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Más debate y menos combate

Rajoy y Sánchez

Javier Aroca

Los datos proporcionados por el CIS último ponen de manifiesto una cosa con claridad: a pesar de cuatro años de Gobierno en contra de casi todo el mundo, con arrogancia y mayoría absoluta, el PP, liderado por el aspirante a una nueva presidencia menos valorado, encabeza las expectativas electorales. Es decir, que a la izquierda le saca cinco puntos, al que menos, y diez al siguiente. La autocrítica, virtud reclamada como seña de identidad por la izquierda, debería actuar.

Con estas previsiones, Rajoy no parece dispuesto a cambiar, ¿para qué? Como el personaje de Lampedusa, ya se cree el mejor. Por eso, no parece muy inclinado a asistir a los debates. Para él son un latazo, se los tiene que preparar y, como diría Cesare Pavese, lavorare stanca, el trabajo cansa. Nada nuevo, es natural en su manera de ser, ya no se recuerda cuándo se le escapó aquello de que los desfiles militares eran un coñazo, sobre todo si coinciden con una retransmisión matinal de fútbol; eso lo comparto con él , aunque no es tampoco para fiarse: a pesar de su fobia a los alardes, no ha dudado luego, cuando ha podido, en excederse en los gastos militares con prodigalidad.

Ya pudimos observar esa actitud en las anteriores elecciones, no creo que nos espere algo distinto para éstas: combate en vez de debate. Lo impropio del momento democrático que nos toca vivir es que los líderes hablen de los debates como si fueran una prerrogativa suya, una elección u opción en manos de sus asesores de campaña, y no un derecho de los ciudadanos para poder elegir con madurez y mejor información.

Los debates son propios de democracias avanzadas, permiten que los ciudadanos perciban las cualidades de liderazgo de los aspirantes y ponen de manifiesto las habilidades intelectuales, las actitudes y aptitudes de toda naturaleza de los protagonistas.

En la Universidad de Yale, hasta mediados del diecinueve, eran obligatorios para obtener el grado. Aquí el género es una especie rara, y, desde luego, alguno diría: para qué necesito yo la oratoria y el debate si voy a ser registrador de la propiedad.

En la recién estrenada democracia americana, Madison y Monroe, que competían por el mismo escaño, se pusieron de acuerdo, compartieron gastos, y recorrieron todo su distrito debatiendo en público. Ganó Madison, luego autor de la Carta de Derechos, en la que la libertad de expresión e información tenía el peso que corresponde a una democracia de ese nivel. El efecto y recuerdo fue tal, que a la siguiente ganó Monroe. Y no sólo es un fenómeno televisivo yanki. Antes de que existiera la tele, el más famoso fue el que enfrentó a Lincoln contra Douglas. El resultado es sabido: Abraham Lincoln fue presidente.

Escapismo y dotancredismo

Aquí estamos en otra cultura, la del escapismo y dontancredismo político, en la que no dar la cara no se reprocha apenas. Cualquiera piensa que con comparecer detrás de un plasma, o en una rueda de prensa sin preguntas, asistir a una programa de variedades, cantar un gol, jugar al futbolín o presentar el tiempo, si tercia, ya se ha cumplido. Se ignora en dónde se responde en democracia. No es extraño en un país en donde su jefe de Estado pidió perdón en el pasillo de un hospital y se dio por bueno y hasta se consideró exotismo democrático del bueno.

Pero si a un aspirante le va bien, no hay reproche y no es obligatorio. Por qué va a comparecer ante los electores. Según Ben Voth, los debates son un auténtico duelo y pertenecen a la categoría simbólica de las ejecuciones públicas, como espectáculo. De ahí que todos teman perder y los asesores entren en pánico. No quieren ser ejecutados electoralmente por la gente, si es que que se dan cuenta de la verdadera faz del contendiente.

Me temo que es esa la campaña que nos espera, combate y no debate, mantras repetidos a modo de salmodia o murga. Pierre Bourdieu gustaba de aplicar analogías para explicar la política. Su preferida era la religiosa. Es decir, que nos esperan novenas a los candidatos y rosarios públicos recitados colectivamente por los fieles de cada uno. Endogamia política ignorando a los destinatarios de sus oraciones. En palabras, de nuevo, de Rajoy: un coñazo. Qué oportuno traer a Javier Ruibal: “y menos novenas, y menos rosarios, y más pelis güenas-debates- en el Cine Macario”.

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