cual sea. Para mí, si es literatura de verdad, es completamente válido.

DK: ¿Y cómo llega a verse a sí mismo como un escritor de miedo?DM:

Es curioso. A mí me sorprendió que Fin funcionara como una novela de miedo, o de terror incluso. Eso fue muy sorprendente para mí. Estoy seguro de que si uno se propone escribir una cosa muy terrorífica no hará más que repetir unos clichés, unos tópicos dentro del género, pero a lo mejor no causa ninguna impresión. En cambio, yo simplemente intenté describir una historia realista. Una novela hiperrealista. Aparte de las únicas dos cosas que no son realistas en ese libro, una de ellas el fin del mundo [ríe].

DK: Bueno, no lo sabemos.DM:

Yo no soy profeta, pero puede que sea así. La otra cosa es la aniquilación de la raza humana por desaparición. O sea: no por enfermedad, ni por epidemia, ni por explosión. No, es por desaparición. Esos son los únicos elementos de fantasía. Lo demás es una novela hiperrealista. En ella juntamos a un grupo de personas normales, un grupo de personas en el que no hay ningún héroe. A diferencia de lo que sucede en las películas americanas, aquí no hay uno de esos que aguanta hasta el final; sino que todos se van derrumbando. Ya ves, conversaciones normales y cuando ven que está pasando algo lo que hacen es negarlo y ponerse con sus tonterías, con sus discusiones, con la cosa un poco adolescente… Yo creo que sería así, que he intentado reflejar lo que yo creo que ocurriría realmente si nos encontráramos en esa situación.

DK: Entonces, ¿qué da más miedo: todo eso terrible y sobrenatural, o reencontrarse décadas después con los viejos amigos, que verán qué hemos hecho con nuestras vidas?DM:

Sí [ríe], no sé… Aquí hay cosas terribles que ocurren cada día y…, a ver, es que es muy curioso el mecanismo del miedo. Una persona que leyó Fin me dijo que lo que le dio más miedo fue cuando se produce el apagón y salen todos de la casa a ver el cielo estrellado. Y entonces hay uno que dice: “Vamos a ver dentro, a ver si es el térmico que ha saltado”. “Bueno”, me dijo, “yo al leer esto estaba cagada de miedo, porque pensaba: ¡No, no vayas, no vayas ahí dentro que algo te va a pasar!” Quiero decir que cuando provocas miedo, miedo de verdad, el auténtico miedo es el que pone el propio lector. El propio lector según sus neuras, según sus obsesiones y sus pesadillas y las cosas que le dan yuyu de verdad. Vas narrando cosas y el terror lo pone el otro. En cambio, si tú explicas que apareció un monstruo horrible y tal…, no, eso no es dar miedo. Stephen King cae en eso en algunos libros. En verdad él tiene esas dos formas, se mueve entre dos maneras, posiblemente porque se lo han exigido.

DK: Has dicho que de pequeño te encontraste con un lobo.DM:

Bueno, como toda leyenda –y esta es una leyenda familiar- tiene un principio de verdad y tiene también algo de mito. Pero sí, es cierto, cuando era niño estábamos en la Galicia profunda en una de esas aldeas perdidas y allí había lobos. Los oías aullar por la noche. Y a la mañana veías una res que aparecía muerta. El lobo era algo real. Se hablaba de eso y se ve que yo estaba bastante aterrorizado. Un día estaba en casa solo porque mi madre, que era maestra, estaba al lado en la escuela. Por lo que sea yo estaba solo en casa, mis dos hermanos mayores estarían en el colegio. Nada, que como me encontré solo, salí y bajé la escalera para ir a la escuela y estar con mi madre. Y cuando abrí la puerta de la escalera –yo ya salía con miedo en el cuerpo-, me encontré con un lobo ahí sentado. O sea, la materialización de todos mis temores estaba allí sentada sobre sus cuartos traseros y yo me quedé petrificado, y salí corriendo hacia la escuela. Y mi madre me vio demudado y me preguntaba, pero yo no podía hablar. Y dice que así fue que empecé a tartamudear, hasta hoy… Luego resulta que no era un lobo, sino un perro grande.

DK: ¿Y las leyendas de meigas en Galicia?DM:

No, eso es una cosa más bien folclórica. Piensa que en casa, aunque estábamos allí en ese mundo rural, éramos como un reducto de una cultura diferente. Lo que se consideraba la tradición gallega era una cosa vernácula, de gente de allí (en ese entonces no se consideraba mucho; ahora es al revés, se valora mucho la tradición local, se exaltan los valores locales). En casa éramos de cultura castellana, una cultura muy racionalista, de leer libros, de pensar, sin mucho dinero, porque mi madre tenía un sueldo de maestra, pero en casa estábamos inscritos a la revista Life en español, y teníamos tocadiscos, que nadie tenía.

