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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal
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Archipiélago rechazo

Vecinos de Mogán insultan a migrantes alojados en hoteles Cedida

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¿Recordáis a los rohingyas? Monjes budistas los exterminaban, en 2017, por ser musulmanes. Era un genocidio consentido por la presidenta de Myanmar, la Premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi. Un millón acabó en el campamento de Cox’s Bazar, en el vecino Bangladesh. Pues bien, ahora mientras Aung San Suu Kyi posa entre firmantes del acuerdo comercial Asia-Pacífico, incluida la progresista presidenta neozelandesa Jacinda Ardern, pasa inadvertido el traslado forzoso por Bangladesh de los rohingyas a una isla inundable. ¿Cómo no es un escándalo mundial? Porque “islas jaula”, “archipiélagos presidio” se han normalizado. Los usan países tan “democráticos y respetuosos de los derechos humanos” como Australia o los de la Unión Europea, con España a la cabeza.

En Canarias, el Gobierno de coalición de PSOE-UP tras dejar meses a cientos de migrantes al raso y hacinados en el muelle de Arguineguín, con otros repartidos por los hoteles vacíos por la Covid, ahora plantea como solución concentrar a siete mil en tiendas de campaña militares en el acuartelamiento de Barranco Seco. Las salidas de migrantes a la península son a cuenta gotas, entre secretismo y mentiras por miedo a la crítica de la ultraderecha racista.

La percepción, por la población local, de que Europa y la zona peninsular de sus países quiere convertirles en Alcatraz para inmigrantes abona el terreno a los bulos racistas, como el que este sábado acabó con una concentración xenófoba frente al centro de acogida de Arguineguín y con la Cruz Roja recomendando a seis mil migrantes no salir en 48 horas por miedo a lo que pudiera pasar con ellos.

“Islas presidio” en Grecia, Italia, España, Australia…

No es un caso aislado. La violencia institucional de confinar en islas a personas libres que no han cometido ningún delito genera violencia ciudadana.

En las islas griegas del Egeo las chispas saltan no solo en Lesbos, la más famosa por un campamento, Moria, que cuando se incendió en septiembre era el mayor de Europa con sus 13.000 internos. Ahí en Lesbos destacan la agresión con cócteles molotov a doscientos afganos en abril de 2018 al grito de «¡A quemarlos a todos!», pero los ataques se han sucedido y esta primavera algunos griegos impedían que las balsas llegaran a la orilla mientras gritaban “¡Zorras, que fornicáis como conejos!” a madres huidas con sus hijos de la guerra siria. Pero en islas como Samos, el alcalde de Mytilinioi, Giorgos Eleftheroglou, ha creado su “grupo de asalto” con la amenaza de que “sacaremos las escopetas y nos enfrentaremos a las ONG y a quien intente imponernos a los migrantes” y en la isla de Quíos incendiaron un almacén de ropa para refugiados.

En la italiana isla de Lampedusa el civismo se impone aún. Lo que no quita que la ciudadanía se niegue a concentrar allí a los huidos por Libia. Este verano, cuando el centro de acogida para 300 personas tenía 1.220, se declaró huelga insular hasta lograr traslados.

El “archipiélago presidio” tiene como pieza destacada la isla de Nauru que Australia usa desde 2012 para confinar migrantes, incluidos cientos de niños, que allí desarrollan enfermedades mentales y tendencias suicidas.

Pero no es inevitable esta deshumanización de acostumbrarnos a las versiones posmodernas del Archipiélago gulag estalinista que denunció Aleksandr Solzhenitsyn. De hecho, países como Dinamarca donde hasta 2019 el Gobierno de centro-derecha apuntalado por los xenófobos del Partido Popular Danés impulsaba el destierro de migrantes al islote Lindholm, abandonado en el Báltico, ha sido parado gracias a la movilización social y la victoria en las generales de los socialdemócratas.

Cegados por un falso “efecto llamada”, ciegos al “efecto salida”

La comisaria europea de Interior, Ylva Johannson, repite tras su viaje con el ministro Marlaska a Canarias que no será un segundo Moria. El problema es no explicar cómo evitarlo cuando se parte de dos errores:

El primero estar obsesionados con que trasladar a los migrantes de las islas griegas, italianas y españolas –y las ciudades enclavadas en África de Ceuta y Melilla- a la Europa continental causa “efecto llamada”.

El segundo, no actuar sobre los “efectos salidas”. ¿Cómo? Parando el expolio pesquero y energético de Europa sobre África, el abuso comercial entre compra de materia prima y venta de manufacturas y promoviendo los derechos humanos en países como Marruecos que, mientras logra que Trump avale su ilegal anexión del Sáhara Occidental, es incapaz de garantizar bienestar a los marroquíes, más de la mitad de los migrantes a Canarias.

El agua empieza a cotizar en Wall Street

Entre las acciones claves y urgentes, insensatamente atrasadas, está frenar la catástrofe climática. Y no basta con que la UE pacte recortar las emisiones al 55% para 2030. Hay que parar el disparate de que el agua, el recurso clave para la supervivencia humana, cotice en la bolsa de Nueva York, como lo hace desde la semana pasada. Un derecho humano básico, al que aún no tienen acceso dos mil millones de personas, un cuarto de la humanidad, no puede quedar en manos de quienes especulen con él para enriquecerse.

Si todos nosotros, la ciudadanía, como verdadera comunidad internacional no reaccionamos enseguida, pronto se multiplicarán los refugiados climáticos. Y entre ellos se contarán los habitantes de las islas hoy jaulas de otros. Abocados ellos mismos a huir donde quizá les rechacen.

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