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Este blog corresponde a Alternativas Económicas, una publicación mensual que te explica la información económica desde un punto de vista social.

Europa debe hablar con una sola voz en el escenario global

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Salvador Llaudes

Investigador del Real Instituto Elcano —

En febrero de 2005, Mark Leonard, analista británico y director del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR, por sus siglas en inglés), publicaba su libro Why Europe Will Run the 21st Century. Leonard no era el único que se las prometía muy felices entonces: había un cierto sentimiento en las élites del continente de que el proyecto europeo era imbatible. El soft power de la UE no tenía rival. Éramos un ejemplo para el mundo: un club democrático en continua integración. Habíamos logrado convertir en realidad el sueño de la moneda común y la incorporación de los países que antiguamente estaban bajo el telón de acero. Ya no había dos Europas. No volvería a haberlas nunca más. 

No obstante, pronto se demostró que las tesis fukuyamianas del fin de la historia tampoco servían para Europa. Mucho ha pasado desde entonces: comenzando por una crisis constitucional con rechazo al Tratado en Francia y Países Bajos hasta una crisis migratoria con la masiva llegada de solicitantes de asilo al territorio europeo, pasando por una crisis económica que ha dejado enormes huellas (entre otras, el crecimiento de los partidos populistas), la primera decisión de salida de un miembro del club (brexit) y las tensiones geopolíticas con tradicionales amigos (Estados Unidos), no tan amigos (China) y, directamente, rivales (Rusia). Este baño de realidad en forma de policrisis nos ha obligado a cuestionarnos muchas cosas. 

¿Hemos actuado de la manera más eficiente a la hora de atajar las crisis? ¿Es una mayor integración la solución a nuestros problemas? ¿O mejor repatriamos competencias? ¿Es la UE un instrumento útil para sus ciudadanos en el mundo de hoy? Y en caso afirmativo, ¿cómo queremos que sea: en 5, 10 o 20 años?

Subyace siempre una tensión entre lo coyuntural y lo estratégico. Lo coyuntural es resolver problemas. A lo largo de los últimos años, la UE ha estado apagando fuegos permanentemente. Sin embargo, muchas de las decisiones han carecido de una visión más estratégica. Como consecuencia de ello, la anticipación respecto a los problemas ha brillado por su ausencia. No será por falta de retos en los que pensar: el envejecimiento de los ciudadanos europeos, la ausencia de una verdadera política migratoria y de asilo común, los avances pendientes en la Unión Económica y Monetaria, la necesidad de establecer mecanismos que garanticen el respeto al Estado de derecho, la lucha contra el cambio climático, la revolución digital y garantizar una política comercial ambiciosa que se preocupe más de los perdedores de la globalización.

En 2019 tenemos una nueva oportunidad de aprovechar asuntos coyunturales para tratarlos de manera más estratégica. Tres son los retos fundamentales por afrontar a corto plazo: la gestión del brexit, las elecciones al Parlamento Europeo del 26 de mayo (que dan comienzo a la renovación del ciclo institucional comunitario) y, por último, la negociación del presupuesto europeo (Marco Financiero Plurianual).

El brexit debería haber tenido lugar ya, pero la inestable situación política en el Reino Unido lo ha impedido. En todo caso, la salida británica marcará un antes y un después en el proceso de integración, en el caso de que finalmente se acabe produciendo. Se trata de la primera vez en que alguien decide abandonar el barco, cuestión que ha provocado a su vez un efecto vacuna (en lugar de un efecto contagio) en aquellos países que veían con buenos ojos la salida del club. La gestión hasta la fecha por parte comunitaria ha sido un ejemplo extraordinario de cómo los Veintisiete (y las instituciones) pueden conseguir excelentes resultados yendo de la mano. El gran reto es mantener la unidad lograda hasta la fecha cuando se empiece a hablar seriamente sobre la relación futura. No será sencillo.

Más coordinación

Las elecciones de mayo darán comienzo a un nuevo ciclo institucional, donde lo primero será proceder con el reparto de top jobs en el Parlamento (presidente), en la Comisión (presidente), en el Consejo Europeo (presidente), en el Banco Central Europeo (presidente), así como el puesto de Alto Representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad. El presumible ascenso de los partidos euroescépticos en dichas elecciones complicará la gobernabilidad y la toma de decisiones de cara a futuro. De cualquier forma, la UE tendrá que lidiar con este contexto interno, también en las negociaciones del nuevo presupuesto comunitario tras 2020. Esto es clave para implementar numerosas políticas, entre las que están las más tradicionales como la Política Agraria Común (PAC) y los fondos de cohesión, pero donde también se encuentran otras más novedosas como la iniciativa de empleo juvenil y los fondos dedicados a migración, defensa e innovación.

Pero hay más. Si en el futuro la Unión Europea quiere ser tomada en serio, ha de actuar con una sola voz en el escenario global. Ello requiere de más coordinación, sin duda, pero también de dejar de lado esa idea de que para la política exterior es imprescindible la unanimidad. Hay que caminar hacia la mayoría cualificada en un mundo cada vez más neowestfaliano. La Unión Europea no puede convertirse en un juguete roto de Estados Unidos, Rusia y China, los tres actores globales por excelencia en la actualidad. Con los tres hemos pecado de autocomplacencia. 

A los americanos les confiamos nuestro bien más preciado (la seguridad), ya que prometía sernos fiel en la salud y en la enfermedad. Hasta que llegó Trump, con un lenguaje belicoso nunca visto en la relación entre europeos y estadounidenses desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Ante la adversidad solamente queda la unión: la UE debe mostrar fortaleza en su política comercial frente a EE UU y debe profundizar en aquellas medidas que le permitan dotarse de una verdadera autonomía estratégica, avanzando en la defensa europea (sin alejarse de la OTAN). EE UU no son un rival, pero tampoco hay que engañarse: su agenda no tiene por qué coincidir siempre con la de la UE.

'Fake news'

Con los rusos se pensaba que se incorporarían al consenso occidental tras una exitosa transición hacia la economía de mercado. No ha sido así. Las ambiciones geopolíticas de Rusia nunca desaparecieron. Con la llegada al poder de Putin eso se vio rápidamente: intervenciones en Georgia y Ucrania, así como injerencias constantes en la política interna de la UE, a través de financiación de partidos alejados de las tesis europeístas y de utilización de las nuevas tecnologías para la fabricación de fake news con el objetivo de influir en los procesos electorales. Por su parte, China es el último actor al que la UE le ha empezado a prestar atención, aunque quizás debiera haber empezado antes, y no cuando Italia se ha convertido en el primer país del G-7 en incorporarse a lo que se denomina la Nueva Ruta de la Seda. En todo caso, el nivel del reto es mayúsculo.

Nada está perdido, no obstante. Todo dependerá de cómo respondamos a las preguntas planteadas. Si seguimos atascados en la coyuntura, será difícil ver el bosque. Si pensamos (y, sobre todo, actuamos) de manera más estratégica, quizás sí tengamos una oportunidad de cara al futuro. Probablemente, no la que Mark Leonard creía que Europa tendría en el siglo XXI, pero al menos sí tendremos una voz y un peso con los que resistirnos a dejar de ser un actor que tener en cuenta.

[Este artículo forma parte de un dossier dedicado a las Elecciones Europeas publicado en el número 69 de la revista Alternativas Económicas. Ayúdanos a sostener este proyecto de periodismo independiente con una suscripción]

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