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Los verbos parlanchines (primera parte)

Luis Magrinyà

Lengua y Literatura

Hoy: Lengua (modalidad por no decir)por no decir

Hablábamos el otro día de la loable consigna de no repetir palabras en aras del “buen estilo” y anticipábamos que, de los verbos de mayor frecuencia de uso, decir era uno de los más reemplazados. En efecto, uno no puede poner todo el tiempo dijo en los diálogos porque en español la repetición de esta fórmula se hace agobiante y cantosa… al contrario que en inglés, donde said se repite diez veces en la misma página sin armar escándalo ni disparar las alarmas. Conviene que partamos de esta premisa para ver luego cómo la desarrollamos en español: si en inglés la repetición de said no canta es porque el lector –de distinta psicología que la nuestra– tiene clara su función de mero apoyo, de casi pura verbalización, podríamos decir, de un signo ortográfico (las comillas, en su caso, que se utilizan para marcar un diálogo). Es algo que de hecho no se lee y por eso puede repetirse; como mucho, su presencia podría asociarse a esa función un poco pesada que los libros de Lengua de bachillerato denominan fática y que permite a ciertas expresiones erigirse en guardianas de la comunicación, a fin de evitar que ésta se pierda. Tal vez influyan también antiguos motivos de género literario: una redundancia como dijo o said nos recuerda que estamos ante un diálogo de novela y no de teatro.

No sé. En cualquier caso, en español, para que la comunicación con el lector se mantenga mientras lee un diálogo, procedemos a la inversa que el inglés: a nuestra psicología lectora dijo le cansa y, a la hora de escribir, conscientes de este contratiempo, echamos mano de un montón de verba dicendi, o verbos declarativos, como se los llama técnicamente. Pero no cabe perder de vista que, en principio, el propósito es el mismo, aunque se dé la paradoja de que, para evitar un mal efecto en la lectura (que no se note el decir), apelemos a la variación en lugar de al sobreentendido y la lectura “ciega”.

Me he entretenido en hacer una lista de verbos de decir que vemos aparecer en los diálogos en español y, sin proponerme ser exhaustivo, me he quedado de piedra porque me ha salido enorme.

1) Unos se refieren a la progresión del propio diálogo: marcan cuestiones de orden y definen cómo participan en él los interlocutores. Por un lado: empezar, continuar, seguir, proseguir, añadir, agregar, repetir, interrumpir, intervenir, terciar, concluir (en el sentido de ‘llegar al final’). Por otro: contestar, replicar, responder y el arcaico defectivo de uso exclusivamente literario repuso, que se manifiesta también en primera persona (repuse) y que es horrible.

2) Otros, más pasionales, inciden en la intensidad o en la intencionalidad del enunciado: exclamar, prorrumpir, irrumpir, proferir, soltar, espetar; imprecar, apostrofar (¡tenemos ejemplos!: “La apostrofó violentamente: ¡Guarra! ¡Eres una guarra!”, Inés Palou, Carne apaleada, Círculo de Lectores, Barcelona, 1975, p. 32), amenazar, advertir, amonestar, reprender, vituperar, reñir, regañar; exhortar, conminar, instar; recomendar, aconsejar, avisar; suplicar, pedir, exigir, rogar, implorar; etc.

3) También están los verbos ruidosos, es decir, aquellos que describen formas de articulación vocal y mímica que acompañan a los enunciados. Susurrar, murmurar, balbucir, balbucear, cuchichear, titubear, mascullar, vociferar, chillar y gritar, por ejemplo, son formas acústicas de decir. Otros, en cambio, si uno lo piensa bien, no equivalen a decir, porque suspirar, sonreír, reír, gemir, gruñir, refunfuñar, rezongar, hipar, sollozar, etc. son cosas que se hacen mientras se dice algo, o más exactamente antes o después o además o en vez de decirlo; pero igualmente los ponemos en los diálogos.

