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La derrota estaba escrita

Sánchez, Díaz, y López durante la votación de primarias del PSOE.

María Iglesias

De forma insólita, escribí este artículo adelantándome a los acontecimientos, el viernes. No exactamente como lo estáis leyendo. Sino un boceto. Me permití el riesgo de hacer un trabajo en balde, de escribir esta columna admitiendo la posibilidad de que, el domingo, el resultado de primarias del PSOE la contradijera y yo acabara tirándola a la papelera. ¿Por qué? Por el pálpito de que era otra la historia escrita de antemano, a la que la realidad iba a cambiar el final. Y así ha sido: Pedro Sánchez ha ganado el liderazgo del PSOE. Ahora sí por voluntad de los militantes.

Es comprensible que Susana Díaz aún se pellizque. Han sido años preparando este momento, estudiando los movimientos de ajedrecistas previos, moviendo las piezas en el tablero, comiendo peones, alfiles, caballos, torres para llegar al jaque mate, con todo el poder, orgánico, mediático, sistémico de su parte... y sucumbir. ¿Qué ha podido fallar para que ese chico salido de la nada, barro moldeado en sus manos, quien “no valía pero les valía” haya sido el preferido?

Toda realidad compleja, importante, de peso es consecuencia de un conjunto de factores. Pero a mí, lectora empedernida, escritora, lo que me fascina del caso es el papel que ha jugado “el relato”. En estos tiempos en que la cultura se ahoga bajo el diluvio del no sirve para nada, la derrota de Susana Díaz es pura literatura. Se ha querido hurtar a los lectores -militantes, simpatizantes, ciudadanos- el origen del cuento. Y sin embargo, todo lector activo lee no sólo lo explícito, sino entre líneas.

La novela de esta derrota arranca cuando Zapatero se hizo el harakiri de convertirse en brazo ejecutor de la Troika e infligirnos el austericidio pactando con el PP en agosto de 2011 la reforma Constitucional del art.135 para priorizar devolver la deuda a los servicios. Sólo cinco meses después del 15-M en que de forma inaudita gente de lo más diversa se echó a la calle al grito de “¡Que no nos representan!”. ZP contrapuso su “me cueste lo que me cueste” y cosechó la derrota ante Rajoy y el PP.

El PSOE pudo haber optado por renovarse con esa Carme Chacón a la que, en su prematura muerte todos han llorado, pero que arrinconó el aparato pro Rubalcaba. Éste volvió a estrellarse. Y cuando Susana Díaz era vista por los barones “como la gran esperanza” para, lampedusianamente, cambiarlo todo sin que nada cambiara, frente a un Eduardo Madina más transformador y conectado con la ciudadanía progresista, ella prefirió elegir a un hombre de paja, un desconocido: Pedro Sánchez.

Tenía una lógica, un sentido. A ella todavía no la había elegido nadie. Era “una escaladora de ochomil” -texto de Lourdes Lucio en El PAÍS-A que cito mucho por su potencia, analítica y lírica, y que quizá le costara a la veterana periodista, referente en Andalucía, un alto precio pues, ¿casualmente?, luego, acabaron apuntándole la salida del diario-. Díaz había ocupado ya muchos cargos -concejal, diputada, senadora, consejera- pero no había ganado ninguna elección. Heredó la presidencia de la Junta de su último Pigmalión, ese José Griñán al que, como a Chaves, ha vuelto la espalda por su imputación en los ERE cuyo juicio se verá en breve.

Sobre el papel, convenía más montar unas primarias andaluzas con apariencia de pluralidad y ganar. Adelantar autonómicas -pillando con el paso cambiado al Podemos recién nacido, que pensaba en municipales-, ganarlas por la mínima en una Andalucía donde el PSOE siempre ha ganado estos 40 años. Mandar a sus fuerzas a apoyar a Sánchez para derrocar a Madina y luego, cuando se quemase, vencido por el PP, o al impedirle pactar con nadie más que el derechista Ciudadanos con quien se gobierna Andalucía, aparecer al rescate, cabalgando de Al-Andalus a Castilla, en reconquista inversa, ella, la lideresa, a lomos de Babieca.

