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La geografía del clasismo en España

Xavier Martínez-Celorrio

En el imaginario popular y mediático predomina un estereotipo de la movilidad social que identifica Madrid, País Vasco y Cataluña como los territorios de mayor ascenso social que ofrecen mayores oportunidades que el resto. Por tanto, donde se espera mayor fluidez social y apertura entre clases (social openness) con un mayor salto entre las clases de origen de los padres y las clases sociales de los hijos. Es una imagen invariable que se remonta desde los años 60 cuando las olas de migración interior hacia esos territorios buscaban la ansiada movilidad ascendente.

El gráfico 1 nos permite comparar la desigual distribución territorial de las oportunidades de ascenso social entre los hombres de la España de 1968. En pleno patriarcado y desarrollismo franquista. Cabe advertir que Andalucía, aun con sus intensas olas de emigración y muchos tópicos sobre su rigidez clasista, no era la región con menores oportunidades de ascenso social ya por entonces.

Más bien eran las regiones del interior (las dos Castillas, Extremadura y León), junto a las regiones atlántico-cantábricas (Galicia y Asturias), donde menos posibilidades de ascenso social encontramos en 1968. Cuarenta años después, este patrón territorial apenas ha variado por lo que respecta a la fluidez social.

En nuestra investigación “Educación y movilidad social en España” (Fundación Encuentro, 2012), hemos analizado una encuesta específica sobre estratificación social que recoge datos muy valiosos de 2006 (encuesta 2634 del CIS, “Clases sociales y Estructura social”). Sería deseable que el CIS se planteara replicar hoy en día esta misma encuesta.

El tamaño de la muestra nos permite desagregar Andalucía, Cataluña y Madrid, pero nos obliga a agrupar tres grandes áreas territoriales: Levante (formada por Comunidad Valenciana, Murcia y Baleares), España Interior (incluye Aragón, , las dos Castillas y Extremadura) y la amalgama Atlántica-Cantábrica (con Canarias, Galicia, Asturias, Cantabria, País Vasco y Navarra).

Todo estudio de la movilidad social entre los hijos de 64 años y sus padres nos proporciona un alcance retrospectivo de los últimos 40 años. Durante este largo periodo, la estructura social española se ha transformado en una sociedad de clases medias que hace muy poco ha dejado atrás la hegemonía de su componente popular, obrero y agrario. Somos un país de clases medias de ascendencia obrera y popular.

Si comparamos qué clases sociales ocupaban todos los padres (O) y qué destinos de clase lograron hasta 2006 todos los hijos/as (D), obtenemos una disimilitud intergeneracional del 32%. Es decir, un tercio de las clases sociales de los padres han dejado de existir y se ha generado un tercio de nuevas profesiones y posiciones de clase.

El gráfico 2 presenta la disimilitud entre padres e hijos/as por territorios y perfila dos procesos desigualmente repartidos que han destruido posiciones de clase: la desagrarización y la desindustrialización.

En el conjunto de España, en estos últimos 40 años, se ha perdido un 20% de posiciones de clase que eran agrarias y otro 12% de obreros industriales. Este 32% de las clases sociales de los padres que han dejado de existir se reemplaza en la generación de los hijos con un 26% de nuevas posiciones de clase media y otro 6% de nuevos puestos obreros pero poco cualificados. El predominio agrario e industrial del pasado se ha sustituido por una economía de servicios más dualizada.

Los territorios de destacan con la tasa más alta de disimilitud intergeneracional: un 42%. La causa es la gran destrucción de orígenes agrarios que se reemplazan con la mayor creación de posiciones de clase media (especialmente de pequeña burguesía comercial urbana). Levante y Andalucía también destacan por su alto nivel de desagrarización. En Madrid, Cataluña y (que incluye País Vasco o Asturias), es donde más se manifiesta la destrucción de posiciones de clase obrera cualificada a causa de la desindustrialización vivida.

