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¿Un 28F más?
“¿Da usted su acuerdo a la ratificación prevista en el artículo 151 de la Constitución a efectos de la tramitación por el procedimiento establecido en dicho artículo?”. A esta pregunta tuvimos que enfrentarnos los andaluces en referéndum, hace ya 36 años, para decidir, sí, decidir, cómo queríamos estar en el nuevo marco territorial abierto en la Constitución de 1978. Una Constitución redactada por los partidos de entonces, que consagraba el statu quo territorial, previo al golpe de estado militar de 1936, como foto fija. A saber, aquellos territorios que no hubieran aprobado un estatuto de autonomía durante la República, no serían las nacionalidades previstas en el artículo 2 y, además, si acaso, tendrían las regiones (sic) que recorrer un intransitable camino hacia la igualdad, si es que decidían escapar de la previsión a la baja del artículo 143. Andalucía lo consiguió.
Ni en las movilizaciones populares multitudinarias de Andalucía de aquellos años, ni en los Pactos de Antequera, que unieron a todas las fuerzas políticas, se discutía la unidad de España. No, no tocaba. Los andaluces querían autogobierno de primera, de eso se trataba, y lo consiguieron. También debimos enfrentarnos a la traición de la derecha y de un Gobierno central que, de manera insólita, no sólo puso trabas legales, todas, para que no saliera el sí, sino que predicó la abstención.
Algunos pretenden desvirtuar aquella gesta democrática por el hecho de que fuera la voluntad política la que tuviera que imponerse para desbloquear la injusticia del resultado de Almería. Pero veamos, Andalucía tuvo que decidir con la recién aprobada ley orgánica de referéndums (enero de 1980). Cataluña y el País Vasco se la saltaron, por la vía de urgencia, con sendos reales decretos (septiembre de 1979), adelantados para obviar la dureza venidera de una nueva norma derivada del rigor consultivo del artículo 92 de la Constitución. Algo que conviene recordar hoy, cuando las consultas se consideran incompatibles con el Estado de derecho. No pasaba nada entonces. Las históricas, según ellos, bien valían una misa, aunque fuera negra; era lo pactado entre todos ellos: una España a dos velocidades.
En todo caso, en la consulta, 119.550 almerienses dijeron sí, y solo 11.450 dijeron no. Un 55,42% de todos los andaluces dijimos sí. Para los que les parezca poco, el referéndum de la OTAN fue aprobado con un 52,5%. En definitiva, injusta y desigual concepción de la Constitución, obstruccionismo rigorista del Gobierno central en la convocatoria del derecho democrático de los andaluces a decidir su futuro, interpretación torticera y parcial, a veces desprecio, de los resultados y luego, de la solución a tamaña injusticia; pero así fue y es nuestro camino: duro.
La historia de una encerrona
El 28-F no sólo fue un hito político, fue la historia de una encerrona a los andaluces, con una sorpresa: la respuesta democrática masiva más tremenda y furiosa de un pueblo ante la marginación política. Fue la culminación de una lucha que pudo haber tenido fruto antes, en 1936, una vez aprobadas las bases del Estatuto para Andalucía en las Asambleas de Córdoba (1933) y Sevilla (1936). El intento fue abatido por la armas de un golpe de estado, que se llevó por delante, entre otros, al principal de sus promotores, Blas Infante, pero no el único. Lo más grave es que arrasó, también, la historia de la lucha por el autogobierno de los andaluces, oculta en la oscuridad de la dictadura, aunque mantenida por unos pocos.
El pacto de los mayoritarios, con nacionalistas vascos y catalanes, pretendió evitar aquel precedente, ignorando, de camino, la lucha por el autogobierno de Andalucía, las Asambleas de Ronda y Córdoba de 1918 y 1919, respectivamente, que definieron a Andalucía como realidad nacional, así como su tradición federalista, recogida, entre otros momentos históricos, en la Constitución federal de Antequera de 1883.
Hoy estamos ante una situación similar, pero con un peligro: el pueblo andaluz está desmovilizado y, tal vez, se encuentre defraudado y frustrado ante las esperanzas fallidas de que el autogobierno nos librara de nuestras dependencias históricas, políticas y económicas. Pero el poder acecha, no desfallece, sólo reacciona ante otro poder y, en su ausencia, es el caso, pretende revolver al diseño de 1978: una España a dos velocidades. Pero si en aquella fecha los constituyentes olvidaron deliberadamente el camino andado por Andalucía en la República, hoy no podemos consentir que nadie olvide, ni dentro ni fuera, lo que el pueblo andaluz consiguió de manera pacífica y democrática: estar en pie de igualdad con los demás pueblos de España, en la primera línea del poder político.
Si el largo 28F fue fruto de la movilización ciudadana y de la unidad política frente al pacto territorial discriminatorio con Andalucía, hoy, ante la perspectiva, bien de acuerdos bilaterales, bien de una reforma federal, que dejen fuera a Andalucía, cabe exigirnos despertar y un nuevo Pacto de Antequera que movilice a todas las fuerzas políticas, económicas, sociales y culturales para defender los derechos democráticamente conseguidos por los andaluces en las urnas.
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