Sobre el papel, ya digo, parecía tener sentido. Pero, ¿dónde queda en esto el factor humano, los sentimientos, la emoción? La piedra angular, la esencia, el motor de toda historia, desde las tragedias griegas, a los dramas shakespirianos, nuestro Quijote tan alabado y poco disfrutado, hasta un Limonov de Carrère, Estirpe de Fois, ¡Daha! de Günday o la más actual serie de la HBO.

Nadie, con la mínima dignidad humana, se resigna de buen grado al papel de pelele que a Pedro Sánchez le asignaron. Nadie, con 45 años, a quien de un tirón, en el motín de Ferraz, se le abre la trampilla bajo los pies para que caiga al abismo, para que su nombre, si es recordado, sea como Pedro el utilizado, se va de brazos cruzados. Sin intentar dar con la razón de por qué se prestó. Sin armarse él un relato, de que lo hizo por ideales, para intentar cambiar, mejorar el partido, la sociedad. Algo que pueda contarse al acostarse, y a su mujer, hijas, padres, amigos, vecinos.

Ningún militante, simpatizante, votante, ciudadano con empatía mínima -por más que sea susanista- puede evitar pensar lo cruel que es la política cuando pasa por encima de alguien. Sea Pedro Sánchez... o, peor, Eduardo Madina. Quien, humanamente dolido por el ninguneo al que Sánchez le sometió cuando era el preferido de Díaz, en esta campaña de primarias ha bajado a una sima de servilismo, que debe ser dolorosísima a tenor de lo que se ve en su cara, del discurso soterrado que vibra bajo esas palabras con las que niega todo lo que él ha sido, durante tantos años de trabajo político.

El militante, el simpatizante, el votante, el ciudadano, como todo lector, quiere épica, emoción, esa verdad capaz de saltar de la obra a la vida, de impactar y transformar. Quizá habría apoyado a una Susana que en el televisado debate a tres hubiera dicho:

“Sí, yo puse a Pedro Sánchez y le presté mis avales porque en aquel momento juzgué torpe presentarme, le usé y luego llamé a filas a los míos y eso ha sido indigno. Perdóname, Pedro. Me he criado en ese tejemaneje político, así he llegado hasta aquí y creí que podría seguir sirviendo. Pero por este camino, desaparecemos. Por este camino, aunque ganemos, no haremos una política en verdad transformadora de la sociedad, sino una versión soft de la del PP, cuando el elector no pueda con más hardcore. He salido de incógnito, por la noche, del gueto de aduladores y me he asomado a las mirillas de las agrupaciones. Y la gente quiere que cambiemos de verdad la realidad, no que finjamos hacerlo. Para tener un futuro, vida y no sólo supervivencia. Ojalá este reconocimiento mío de lo que ha ocurrido, el perdón que te pido, de corazón, Pedro, sea el comienzo de la nueva etapa necesaria. Que tiene que empezar la próxima semana. Y en la que, juntos, gane quien gane, nos dejemos hasta el último aliento para hacer realidad el sueño de nuestro pueblo”.

En vez de eso: “No mientas, cariño”, “El problema eres tú, Pedro”. “De treinta colaboradores te quedan siete”, “Felipe se siente engañado”, “Zapatero no se fía ya de ti”. De los muchos errores de Díaz, uno grave ha sido subestimar al lector. Quizá cierta clase política ha pasado por alto que hasta en una sociedad donde el cuarenta por ciento de los ciudadanos no lee ni un libro al año, la literatura está tan metida en la médula, de un modo tan atávico, que nos constituye y determina qué se quiere en la vida y con qué pasos se intenta lograrlo. Quizá esto demuestre que lo que repiten sin convicción en los discursos de fomento de la lectura, no es una frase vacía, sino una verdad que se debieran aplicar: Hay que leer más.

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