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Estrategia: pactar con el PP

El presidente Sánchez, esta semana en Sevilla, con el presidente andaluz, Juan Manuel Moreno (derecha) y el candidato a la Junta Juan Espadas (centro).
8 de octubre de 2021 20:19 h

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Algo está pasando en Andalucía: se rueda el episodio piloto de una serie que, ojo, puede marcar el inmediato futuro del país. Sus protagonistas son dos hombres tranquilos (o grises), Juan Manuel Moreno Bonilla, líder del PP andaluz (de origen sorayista) y primer presidente popular de la Junta tras 37 años de gobiernos socialistas y Juan Espadas ex susanista aliado con Pedro Sánchez para desbancar a Susana Díaz al frente del PSOE andaluz. Ambos se han reunido y anuncian que ven posible acordar los Presupuestos autonómicos de 2022 y evitar el adelanto electoral a primavera y, más todavía, incluso firmar “un acuerdo político” de más alcance que garantice “la estabilidad para Andalucía para los próximos años.”

Moreno y Espadas comparten, además del aliño indumentario extra-clásico, el ser dos políticos de buen talante, moderados, que algunos (no malévolos, sino votantes) ven intercambiables. Electores del PP comentan abiertamente que en pasadas municipales a la alcaldía de Sevilla votaron a Espadas porque encarna esencias (sociológicas, cofrades, incluso económicas) de su ideario. Ahora, ambos se necesitan: Espadas para darse a conocer (¿cuántos sabéis quién es?) y Moreno porque al estar su actual socio, Ciudadanos, en caída libre, solo con apoyo del PSOE podría evitar adelantar las elecciones de 2022 y librarse de gobernar con Vox.

Un “librarse” que es “librarnos”, reconozcámoslo. Y así llegamos al punto clave porque este relato no se despacha con un final de blanco/negro, bueno/malo.

Juan Manuel Moreno está infinitamente más cerca que Pablo Casado (¡no digamos que Isabel Díaz Ayuso!) de esa derecha civilizada por la que tantas veces clamamos en España. Defensor del sistema autonómico, sin agresividad verbal ni estridencias es la cara amable de unas políticas, en todo caso, eso sí, ultraliberales (bajadas de impuestos a las rentas altas, deriva de fondos públicos a la educación y sanidad privadas, “ladrillo y campos de golf” hasta en parajes de especial protección). Una política cuyo urdidor en la sombra es alguien más duro, el vicepresidente Elías Bendodo (por aquí apodado Richelieu).

El PP andaluz no rula con Vox. Ni con su impulsor en Andalucía, el polémico juez Francisco Serrano, que dimitió acusado de fraude millonario de ayudas públicas, ni con sus dos sucesores, ni con la posible candidata a presidenta andaluza que se anuncia: Macarena Olona. Les incomoda la brusquedad de su machismo, homofobia y antiandalucismo, su tono bronquista. Dado el PP nacional con el que aramos, sorprende y es de agradecer que el PP andaluz marque distancia. Igual que se agradece que el presidente Moreno pusiera cara de incredulidad cuando Vargas Llosa, a su lado en la reciente convención del partido, dijo: “Al votar no importa la libertad, sino votar bien.”

El precio del cordón sanitario

Como el PP quiere seguir gobernando Andalucía y las encuestas no le dan mayoría absoluta, ni suma bastante con Cs, solo caben dos opciones: o que pacte con Vox y este partido que en 2018 consiguió sus primeros 12 diputados en el Parlamento andaluz alcance aquí otro hito al lograr sus primeras consejerías o que todo el arco parlamentario le haga un cordón sanitario.

Para evitar el mal mayor de una coalición PP-Vox todo el arco parlamentario debería hacerle a Vox un cordón sanitario. Pero el PSOE de Andalucía no puede subestimar las consecuencias de pasar de abstenerse y que el PP gobierne en minoría a fundirse con él.

