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Votar de película

Ángel Hernández y María José Carrasco, en un vídeo reivindicando el derecho a la eutanasia de ella.

María Iglesias

Cine, cine, cine,

más cine por favor,

que todo en la vida es cine

y los sueños,

cine son

Luis Eduardo Aute

Las fuerzas reaccionarias embisten al cine español. Iván Espinosa de los Monteros, de Vox, niega que sea arte y amenaza: “Con nosotros se va a acabar la política de subvenciones al cine progre”. Verbaliza la hostilidad al sector que el PP ha ejercido sobre todo desde que actores y directores se significaran en el “No a la guerra” de Irak en 2003. Cierta respuesta de la industria es afirmar lo obvio: que, en el cine, trabaja gente de ideologías diversas. Eso no frenará el ataque. Porque la aversión viene, justo, de la naturaleza que Vox niega a las películas. El cine es arte. El arte, por esencia, transgresor. Porque crea un universo que hace de espejo a la realidad. Cuando vemos una historia que nos emociona, que nos hace soñar, deseamos que los sueños se hagan verdad.

“Ninguna razón es tan poderosa como la emoción”, repite el líder de Vox, Santiago Abascal, encumbrado -del programa de Bertín Osborne al fotomontaje de portada dominical de ABC- a un plano de igualdad con Pablo Casado y Albert Rivera pese a que su apoyo electoral se limita a 400.000 personas en un país de 47 millones. Un 0,8 por ciento. Consciente del poder movilizador de la emoción, Vox se centra en una: el miedo. Y en esto PP y Ciudadanos no dejan de seguirle el juego. Parte de sus cúpulas están seguras del rédito electoral de azuzar el instinto identitario cuando uno se siente atacado. Otra, por miedo al sorpasso facha. Ambas equivocadas.

La construcción de enemigos es punto primero del fascismo: se criminaliza al adversario como paso previo a “eliminarlo”. Y así vemos el disparate de que las tres derechas equiparen el independentismo catalán con el terrorismo etarra que tantos muertos, heridos y familias rotas nos dejó. Se lanzan “comunistas”, “feminazis”, “golpistas” como escupitajos. Lo último, por ahora, meter al PSOE en la lista de “enemigos de España”.

Lo más peligroso de la “triderecha radical” es que se incluye en la estrategia global que, sin pudor, desgrana el exconsejero de Trump, Steve Bannon, y que, tras lograr el poder de EEUU y causar el caos del Brexit, centra su mira en las elecciones europeas del 26 de mayo. Objetivo: que el neofascismo liderado por Salvini y Le Pen, entre en tromba, cual caballo de Troya, en el Europarlamento y desmonte la Unión Europea desde dentro. Una maniobra de la ultra derecha, ojo, alentada y financiada por el sistema ruso de Putin al que ya se atribuyen injerencias en el Brexit, la victoria de Trump, y el enconamiento del conflicto identitario e institucional de Catalunya en España.

La extrema derecha no es infalible

Pero la extrema derecha no es infalible. Es más, su ataque al cine evidencia una de sus flaquezas: desatiende las emociones positivas y esperanzadoras que también albergamos. Sí, tenemos sueños, como Luther King.

Soñamos con un país en que la historia de amor de película de María José Carrasco y Ángel Hernández no acabe con él diez años en la cárcel. Que ese amor desde su plenitud juvenil, pasando por el desgarro de la cruel enfermedad que ella sufrió treinta años, hasta llegar a la mayor entrega imaginable, el compromiso de Ángel de que él afrontaría cualquier cosa con tal de que ella no sufriera más, no sea socialmente castigado. Su modo de actuar, haciéndolo público, ha sido un acto de amor también hacia nosotros, a sus conciudadanos. Para instar al cambio legal porque su caso no es aislado. Vivimos rodeados de familiares, amigos, vecinos, que sufren, de sanitarios que querrían y podrían ayudar si se despenalizara la eutanasia –algo por lo que lucha la Asociación Derecho a Morir Dignamente-.

El sueño puede alcanzarse porque el suicidio asistido es un derecho ya en otros países. España fue pionera en conquistas como el matrimonio LGTBI. Por cierto que, frente al espanto de las pseudoerapias religiosas homófobas, que denuncian películas como Identidad borrada, en cartelera, y existen aquí y ahora, promovidas por el obispo de Alcalá, Reig Pla, y avaladas por la Iglesia española, muchos soñamos con el respeto a la libertad sexual. Y con una Iglesia católica que sane su enferma relación con el sexo que le hace amparar en su seno una pederastia escalofriante internacional.

Tantos somos tan defensores de la cultura de la vida, sentimos al prójimo como hermano, que vivimos con dolor insoportable la muerte por hipotermia de un joven, el 1 de abril, en Tarifa. Ocurrió tras su rescate con otros once inmigrantes por el servicio de Salvamento Marítimo al que Vox en el Parlamento andaluz llama “servicio de autobús para mafias”. Nos indigna la indiferencia ante la hipotermia de un niño de tres años que llegó en la tercera patera en un mes que acaba en la playa de Cortadura (Cádiz), cuatro días después de la muerte en Tarifa.

Frente a la película de políticos, policías y periodistas gánsteriles que hizo realidad el Gobierno Rajoy al poner a agentes, pagados con nuestros impuestos a espiar e inventar noticias falsas sobre partidos independentistas catalanes y sobre Podemos, ahora, cuando lleguen las elecciones generales del 28 de abril, las autonómicas y municipales, las europeas del 26 de mayo podemos elegir cine de reconquista épica de derechos sociales, de educación, sanidad y ayuda a dependientes, derechos robados por el austericidio. La emocionante aventura de recuperar salarios, horarios y empleos dignos, para que nuestra gente no tenga que emigrar al norte.

No digo que el PSOE, Unidas Podemos, ni la miríada de partidos del espectro progresista sean un sueño. Digo que está en nuestra mano fraguar el equilibrio entre ellos que los haga el mejor instrumento al servicio de nuestros sueños. Y digo que no estamos solos en esto. Que la victoria como presidenta de Eslovaquia de la abogada europeísta, ecologista y defensora LGTBI Zuzana Caputova, destacada ante el asesinato del periodista Jan Kuciac por investigar la corrupción, es una esperanza. Y que se puede dirigir un país como en las antípodas lo hace la presidenta de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern y, aquí al lado, en Portugal, el primer ministro Antonio Costa lidera el éxito económico de derogar los recortes.

En el panorama de alternativas, donde están el canadiense Justin Trudeau y el mexicano López Obrador, emergen figuras ilusionantes como la demócrata estadounidense Alexandria Ocasio Cortez, el francés Raphaël Gluksmann, y movimientos colectivos pro-democracia del evidente en Argelia, al soterrado en Marruecos, que junto a la exigencia de justicia y desarrollo de África urge atender.

Los sueños no son sólo alcanzables, sino que hoy lo más realista es trabajar por el sueño de convivencia, equilibrio y sostenibilidad socioeconómica y medioambiental. Porque dejar de soñar, bajar los brazos y claudicar a los postulados de la ultraderecha radical ya sabemos a qué tipo de película oscura y siniestra, auto-destructiva, lleva.

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