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En el rostro y entre dientes

Luis Magrinyà

Lengua y literaturaHoy: Lengua (modalidad verbos parlanchines, tercera y última parte)

En esta entrega final del culebrón verba dicendi, nos gustaría hablar de dos verbos que también plantean dudas de registro o nivel lingüístico, aunque en sentido contrario –aparentemente– a la finura y elegancia a la que aspiraban algunos que tratamos la otra semana. Me refiero a espetar y mascullar, muy conocidos por los lectores de novelas, autóctonas o traducidas. Las acepciones que nos interesan aquí (respectivamente: “Decir a alguien de palabra o por escrito algo, causándole sorpresa o molestia” y “Hablar entre dientes, o pronunciar mal las palabras, hasta el punto de que con dificultad puedan entenderse”) veo con gran sorpresa que vienen marcadas con un “coloq.” en el Diccionario de la Real Academia Española. Como nunca oigo a nadie decir estos verbos y solo me los encuentro en las novelas, me inquieta descubrir que pertenecen al nivel coloquial de la lengua española, y me pregunto de qué siglo, o incluso de qué región, considerará el Diccionario que son coloquialismos.

Espetar significaba originalmente ‘atravesar con el espeto (o espetón)’ una pieza de carne o pescado para asar y ése era su uso hasta bien entrado el siglo XVIII, cuando empieza a documentarse en sentido figurado, como “atravesando” a alguien con un improperio, o una salida inesperada, aparatosa, cargante y en general engañosa y algo ofensiva: en Fray Gerundio de Campazas (1758) se espetan sermones paralizantes, una “sarta de mentiras”, “jerigonza”, y “lo de uultum tuum deprecabuntur, que ni de molde podía venir mejor” (Gredos, Madrid, 1992, pp. 340, 136, 604 y 428-429). Equivaldría más o menos al uso familiar de soltar hoy (soltar un sermón, un discurso, un insulto, una trola, un rollo, una tontería, etc.). Este uso gracioso, en todo caso, es el que el DRAE considera coloquial, a pesar de que de él no tenemos más que pruebas escritas. ¿No estará confundiendo, tal vez, digo yo, lo coloquial con lo jocoso, el registro de lengua con la intención? Por su parte, mascullar, mucho más reciente, significaba ‘masticar’ pero en 1867 ya encontramos a un personaje de Jorge Isaacs que “masculló una maldición” (María, Cátedra, Madrid, 1995, p. 121) y en 1878 otro de Galdós que “habla mascullando las palabras como un borracho” (Marianela, Cátedra, Madrid, 1997, p. 97). Este uso también figurado es el que lleva la marca “coloq.” en el DRAE.

No sé si estos usos han sido coloquiales en algún siglo pero, como decía, hoy desde luego no creo que lo sean. Nadie dice eso ni en la calle ni en su casa. Su transformación en literatura, por lo demás, los ha ido despojando de algunos de sus rasgos de significado, que hoy parece que no se perciben ya:

“Adoptando el acento con que hablaba su padre, le espetó lentamente: –Todo lo que es nauseabundo, y fétido, y sórdido, y abyecto, se resume en una palabra... ¡Dios!” (Fernando Arrabal, La torre herida por el rayo, Destino, Barcelona, 1983 (1982), p. 31).

“Venga, dame las llaves –espetó Neri, conteniendo su furia” (Carlos Ruiz Zafón, La sombra del viento, Planeta, Barcelona, 2003 (2001), p. 75).

“Este palacio no me gusta nada –le espetó a bocajarro” (Terenci Moix, El arpista ciego, Planeta, Barcelona, 2002, p. 324).

“Inspectora, he venido a confesar –espetó sin demasiados preámbulos” (Alicia Giménez Barlett, Serpientes en el paraíso, Planeta, Barcelona, 2002, p. 100).

Los responsables de estos usos o bien se creen obligados a explicarlos (“a bocajarro”, “sin demasiados preámbulos”: algo con lo que teóricamente espetar ya viene equipado), o bien parecen ignorar que llevan consigo su buena carga de agresividad, porque al final resultará que estamos ante un verbo sutilísimo y que es posible espetar “lentamente” y “conteniendo la furia”. Sin rapidez, brusquedad, efecto sorpresa y alguna forma de violencia, o con preámbulos, ¿qué es espetar? ¿Será otro firme candidato a verbo que no existe? En cualquier caso, parece un verbo que no sabemos muy bien qué significa ni cuándo ni cómo se aplica pero que estamos acostumbrados a ver por ahí, sazonando los diálogos; y por eso, no íbamos a ser menos, lo ponemos también, seguramente porque nos da la impresión –al contrario que al DRAE– de que es más “literario” que soltar.

En cuanto a la coherencia de registros, fijémonos en la distancia que va de este primer fragmento de Eduardo Mendoza al segundo de Marcos Aguinis:

“¿Desde cuándo has perdido el valor?, le espetó en la cara” (Eduardo Mendoza, La ciudad de los prodigios, Seix Barral, Barcelona, 1993 (1986), p. 277).

