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Moreno Bonilla y los toraja

Juan Marín (Ciudadanos), Juanma Moreno (PP) y Alejandro Hernández (Vox), en el Parlamento andaluz.

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Existe una tribu en las montañas de una isla de Indonesia, los toraja, que cuando muere un allegado lo dejan en el salón de su casa como si solo anduviera un poco pachucho. Le dan los buenos días por las mañanas, conversan con él, recibe visitas de los vecinos, le traen cigarrillos, café y la comida a sus horas. Igual que si estuviera vivo, mudo e inmóvil, pero vivo. Pueden trascurrir unas semanas o varios años hasta que la familia logra reunir el dinero suficiente para sufragar el funeral, que es una fiesta fastuosa. A veces el propósito es también restar brusquedad a la despedida. Lo he visto en un reportaje de la BBC, y la naturalidad con que en este lugar remoto se convive con el cadáver, amortajado en su féretro, te hace dudar de si efectivamente se trata de un difunto o de una persona disfrazada de momia. En política, la práctica de los toraja (figuradamente hablando, por supuesto) es más común de lo que se piensa. En el Gobierno de la Junta, sin ir más lejos, el PP actúa como si su socio de Ciudadanos no se hubiera desplomado, exánime, en las elecciones generales de hace año y medio (un batacazo del 70%), y cohabita, negocia y rubrica proyectos a sabiendas de que tarde o temprano habrá de aceptar la realidad de su partida.

He aquí una de las claves de la profusión de sondeos con exceso de condimentos de los últimos tiempos. El presidente Juan Manuel Moreno Bonilla, quien ha duplicado el presupuesto de sus barómetros oficiales, le ha cogido afición a examinar cómo respira la platea electoral, averiguar qué piensan sus administrados, tantear escenarios. Y, de paso, entreverar en los titulares la ración conveniente de propaganda que fortalece el perfil de estadista templado que le están cimentando, excitar los ánimos contra el Gobierno de Pedro Sánchez (el malvado de plantilla) y desmotivar a sus adversarios en Andalucía, que tampoco es que necesiten de incentivos para autoaguijonearse. En definitiva: Moreno está incurso en el cálculo electoral permanente, en tensión, diligente, y conduciéndose según las pautas previas a unos comicios (rebajas fiscales, pregones televisivos y omnipresencia anunciando buenas nuevas oreado por hojas de palma). Sin embargo, mi percepción es que el aliado que le mantiene en guardia y avispado no es Vox, imprescindible para alargar el mandato, como se especula con frecuencia, sino Ciudadanos.

La estrategia del presidente no ha sido alejarse del contagio tóxico de la extrema derecha, como hubiese cabido esperar, sino tratar por todos los medios de que no se vea a Vox como tal y que parezca razonable.

Entiéndase: no digo yo, ni mucho menos, que el PP esté a disgusto con sus coaligados, que a todas luces son una bicoca que les ha caído en suerte. Lo que ocurre es que hasta los toraja indonesios asumen que es imposible eludir lo inexorable, como que Ciudadanos esté a un tris de  esfumarse de la Asamblea de Madrid y que la onda expansiva termine por sacar de un empujón al finado de la sala de estar de San Telmo. Pero no son únicamente los resultados de las autonómicas: es más que notoria la pulsión de varios cargos naranjas por acometer un trasvase veloz a las filas populares, voluntariamente, sin que medie ninguna estrategia artera del PP de Génova, pese a que ya apenas disimule los roces con los populares andaluces. La nave de Ciudadanos, cuya tripulación se reclutó a toda prisa en puertos variopintos soslayando remilgos sobre procedencia y convicciones, hace aguas sin remedio. Creo que fue Manuel Chaves quién acuñó aquello de dejarse los nudillos en llamar a la puerta de otra fuerza política. Es probable que el pacto de estanqueidad que sellaron Elías Bendodo y Juan Marín en la Junta acabe por reventar.

En lo que respecta a Vox, la verdad es que el PP andaluz ha ofrecido escasas muestras de la pretendida incomodidad que le suelen atribuir. De hecho, es de ayer o anteayer la impronta de un acuerdo de rebaja fiscal que han divulgado los ultras, quienes han aparecido como garantes de la estabilidad del Ejecutivo. El mismo Moreno Bonilla ha ejercido en más de una ocasión de caballero andante para defender el pundonor de sus cofrades ante las descalificaciones de la izquierda. Porque la estrategia del presidente no ha sido alejarse del contagio tóxico de la extrema derecha, como hubiese cabido esperar, sino tratar por todos los medios de que no se vea a Vox como tal y que parezca razonable. En el diario de sesiones del Parlamento autónomo y diversas entrevistas hallamos sobrados testimonios de los capotes que ha echado Moreno para intentar tapar el alma cafre de un partido abiertamente xenófobo, que incita al racismo, de instintos antidemocráticos, confesional, misógino y negacionista del cambio climático. Su afán ha sido presentarlo como juicioso. Hay que admitir que la disyuntiva entre gobernar con una organización de este cariz o con un muerto en el ala oeste de palacio es harto complicada. Y no todos tienen el talante de los toraja.

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