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El aborto de Vox

Imagen de archivo del vicepresidente de Castilla y León, Juan García-Gallardo, de Vox, durante su intervención en el debate de investidura del presidente de la Junta, Alfonso Fernández Mañueco. EFE/Nacho Gallego/Archivo
16 de enero de 2023 19:53 h

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Muy instructiva resulta la orden imperativa promulgada por Vox en Castilla y León para que las mujeres que quieran abortar escuchen antes el latido del corazón del feto y puedan verle en ecografía como si el nasciturus viniera con un tik-tok debajo del brazo.

Es una buena brújula para adivinar las hechuras de estos matadores, que empezaron siendo maletillas en las redes sociales, y ahora ejercen como novilleros en tierras castellano-leonesas y podrían tomar la alternativa en Las Ventas de La Moncloa, a poco que el Partido Popular de Alberto Núñez Feijóo ejerza como su padrino.

 Al aborto de Vox, valga la redundancia, podría dársele la vuelta como a un calcetín ya que nos permite comprobar a través de sus latidos y de su instantánea prenatal en lo que se convertiría este país si las urnas diesen a luz a un gobierno en el que figurase la extrema derecha o la derecha extrema.

El poder --y quienes pretenden ostentarlo desde el absolutismo-- sigue metiéndose en nuestras camas, como ocurriera desde la ley del divorcio de la UCD a la del matrimonio homosexual del PSOE

A los del partido del diccionario, que tan poco gustan de los inmigrantes, les ha dado por importar el modelo húngaro, que impone aún más miedo a las preñadas del que ya llevan por sí solas en el cuerpo a la hora de que se les practique una interrupción voluntaria o forzosa de su embarazo.

A nadie le gusta un aborto y, mucho menos, a las mujeres que tienen que someterse a dicha práctica. Parece mentira que haya que repetir semejante albur casi cuarenta años después de la primera ley que lo autorizaba; y que evitó aquella larga sangría de remedios medievales y sacamantecas clandestinas para quienes no pudieran pagarse una excursión a Londres y no precisamente para asistir a un musical.

El poder --y quienes pretenden ostentarlo desde el absolutismo-- sigue metiéndose en nuestras camas, como ocurriera desde la ley del divorcio de la UCD a la del matrimonio homosexual del PSOE a partir del cual, a tenor del debate de la época, la izquierda iba a obligar a toda la ciudadanía a casarse con personas de su propio sexo.

Paradójico resulta que quienes ahora apuestan por convertir el útero pre-materno en un reality show, pregonen en cambio la imperiosa necesidad del pin parental para evitar que las escolanías puedan aprender en clase que el sexo no es una película porno

Paradójico resulta que quienes ahora apuestan por convertir el útero pre-materno en un reality show, pregonen en cambio la imperiosa necesidad del pin parental para evitar que las escolanías puedan aprender en clase que el sexo no es una película porno o que existen recursos abundantes para evitar una barriga mucho antes de entrar a la sala de operaciones.

Escuchad los latidos de quienes pretenden acabar con el Estado español más real y cómplice, el de las autonomías; de aquellos que creen que el clima es una timba de logreros y que los animales, como antaño las mujeres, carecen de alma; de quienes azuzan a los empobrecidos contra los pobres de serie y no contra quienes depauperan a unos y a otros; de los que desprecian las paguitas de los menesterosos desde pudientes chiringuitos oficiales hechos a su imagen y semejanza.

Cada mujer es dueña de su cuerpo, o debiera serlo. Como cada hombre lo es. Como debiéramos ser dueños y dueñas de nuestro destino. Así, el mejor cordón sanitario contra quienes convierten sueños en pesadillas, contra quienes proponen restringir derechos en lugar de ampliarlos y contra quienes gustan de socavar a las minorías actuando en su nombre, sería el del voto antes que el del veto. Urge que las papeletas se conviertan en fórceps, a la luz, sobre todo, de lo que la ecografía demoscópica nos permite vislumbrar en la placenta de las encuestas.

Debiéramos abortar, con el ejercicio quirúrgico de los sufragios, esa misión imposible que, sin embargo, a cada sondeo que pasa, se antoja cada vez más probable. Entre una España que ora y una España que bosteza.

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