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Los alegres fascistas

Contenedores volcados en la barriada de Huelin, Málaga, donde esta noche se han producido disturbios y enfrentamientos tras la manifestación convocada contra el toque de queda por la crisis sanitaria del coronavirus. EFE/Daniel Pérez.

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En la madrugada del 20 al 21 de abril de 2017, Pablo Podadera, un joven malagueño, celebraba su vigésimo segundo cumpleaños en un local del centro de su ciudad. A cierta altura, salió con un amigo para tomar al aire y se toparon con una pelea entre otros jóvenes a los que no conocían. Los dos amigos intentaron mediar en esa pelea, pero como respuesta tiraron a Pablo al suelo y le patearon brutalmente. Un día más tarde moría hospitalizado a causa de las lesiones. Los asesinos de Pablo Podadera estaban vinculados al Frente Bokerón (los animadores ultras del C.F. Málaga) y la asociación de extrema derecha Málaga 1487 (la fecha de la Toma de Málaga por los Reyes católicos), muy parecida al Hogar Social de Madrid, más conocida. Ambas organizaciones propugnan abiertamente ideas y simbología racista y xenófoba. No obstante, de manera sorprendente, la prensa local omitió el nombre de estas organizaciones en la cobertura de la noticia.

Más sorprendente resultó aún que el Málaga C.F. no condenara los hechos ni tomara algún tipo de medida contra el Frente Bokerón, y más aún que el Gobierno de la ciudad, entonces como ahora en manos del PP, tampoco lo hiciera: el Ayuntamiento de Málaga es copropietario, junto a la Diputación provincial y a la Junta de Andalucía, todos en partes iguales, del estadio La Rosaleda, donde juega el Málaga. Ninguna de estas instituciones públicas exigió al club, cuyo estadio pagan, que condenara tajantemente el asesinato. Tampoco que mientras el Frente Bokerón siguiera contando con personas vinculadas a grupos que hicieran apología de la violencia o ideas de corte racista o xenófobas le retirara las ayudas que recibe en forma de reducción del precio de abonos, espacio reservados en el estadio, recintos de almacenamiento, etc.

Ahora hemos sabido que los disturbios de poca monta con los que este fin de semana algunos jóvenes malagueños pedían, básicamente, que les dejaran hacer botellón durante el toque de queda estaban protagonizados por miembros de estas mismas organizaciones. De nuevo han sorprendido los eufemismos con los que la prensa local, sobre todo del principal periódico de la ciudad, se ha referido a estos neonazis: “jóvenes de estética radical”, donde deberían haber dicho skin heads, o pertenecientes a “grupos de animación deportivos”, donde deberían haber dicho al Frente Bokerón.

La complacencia con la que se ha llegado a normalizar este tipo de organizaciones explica, entre otros factores, que el Congreso de los Diputados cuente con 52 fascistas en sus escaños. Parece que aún no se quiere entender de qué va esto. En 2017 un joven malagueño murió no por defender unas ideas ni por militar en un colectivo político, pero eso no quiere decir que haya que obviar la ideología y la pertenencia política de sus agresores. Para ser víctima de la violencia de la extrema derecha no hace falta significarse en política, ser inmigrante ni tener una orientación sexual determinada. Solo hace falta que esas organizaciones neonazis se enseñoreen en las calles, como descubrió Pablo Podadera, porque los medios de comunicación y las instituciones, con sus reacciones tibias, les han creado cierta sensación de legitimidad.

Si la prensa no es capaz de señalar la filiación claramente política de estos grupos, de denunciar su apología de la violencia frente a los extranjeros, los homosexuales o personas de otras “razas”, si se sigue refiriendo ellos con medias palabras, eufemismos o directamente expresiones inocuas (¡animadores deportivos!, como si de una peña se tratara), si las instituciones que nos representan siguen invirtiendo dinero en clubs que los acogen, serán responsables, sin ningún tipo de paliativos y en una medida nada despreciable, del actual auge del fascismo. Pero no pasará nada, porque en realidad nos informarán de otro auge, el de las estéticas radicales y los animadores de fútbol.

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