4) Otros aluden a la naturaleza lógica del enunciado, nos indican si es una afirmación, una negación, una interrogación (preguntar, inquirir, interrogar, querer saber) o algo más dudoso (dudar, vacilar, incluso sospechar: “Veremos –sospechó el hidalgo, husmeando”, Juan García Hortelano, Gramática parda, Mondadori, Barcelona, 1992 (1982), p. 64). Los de afirmación y negación son los más numerosos y complicados y nos obligan a hacer subdivisiones:

4a) Pueden limitarse a eso, a afirmar o negar, pero en general están llenos de matices: manifestar, expresar, exponer; mencionar (muchas veces anglicismo), sugerir (lo mismo), apuntar, proponer; señalar, indicar, observar; explicar, aclarar; opinar, comentar; declarar, proclamar, anunciar, comunicar, notificar, informar; precisar, puntualizar, especificar; confirmar, asegurar, aseverar, insistir, destacar, recalcar, remarcar (anglicismo), subrayar, corroborar; testimoniar, testificar, certificar; prometer, jurar; predecir, vaticinar, pronosticar, profetizar, avisar, anticipar, adelantar, avanzar (anglicismo); recordar, evocar, rememorar; etc.

4b) Pueden referirse a las características retóricas del enunciado: argumentar, alegar, razonar, argüir, pretextar, conjeturar, especular, sostener, inferir, colegir, deducir, recapitular, resumir, concluir (en el sentido de ‘llegar a una conclusion’); y, cuando el enunciado es narrativo más que discursivo, contar, referir, narrar, relatar. Algunos hacen hincapié en la réplica: contradecir, refutar, objetar, discrepar, disentir, impugnar, discutir, criticar, denunciar, acusar, reprochar, reclamar, oponerse, y de ahí, con más sentimiento, protestar y quejarse.

4c) O pueden referirse a algo muy íntimo: confesar, reconocer, admitir, revelar, desembuchar.

Esta clasificación es bastante improvisada e incompleta, mezcla registros y seguramente no esté muy bien hecha, pero sirve para dar una idea de la abundancia a la que nos enfrentamos. Digo “a la que nos enfrentamos” y no “de la que disponemos” con mucha intención. Es peligroso tomar ese magnífico repertorio de verbos por un signo de riqueza léxica. No decimos que no lo sea: claro que lo es. Pero eso no significa que tengamos que exhibir a cada ocasión nuestros tesoros como nuevos ricos. Resulta un tanto disparatado actuar como si la riqueza léxica dependiera de los verbos que ponemos en las acotaciones de los diálogos; si ése fuera el caso estaríamos aviados. Las acotaciones de los diálogos diría uno que están –insistimos– para facilitar la continuidad, la funcionalidad, no para llamar la atención sobre sí mismas. No hay ninguna necesidad de echar margaritas a los cerdos, por decirlo un poco groseramente. Dijo es la mayoría de las veces una solución más elocuente, honrada y discreta que, pongamos por caso, arguyó, refirió, aseveró o sostuvo.

“–Solo era una hoguera –arguyó Florita” (Miguel Delibes, Madera de héroe, Destino, Barcelona, 1994 (1987), p. 88).

“–Vine por aquí –le refirió al anciano” (Felipe Hernández, Naturaleza, Anagrama, Barcelona, 1989, p. 261).

“- Bien sûr, madame –le aseveré–. Usted no puede cambiar de peinado!” (Lluís Llongueras, Llongueras tal cual, Planeta, Barcelona, 2001, p. 28).

“–Por el otro lado no se llega –sostuvo Eamon, sereno” (Jorge Consiglio, El bien, Ópera Prima, Madrid, 2002, p. 113).

Y, si es conveniente ser selectivos y moderados, también lo es ser precisos, una cualidad que no se da precisamente en ninguno de los ejemplos que acabamos de citar. Ese pródigo panorama de verbos que se nos ofrece no es Jauja. Cada verbo tiene su sitio. Cuando decimos declaró, hay que ver que realmente se esté declarando algo; si uno asevera, tiene que ser porque realmente esté aseverando algo. No nos parece que esté aseverando nada este personaje:

“–Haz que la siga uno de tus hombres de confianza, Frank –aseveré, contundente” (Jorge Volpi, En busca de Klingsor, Seix Barral, Barcelona, 1999, p. 339).

Ni comentando (un verbo muy vulgarmente solicitado, por cierto, como falso sinónimo de decir) nada estos otros:

“¿Cuál es su estado actual? –preguntó César Arellano. –¡Terrible! –comentó el doctor Muescas” (Torcuato Luca de Tena, Los renglones torcidos de Dios, Planeta, Barcelona, 1994 (1979), p. 169).

