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Bulimia sobre Afganistán

Fuerzas armadas británicas evacúan a afganos en el aeropuerto de Kabul.

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Estos días de agosto es difícil tragar la locura del mundo que se ceba con Afganistán. El nombre del país y mil imágenes nos asaltan ya estemos de vuelta a la ciudad o los últimos días de vacaciones en el campo o la playa. Es humano resoplar, no querer verlo, sentirse saturado e impotente, desear volver a la infancia de centrarse solo en hacer castillos de arena. Pero el mundo fuera de la burbuja más cercana, el mundo que nos acerca todo tipo de pantallas rebosa dolor y desesperación por subir a uno de los últimos vuelos de evacuación.

La cuenta atrás intensifica el vértigo ante ese martes 31 en que la espada de Damocles caerá sobre afganas y afganos abandonados.

Noticias de última hora tras los atentados del jueves en el aeropuerto de Kabul se suman a hondos análisis llenos de datos sobre los 20 años de ocupación de EEUU apuntalado por Europa y la OTAN (entre tantos recomiendo este de la lúcida Olga Rodríguez) y entrevistas, muchas a afganas, políticas, deportistas, periodistas, activistas horrorizadas ante la vuelta al poder del espantoso machismo talibán, otras a fuentes políticas, diplomáticas, militares, académicas del mundo entero, expertas…

Más pronto que tarde cualquier cabo lleva a cuando Bush Jr. decidió vengar en tierra afgana el atentado del 11S de 2001 contra las Torres Gemelas con la excusa de democratizar el país y librar a sus mujeres del burka. Lanzó la caza de Osama Bin Laden que culminó con su tan vergonzosa y contraproducente como poco criticada ejecución extrajudicial vista en directo vía satélite por el progresista Obama, su vicepresidente Joe Biden y su secretaria de Estado Hillary Clinton. Quien, por cierto, un año antes había reconocido (Ver minuto 1’15 de entrevista Fox News 18 julio 2010) que EEUU, en los 80:

“Tuvimos esta brillante idea de ir a Pakistán y crear una fuerza de muyahidines o milicianos, les equipamos, les dimos misiles para que se enfrentaran a los soviéticos. Tuvimos éxito, los soviéticos se retiraron de Afganistán y dijimos ¡Genial! ¡Adiós! y dejamos a esos fanáticos bien armados y entrenados en Afganistán y Pakistán creando el desastre (…) que ahora combatimos.”

Esta historia ya nos la sabemos. Incurro en el mismo fenómeno que detecto: llevamos días y semanas, periodistas y medios, cebando la palestra mediática de cuanto suena a Afganistán. “Ahora toca” con la misma intensidad con que hace nada “No tocaba”. Se recuperan listas de libros sobre el país, desde ensayos a novelas. Llego a leer con pasmo que “Cadenas europeas y plataformas ofrecen documentales y reportajes sobre el conflicto en el país” y pienso que menos mal que sus autores los rodaron aunque toda la industria alrededor los machacara con el mantra de que “ese tema no interesaba”.

¿Por qué los afganos que ayer no importaban hoy importan?

Yo misma viví cuando viajé a Lesbos, en 2016 y 2018, para informar de la situación de los refugiados cómo los afganos integraban el furgón de cola que a nadie interesaba.

En marzo de 2016, cuando la UE anunció el pacto para deportar migrantes a Turquía a cambio de pagar a Erdogan 6.000 millones de euros los ojos de los europeos (de lectores y medios) sólo se apiadaban de los sirios que huían de su guerra y objetaban que afganos, paquistaníes, bangladesíes o eritreos no eran lo mismo. Triunfaba así la versión oficial de la UE y nuestros gobiernos. Pero en el campo de olivos donde malvivían aquellos a los que se vetaba la entrada hasta en el siniestro campamento de Moria eran legión afganos y paquistaníes que explicaban –como recogí en esta crónica– que no eran migrantes económicos como se decía, sino víctimas de la violencia talibán.

De nuevo, en 2018, en el mismo lugar conocí a Amidi Mohammdi que había trabajado nueve años como traductor para EEUU y relató para mi reportaje que los talibanes le amenazaban con violar a su mujer ante él para matarle después. La pareja y sus hijos sufrían en Grecia condiciones inhumanas al punto de decirme: «Moria es igual o peor que Afganistán.»

Cerca de allí, Akbar Husein y Rugel Torjik, pedían ayuda para su hijo paralítico cerebral de 17 años al que trajeron en silla de ruedas desde Afganistán y Kobra Rezai lloraba sin consuelo porque su marido de 32 años había muerto en Lesbos por un infarto no atendido dejando huérfana a su niña de 3 años.

Celebro, claro, que los afganos que ayer no importaban hoy centren la atención mediática y social. Pero, ¿lo hacen de verdad?

Traemos a España más de dos mil, pero Afganistán son 30 millones y no es el único estado donde las grandes potencias juegan al ajedrez con las personas para interés de los mismos poderes que aquí en Occidente empeoran la vida de la gente trabajadora.

¿Vamos a tomarnos en serio, la sociedad civil organizada, lo urgente y necesario que es cambiar la demencial política internacional (en paralelo a la medioambiental) para evitar el colapso global? ¿O seguiremos atiborrándonos hoy de estas malas noticias para vomitarlas mañana y darnos un atracón de otras terribles al día siguiente como bulímicos adictos a hacernos daño?

Atajar la bipolaridad en Derechos Humanos del gobierno y Europa

“Todo es muy complejo” nos alecciona el poder. Dan así a entender que nosotros los ciudadanos somos cortitos para comprender. Pero cuando una asiste a la desbandada actual, cuando lee desde a Angela Merkel hasta al secretario general de la OTAN decir que no esperaban que al marcharse las tropas de ocupación los talibanes se impusieran tan rápido, cuando se ve el sistema de nuestro Ministerio de Defensa para meter a nuestros colaboradores afganos en los aviones de evacuación agitando un pañuelo rojo y al grito de «España, España», cualquiera se echa las manos a la cabeza.

La postura oficial es la de perseverar en el error que nos trae aquí. El presidente francés Macron ha salido a decir que Europa debe “anticiparse y protegerse contra los flujos migratorios irregulares”, la UE pretende dejar a los refugiados afganos en manos e Irán y Pakistán a cambio de suculentos pagos como los que ya hace años da a Turquía y Marruecos para que hagan de poli malo. Y España…

El gobierno de coalición que presume de progresista tiene que acabar ya con la bipolaridad de que el presidente Sánchez reciba en Torrejón aviones de afganos mientras a la vez promete al presidente ceutí, Juan Jesús Vivas, que agilizará las expulsiones de los 700 chiquillos marroquíes que cruzaron la frontera en mayo pese al contundente auto judicial que las ha parado por violar la legalidad.

Esto no se resuelve solo con destituir al ministro Marlaska, criticado no solo por activistas y abogados protectores de migrantes sino hasta por compañeros suyos como el senador socialista y catedrático de Filosofía Javier de Lucas. Se trata de apostar en serio por los derechos humanos y tener visión estratégica de convivencia.

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