No cabe engañarse. Habría consecuencias tangibles si el anticonstitucionalismo de Vox llega a gobernar en coalición. Ellos que demonizan el Estado autonómico, estigmatizan a colectivos por su país de origen, su etnia o raza, su género u opción sexual, que atacan a quienes trabajan por la memoria democrática, o tienen distintas creencias religiosas o convicciones ideológicas que las suyas nacional-católicas deteriorarían la democracia y la convivencia como el Reagrupamiento Nacional de Lepen o Alternativa por Alemania donde el partido liberal del presidente Macron o el conservador de la expresidenta Merkel tienen claro que con la ultraderecha no se pacta y no se gobierna.

Si para evitar el mal mayor, de una coalición con Vox los partidos de izquierda tuvieran que facilitar gobiernos en minoría del PP, gran parte de la ciudadanía progresista lo avalaría. El dilema es: ¿A qué precio? Y ¿Con qué consecuencias?

La gran coalición: ¿solución o “guatepeor”?

El PSOE andaluz podría, si no hay más remedio, abstenerse en los presupuestos de 2022 e incluso dejar gobernar al PP si no puede desbancarle electoralmente.

Pero, primero, ya es lamentable (yo lo lamento) que el Partido Socialista Obrero Español no haya podido/querido encontrar una candidata/o con tirón para convencer y aplicar un programa progresista en:

– La comunidad con la mayor federación socialista del país (42.432 militantes),

– La autonomía más poblada de España (8,5 millones de habitantes) con gran peso en las generales,

– La tierra sociológicamente progresista donde ha gobernado 37 años.

La izquierda andaluza a la izquierda del PSOE debe asumir su cuota de responsabilidad y reaccionar, pero ya, frente a la atomización en Unidas Podemos, Adelante Andalucía, Más País Andalucía que dibuja un panorama de irrelevancia.

Pero lo más inquietante es que diez años después del 15-M que se le hizo a ese gobierno Zapatero que se rindió a los recortes de Bruselas y reformó con el PP la Constitución para plegarse a los bancos, tras aquel 15-M que impugnó el régimen bipartidista con gritos de “¡Que no nos representan!” o “¡PSOE-PP la misma mierda es!”, tras tantas presiones de González y Cebrianes hoy se nos quiera hacer creer (y estemos, por miedo, tentados de aceptarlo) que la solución a los desafíos económicos, sociales, colectivos que afrontamos vendrá de resignarnos a la Gran Coalición.

Sería olvidar cómo y por qué llegamos aquí. Si vivimos en una España con este paro y empleo precario, donde a cada vez más gente le cuesta emanciparse y lograr casa, con una sanidad y educación públicas dañadas, la justicia desbordada y servicios sociales tiritando es porque durante décadas se ha aplicado un liberalismo galopante para beneficio de elites cada vez más ricas (en gran medida herederas del franquismo, desde la Casa del rey defraudador para abajo).

¿No sería suicida para proyectos políticos de izquierda diluirse con el PP? ¿Es coherente que esta semana del pacto de presupuestos PSOE-UP con la limitación del precio al alquiler y el bono de 250€ para arrendamiento de los jóvenes, el PSOE impulse en Andalucía pactar con el PP de Moreno Bonilla que baja impuestos a los ricos para que se ahorren 329 millones de euros (premiando por ejemplo con 300€ en el IRPF a quien lleve a su hijo en un colegio privado)?

Si se traslada a la ciudadanía que los dos grandes partidos son versiones dura o suave de lo mismo que solo esperan su turno para gobernar sin resolver las necesidades de la mayoría, se aboca a la población, como la historia prueba, a la demagogia fascista (que tan poco y mal, por cierto, se ha desenmascarado en los colegios desde la Transición hasta ahora.)

Pedro Sánchez, quien hizo bandera del “No es no”, y el partido que en su día lo eligió frente al poderoso aparato que era pro Gran Coalición tendrán que medir con pulso su apuesta. Y la gente progresista haría bien en movilizarse antes de que la deriva nos arrastre.

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