“¡Eres una hembra! –le espetó en el rostro” (Marcos Aguinis, La cruz invertida, Planeta, Barcelona, 1970, p. 231).

Si se trata de un coloquialismo, parece, en efecto, indicado espetar las cosas “en la cara”. Pero… ¿“en el rostro”? Si aún fuera “en pleno rostro”, que es una frase hecha y tolerablemente “familiar”…¿Qué ha pasado aquí? ¿A quién damos la razón?

De todos modos, mi ejemplo favorito de cohabitación sospechosa, tirando a imposible, es el siguiente:

“¿No son ustedes –espetó en el hechizado silencio que sucedió a las palabras finales del canto– los pajes de Pantasilea?” (Manuel Mujica Lainez, El escarabajo, Plaza y Janés, Barcelona, 1993 (1982), pp. 256-257).

Respecto a mascullar, si realmente significa ‘hablar entre dientes o pronunciar mal’, como si uno masticara, nos creeremos que tiene una aplicación verosímil en estos casos:

“¡Maldito hereje! –masculló el Agorero al ver aquello” (Javier Sierra, La cena secreta, Plaza y Janés, Barcelona, 2008 (2004), p. 108).

“Está bien. ¡Está bieeeen! –masculló Guillermo” (Richmal Crompton, Guillermo investiga, Andrés Bello, Santiago de Chile, 1995, trad. de María Rosa Duhart, p. 108).

Precisamente en las novelas de Guillermo –aunque más en las de los Cinco y de los Siete Secretos, porque a mí Guillermo nunca me gustó– recuerdo que fue donde yo aprendí, en mi infancia lectora, este verbo, que nunca entendía muy bien qué significaba. Cuando preguntaba, me decían que era lo mismo que en catalán remugar, un verbo que los niños mallorquines conocíamos muy bien porque remugàvem mucho, y así lo creí hasta que un día descubrí que remugar se corresponde más bien con refunfuñar. Nuevamente desasistido, no me quedó más remedio que buscarlo en los diccionarios, que, como hemos visto ya varias veces en esta sección, no siempre son del todo iluminadores y desde luego no cuentan como prueba de documentación léxica. Y allí, encima, me encontré con la asombrosa revelación de que era “coloquial”.

En todo caso, me pregunto, si yo aprendí a mascullar en traducciones y diccionarios, ¿dónde aprendieron los demás? La cantidad de palabras “de diccionario” (bilingüe o monolingüe) que adornan la prosa de las novelas me hace sospechar, y no sería la primera vez que una traducción automática (cogiendo la primera equivalencia “en español” que uno encuentra en un diccionario bilingüe) triunfa más allá de las traducciones. Pero, bueno, hoy estoy dispuesto a admitir que sí, que estas cosas se decían o se dicen “entre dientes”. Es curioso comprobar, por cierto, si esto es así, cómo se puede espetar y mascullar al mismo tiempo:

“Aquél se sintió molesto y le espetó entre dientes: –¿Pasa algo?” (José Luis Tomás García, La otra orilla de la droga, Destino, Barcelona, 1985 (1984), p. 152).

Más difíciles de decir “entre dientes” me parecen estas otras cosas:

“'Este vendrá de hacerle [sic] la cama a los cerdos con una horqueta, con una nube de pulgas en las pantorrillas', mascullé resentido, contentándome con ver brillar en la fluorescencia del telediario la saliva de sus besos” (Salvador García Jiménez, Primer destino, Editorial Regional de Murcia, Murcia, 1989, p. 32).

“Puedo meter mi mano al fuego –masculló– de que usted guarda su dinero bajo el colchón” (Elena Poniatowska, Obras reunidas II. Novelas I, FCE, México D.F., 2006, p. 469).

“Que no os afecten estas cosas, mi querido Gondemar –masculló el gigante Godofredo, mientras se apeaba del caballo” (Javier Sierra, Las puertas templarias, DeBolsillo, Barcelona, 2009 (2000), p. 209).

Un poco prolijas o afectadas, muy pendientes –en todo caso– de su sonora pronunciabilidad, estas frases para mascullarlas, ¿no? Más contundentes resultan las siguientes muestras:

“Merdemasculló en francés” (Isabel Allende, La casa de los espíritus, Plaza y Janés, Barcelona, 1985 (1982), p. 210).

“¿Eh? –masculló aproximadamente” (José Manuel Caballero Bonald, Toda la noche oyeron pasar pájaros, Planeta, Barcelona, 1988 (1981), p. 139).

¿Aproximadamente?

Retiro lo de contundente.

Imágenes:

1. La taberna de la aldea (1813-1814) John Lewis Krimmel: http://brookstonbeerbulletin.com/beer-in-art-153-john-lewis-krimmels-village-tavern/

2. La cocinera (1550), Pieter Aertsen: http://www.wga.hu/frames-e.html?/html/a/aertsen/index.html

3. Natalia y Cris con sus caras achinadas y sus dientes apretados (2010), http://www.flickr.com/photos/vislumbrosoloilusiones/5095228737/in/photostream

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