DK: ¿Y qué literatura te dio miedo?DM:

Yo como lector nunca he buscado el miedo, sino que ha sido algo que ha aparecido de forma secundaria. Pero bueno, empiezo por Edgar Allan Poe, que es uno de los autores que yo admiro. Poe es un ejemplo de una literatura que pudo ser considerada menor por sus contemporáneos –sus cuentos se consideraban meras historias de fantasía truculenta-, pero su obra, al estar realmente bien escrita, al final es literatura y con el tiempo se acaba imponiendo. Poe, aparte de esto, tiene una obra poética muy interesante, completamente innovadora y muy creativa. Y hay cuentos suyos que son obras de arte, casi poemas en prosa. El corazón delator, un cuento breve, en primera persona, en donde se mete dentro de una mente perturbada, de una mente sádica, metódica, que está todo el tiempo repitiendo que él es normal, que no está loco. Un cuento breve, intenso… Y luego Julio Cortázar, que tiene cuentos fantásticos, buenísimos, y algunos bastante terroríficos. Casa tomada es un grandísimo cuento. Es el tipo de literatura que da miedo y que a mí me gusta. En cambio no soy de buscar en la biblioteca o en el kiosco “a ver, ¿qué tienes de miedo?”. Y lo que decíamos, esa parte de Stephen King hecha para satisfacer la industria no me interesa. Cuando uno escribe para sus lectores, pues mal asunto. Tienes que escribir para ti, siempre.

DK: ¿Tienes pesadillas?DM:

Bueno, alguna fue a parar a mi último libro de cuentos, El edificio. En ese libro hay muchos cuentos de miedo. La novela Marcos Montes es más suave, mas light.

DK: Pero, ¿qué pesadilla fue a parar a El edificio?DM:

[Se ríe. Aclara, disculpándose, que lo que va a contar es puro terror psicológico; mientras los niños alrededor se multiplican y Monteagudo dice que son bastante pacíficos]. Yo entraba en una escalera, una típica escalera de un bloque de pisos. Iba subiendo y oía a alguien que también iba subiendo la escalera, pero por encima de mí. Y yo pensaba: “Esa persona puede que tenga miedo de mi”. Entonces yo echaba a correr para decirle: “Oye, no, no tengas miedo. ¡Que no pasa nada, que no soy el malo!”. Pero en cuanto yo echaba a correr la persona corría también. Y entonces yo corría más, pero entonces empezaba a sentir miedo de mí. Y yo mismo me preguntaba: “¿Tú realmente vas a decirle eso, o vas a por él?”. ¡Es de un terror psicológico terrible! Lo soñé hace unos años y me quedó grabado. Y lo usé para uno de los cuentos que leerás en El Edificio, precisamente se llama “La escalera”.

DK: ¿Y cuando eras un escritor inédito, durante todos esos años que escribías sin parar, pensabas que estabas haciendo algo con tus miedos?DM:

No, a mí lo que me motivó a escribir era mi amor por la literatura. Había leído toda mi vida, mucho, y a los cuarenta empecé a escribir. Y siempre he intentado hacer una literatura de calidad, cuidando el estilo, el lenguaje. Entonces, claro, cuando quieres hacer literatura tienes que escribir sobre cosas que de verdad te afectan, en lugar de estar inventando sin ton ni son. Hay que tener una profundidad, hablar de cosas que conoces, y entonces recurres a cosas que llevas dentro. En Brañaganda hay un retrato físico del pueblo en el que viví, y de algunos vecinos. Pero el caso es que yo he tenido una vida plácida, sin grandes dramas ni muertes –bueno, mi padre murió hace unos años, ya mayor-, y resulta que tuve que buscar, bucear en mis temores, en mis pesadillas. Y en las cosas que me pueden angustiar. Así es que mis libros acaban describiendo un mundo opresivo, angustioso; al menos eso es lo que me dicen quienes los leen. Que soy un autor bastante retorcido que hace sufrir a sus lectores.

DK: Lo contrario al perfil de persona.DM:

…y en cambio en el trato como persona parezco un buenazo.

DK: ¿Y el tema del final? Parece una obsesión.DM:

Me han dicho que en mis cuentos el tema de la muerte está muy presente. Pero yo soy alguien muy vital, muy vitalista, tengo mucha energía y es que ni si quiera pienso en la muerte. Yo ahora [se reclina en el asiento, relajándose y abriendo los brazos] tengo la impresión de que no me moriré nunca. Estoy tan vivo que no me lo planteo, vaya. Y como con la muerte, también me pasa con lo del fin del mundo.

DK: ¿Hay más miedos que inventariar?DM:

Bueno. El fin del capitalismo, el fin del trabajo que tienes… En esas cosas soy bastante optimista y no me creo estos miedos que ahora te quieren meter: ese miedo colectivo.

DK: ¿Nos inoculan miedo?DM:

Yo creo que sí, que hay una serie de poderes fácticos a los que les interesa que tengamos miedo. Se están recortando muchos derechos de los trabajadores. Aparecen muchos pobres. Yo trabajé en la fábrica hasta 2010 y esos últimos años fueron muy duros. Desde la administración de la empresa se nos exigía muchísimo más, echaron a bastante gente…, una cosa dura. Está clarísimo que el miedo interesa, para este golpe de Estado al estado del bienestar. Al ser una crisis, al fin se acabará saliendo de ella, aunque nada volverá a ser lo que era. Sobre todo para las clases trabajadoras, para los humildes, será mucho peor que antes. De modo que interesa que la gente esté muerta de miedo, que no sepa qué pasará mañana, ni qué pasará si esto no se arregla, “mejor no hagamos nada porque será peor…”.

DK: ¿Eres creyente?DM:

No, posiblemente por esa educación tan racional a la que me refería. Soy muy racional, soy un escéptico total.

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