“Castor se sentó en el suelo, ordenó a sus tres ovejas que le imitaran y comentó: –El pandit vendrá dentro de unos minutos” (Fernando Sánchez Dragó, El camino del dragón, Planeta, Barcelona, 1993 (1990), p. 145).

“'Tal vez intentaron esconderte un texto de contenido desagradable para ti', le sugerí. 'Nada de eso', comentó Rita” (Enrique Vila-Matas, Suicidios ejemplares, Anagrama, Barcelona, 1995 (1991), p. 123).

Ni declarando nada estos de aquí:

“Diga mejor –declaró amargamente Gil– que no me quiere contar nada” (Luis Landero, Juegos de la edad tardía, Tusquets, Barcelona, 1993 (1989), p. 101).

“Qué triste es todo –declaró, con un gesto ausente” (Lorenzo Silva, El alquimista impaciente, Destino, Barcelona, 2000, p. 176).

“¿Qué edad tiene el mozalbete? –inquirió Barceló, mirándome de reojo. –Casi once años –declaré” (Carlos Ruiz Zafón, La sombra del viento, Planeta, Barcelona, 2003 (2001), p. 20). (Sobre el inquirió volvemos otro día.)

En resumen, se tiende a confundir la disponibilidad con la sinonimia. Tenemos la sensación de que así nuestro estilo es más “rico” y “expresivo”. No vemos que lo que estamos haciendo en realidad es delatar nuestro gusto por el floripondio, o las rémoras de nuestras redacciones escolares, al anteponer la profusión a la exactitud –recia característica de la literatura patria– ¡incluso en una acotación de diálogo! Tampoco parece que nos demos cuenta de que el recurso continuado a presuntos sinónimos “para variar” acaba siendo tan cantoso como si hubiéramos repetido infamemente unos cuantos dijo.

Mis ejemplos favoritos de esta ansiedad expresiva y sus sonoras elecciones son algunas asociaciones animales:

“Bastante tiempo ha vivido usted gratis –rebuznó el administrador celoso” (Alfonso Martínez Carrasco, ¡Pero mató a un burgués!, Ayuso, Madrid, 1979 (1932), p. I, 136).

“Y si quieres más –mugió el intruso […]–, ¡toma! ¡Y toma!” (Leopoldo Azancot, Los amores prohibidos, Tusquets, Barcelona, 1988 (1980), p. 48).

“¡Pero si no ha sucedido absolutamente nada, mi querido señor extranjero! –trinó Celeste” (José Donoso, Casa de campo, Seix Barral, Barcelona, 1989 (1978), p. 426).

“¡Yo no! ¡Yo me quedo! bramó Leonardus desde su camarote” (Rosa Regás, Azul, Destino, Barcelona, 1994, p. 69).

“Ah, y traiga unos taquitos de jamón, pero que no sean como los de antes, ¿eh?, que para caucho ya está la casa Pirelli –rugió el librero” (Carlos Ruiz Zafón, La sombra del viento, Planeta, Barcelona, 2003 (2001), p. 20).

“¡Cállese, vieja! –ladró de vuelta el militar” (Isabel Allende, La ciudad de las bestias, Montena, Barcelona, 2002, p. 281).

“Pero el cuerpo de Clo se henchía, cual si la penetración le insuflara coraje. Era ella quien lo absorbía ahora, agitándose febril, incontenible, tirando de su cuerpo. Más rápido, mas rápido, por favor –relinchó” (Francisco J. Satué, La carne, Alfaguara, Madrid, 1991, p. 125).

¡Cuánto carácter!

La semana que viene seguimos con más cosas que decimos para no decir decir.

Imágenes:

1. Tertulia española, José Jiménez Aranda (1837-1903). (http://www.jesusfelipe.es/DuquedeRivas.htm)

2. The Whisper, Davy MacDonald (http://www.dmacart.com/2012/06/26/deco-dames-exhibition-at-the-ship/)

3. A priest hearing a confession, circa 1950. (The Three Lions/Getty Images), (http://www.npr.org/blogs/thetwo-way/2011/02/09/133618133/catholic-church-oks-confession-app-but-you-still-have-to-see-a-priest)

4. Retrato de un caballo relinchando, Anastasia Kazakova (http://www.123rf.com/photo_12966309_portrait-of-a-white-horse-neighing.html)

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