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Día 19 en estado de alarma: los invisibles

Homeless manteniendo la distancia de seguridad durante la pandemia /Foto: Luis Serrano

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Lucía es una señora mayor, que no llega a fin de mes y recibe ayuda puntual del Ayuntamiento. Como es persona de riesgo, no puede salir a la calle y hoy, con cita previa y autorización, me he acercado a la tienda a recogerle la compra de alimentos que le había hecho el Consistorio. Hasta ahí, todo normal.

La compra era mucho más voluminosa de lo que yo esperaba y he tenido que llamar al séptimo de caballería. Irene, mi chica. Aunque fuera estaba lloviendo, el joven trabajador me ha ‘invitado’ a esperarla fuera. “Se va a mojar la compra”, le he replicado. Tras un par de contestaciones muy bruscas, me ha espetado que las bolsas podían esperar dentro, pero: “TÚ te vas fuera”.

Ese tono, ese trato, esa falta de respeto en definitiva, me han hecho pensar en Eduardo Galeano. El escritor uruguayo lo resumió así: “Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada. Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos”. Allí, en aquel almacén, fui de pronto un nadie. Un invisible. Una persona con dificultades. Al menos antes sus ojos.

Al salir, me he tenido que recordar a mí mismo que sí soy alguien. Y que Lucía también lo es. Lo es ahora y lo fue cuando trabajaba de enfermera en un hospital. Lucía es alguien para sus dos hijos, que trabajan de sol a sol en Reino Unido. Lucía es alguien a pesar de que solo tiene 100 euros para llegar a fin de mes.

También es alguien José Luis, sentado a mediodía en un bordillo, junto a la casa de Lucía. No tiene hogar, ni dinero, pero hoy se ha ido con sus muletas y diez euros en el bolsillo a comprarse “tres bocadillos”. Y espero que también una buena cerveza fría. José Luis también es alguien… aunque se nos olvide todos los días (la ventana de Alejandro).

Humanidad

Invisibles, invisibles, realmente son los que están forrados de dinero pero, la verdad, es que no me apetece hablar de ellos. Cuando comenzó el estado de alarma, me eché a la calle armado con mi cámara para hacer un reportaje, que se publicó en este mismo periódico, sobre cómo se encontraba la ciudad vacía, prácticamente sin gente. Sin embargo, me llamó la atención encontrarme en las calles una gran cantidad de indigentes, o sin techo, o como queramos llamar a todos estos seres humanos que no tienen un hogar, una casa dónde pasar esta reclusión obligada. Realmente son invisibles todo el año, sin embargo, ahora nos llama la atención verlos incumplir el confinamiento.

Encontré a unos cuantos en un parque compartiendo una cerveza, a otros en la avenida con sus trastos, mendigando. La policía intentó desalojarlos y la respuesta fue contundente: “¿Dónde quieres que vaya si no tengo dónde ir?”. Pero, de todas las imágenes que capté, me quedo con la más graciosa, humana y divertida: dos sin techo, en la Plaza de San Martín de Porres de Sevilla, charlando animadamente manteniendo su metro de distancia de seguridad. Porque la humanidad nunca se pierde, aunque algunos de los otros invisibles se empeñen en querernos convencer de lo contrario (la ventana de Luis).

Un sexto sentido

Ha sido dejar las calles sin pisar unos días, y los invisibles se han hecho visibles. Me mandan esta foto de Lepe en la que se ve cómo unas amapolas han invadido la acera, ahora que la naturaleza manda más que nosotros. Siempre han estado ahí, pero no las veíamos, ni pensábamos que iba a ser especie “dominante” algún día.

Pero ahí están, controlando la situación, recordando que solo hace falta un poco de viento, paciencia y dejarlas en paz para que los pistilos hagan su trabajo. Ahora, nos llaman la atención cosas que antes ni apreciábamos. ¿Alguna vez pensaste que el ruido de una persiana te despertaría de noche? La vida, ahora, nos ha despertado un sexto sentido. (La ventana de Fermín)

Los invisibles del coronavirus son los mismos que los invisibles antes del coronavirus, que ese tiempo incluso existió. Como antes no se les veía mucho, ahora se les ve menos ya que la pandemia les ha comido el poco terreno que ocupaban, en todos los sentidos. Los pobres serán más pobres, los desempleados lo tendrán más difícil para tener un trabajo, los inmigrantes que vivían en chabolas no tendrán ni agua (ah, perdón, que ya no tenían), las personas en riesgo de exclusión social dejarán de estar “en riesgo” para estar directamente excluidos, las personas sin hogar lo tendrán más difícil para encontrar un techo, los que están en el umbral de la pobreza cruzarán ese límite, las personas de colectivos vulnerables harán mayor honor a su fatídico apellido...

Y un largo etcétera de damnificados de la crisis, seguramente los mismos que no pudieron salir de la anterior. Entre esos invisibles están precisamente los que ayudaron a muchas familias a soportar la anterior crisis, las personas mayores, que merecen mención especial. Otros invisibles que solamente se dejan ver a través del tristísimo goteo de muertes diarias. Desde su cárcel han dicho adiós a un mundo poco agradecido, como decían las 'cartas desde el asilo' de Reincientes. A muchos de ellos les ha vencido el coronavirus. En nuestras manos y en la de los gobernantes estará darles a futuro un lugar en la sociedad. A ellos y al resto de invisibles (La ventana de Javier)

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