Los territorios con mayor movilidad social (sumando ascenso y descenso de clase en relación a los padres) son Madrid (66,1%), Cataluña (64,4%), Atlántica-Cantábrica (63,8%) y Levante (63,4%). Queda algo más rezagada Andalucía (61%) y a mayor distancia se sitúa con la menor tasa de movilidad (57,6%). Como vemos, la alta disimilitud intergeneracional que hemos comprobado para no se traduce en una mayor movilidad social absoluta. Tampoco el mayor o menor volumen de la movilidad absoluta coincide siempre con una mayor fluidez social o movilidad relativa, como vamos a ver.

La fluidez social o movilidad relativa intergeneracional es un indicador muy potente capaz de medir el grado de cierre social con el que se estructura la desigualdad. La estructura de clases es cerrada y rígida cuando los orígenes sociales bloquean la posibilidad de movilidad social de los hijos, perpetuando una mayor herencia social. Sería el caso de una estructura donde los hijos de las clases medias profesionales quedan a salvo del descenso y reproducen la misma clase que sus padres mientras los hijos de obreros tienen bloqueado el ascenso social y volverán a ser obreros de segunda generación. Blindaje de ventajas y desventajas de origen que se traduce como una rigidez clasista y sin igualdad de oportunidades.

En cambio, hablamos de una estructura abierta de desigualdad cuando existe mucha circulación e intercambio entre los orígenes familiares de clase (O) y la clase social de destino (D) en la que acaban los hijos. Sería una estructura socialmente fluida con poca herencia social y una mayor igualdad de oportunidades. Es lo que los anglosajones reconocen como apertura entre clases (social openness).

Nuestra pregunta es ¿qué grado de fluidez o rigidez social tiene la desigualdad y la estructura de clases en los diversos territorios de España? ¿Predomina un modelo único de fluidez o rigidez? Para calcular la movilidad relativa, hemos tomado Andalucía como referencia y hemos clasificado el resto de territorios por su grado de fluidez o rigidez social.

El gráfico 3 presenta los resultados comparados de fluidez social (en positivo) y de rigidez adscriptiva (en negativo) en relación a Andalucía (valor 0).

El análisis sitúa los territorios España Atlántica y España Interior como las zonas socialmente más rígidas y menos afluyentes donde los orígenes sociales (O) continúan determinando con más fuerza los posibles destinos de clase (D) de los hijos/as. En relación a Andalucía, estos dos territorios incrementan un 47% y un 51% las odd-ratios de rigidez adscriptiva. Leído a la inversa significa que Andalucía es un 47% más afluyente o fluida que y un 51% más que

Levante (Comunidad Valenciana, Murcia y Baleares) cuenta con una estructura social que es un 40% más afluyente que la andaluza y destaca como el territorio con la estructura de clases más fluida del país. La estratificación en Madrid es un 24% más fluida que en Andalucía y en Cataluña lo es un 18% más. Se da la paradoja de que la zona Atlántica combina una alta movilidad absoluta (63,8%) y una alta rigidez entre sus clases sociales (1,47). En cambio, la España Interior combina una baja movilidad absoluta (57,6%) y una alta rigidez entre las clases sociales de origen y destino (1,51).

En suma, el análisis territorial de la movilidad relativa o fluidez entre clases sociales (O-D) parece perfilar un mapa de tres geografías españolas: una primera muy móvil y fluida (litoral mediterráneo y Madrid), una segunda situada en la media (Andalucía) y una tercera geografía con más rigidez y cierre clasista (Atlántica e Interior).

Cabe advertir que estos dos últimos territorios son una amalgama compleja pero forzada por la insuficiencia de muestras más desagregadas. Esperemos que, en algún momento, podamos disponer de encuestas y datos más territorializados por comunidades autónomas. En todo caso, el estigma de Andalucía como la región con la estructura social más rígida o clasista no se sostiene. Al menos, antes de la actual crisis.

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