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Desdeelsur es un espacio de expresión de opinión sobre y desde Andalucía. Un depósito de ideas para compartir y de reflexiones en las que participar

Paz y esperanza: una carta desde Andalucía

La bandera de Andalucía y el himno.
26 de febrero de 2022 19:48 h

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Dar las cosas por hecho es un error bastante corriente. Dar por sentado que todo estará bien siempre de manera inalterable es un pensamiento inocente y que, sin embargo, se repite con extraordinaria frecuencia.

A quienes tuvimos la suerte de nacer en un contexto de abundancia y prosperidad no se nos enseñó suficientemente, o quizás no aprendimos, o quizás nunca nos creímos la tremenda fragilidad sobre la que se sustenta la paz, que se vuelve celosa y quebradiza al menor atisbo de abandono.

Aprendimos, eso sí, a aceptar sin sorpresa y con cierta indolencia que se sucedan en el tiempo operaciones para nada pacíficas instigadas, que no libradas, por señores perfectamente vestidos, que se invadan ciertos territorios sin que haya ningún tipo de respuesta, que durante décadas persistan de forma impune las intervenciones militares y ocupaciones en zonas civiles y que con ellas se violen repetidamente los derechos humanos, que mueran familias enteras en el mar todos los días de forma sistemática o que, directamente, personas inocentes vuelen por los aires. Tampoco es que nos dé igual: a nadie le da igual que salten niños por los aires. Pero bueno, son los niños de otros.

Pero Ucrania está más cerca (solo un poco) que los países donde los niños suelen volar por los aires habitualmente con nuestra occidental connivencia. Y, claro, cuanto más cerca está un sitio, más se parecen los niños a los nuestros. Tanto que lo que hasta hacía muy poco era problema de otro, ahora se cierne sobre nuestro horizonte y nos hace meternos en el Google Maps “a ver cómo está esto de cerca”.

En fin, creo que ya podemos decir que el mundo está hecho una mierda. Pero en el Día de Andalucía me niego a dejarme amedrentar por la cruel aspereza de un mundo un día más dominado por señores de traje y que no es ni más cruel ni más áspero que el mundo de los cobardes y los canallas que vinieron antes que ellos. La historia, en fin, tiene una peligrosa tendencia a lo cíclico que conviene recordar cada tanto para relativizar quiénes somos y en qué mundo vivimos. Mundos los hubo mejores pero los hubo también peores. Y aunque unos más que otros, en todos se pudo encontrar amor y singulares pecados. En todos ellos, eso sí, el dinero, el orgullo y el poder tuvieron la culpa de todos los males. Y también la testosterona.

Quién podía qué. Quién se la tenía guardada a quién. Y sobre todo quién tenía qué y a cuánta gente había que matar para quitárselo. El mundo de los que mandan es así: feo y materialista. “Follow the money”: sigue la pista del dinero, el consejo que dio Garganta Profunda a los periodistas durante el Watergate.

Por eso, no hay otra receta en mi opinión para el cese de esta guerra o de cualquier otra de las que la antecedieron que el desarme internacional completo y el colapso, cuanto antes, y no la refundación, de este sistema capitalista militarista salvaje que se sustenta en y justifica el horror, que hace infelices a unos y esclavas a otras, que nos hace gordos a unos y cadavéricos a otros, que nos tortura para llegar a fin de mes, que genera subsidiariedad entre personas y entre países, que saquea nuestro tiempo y que a cambio nos da ansiedad y cuatro duros para que sigamos consumiendo y moviendo su rueda. Que nos exprime, que nos somete, que nos deshecha cuando dejamos de servir, que nos roba la vida y que, en última instancia, hace que saltemos por los aires.

Cuando nací me acunaron entre amor, música y cuidados. Ocurrió en Andalucía, mi tierra, en el año 1991. En un país con una sanidad pública decente, con una educación gratuita y universal para niños y niñas y donde, por regla general, no saltábamos por los aires. Qué suerte tuvimos. Además, como andaluces, cada 28 de febrero, o el día lectivo que tocase, salíamos al patio a cantar nuestro himno. Uno precioso y rotundo que habla de paz y esperanza. Uno que por aquel entonces no valoraba y que hoy contemplo maravillado. 

He escuchado muchos himnos. No es que sea una persona particularmente de mundo, pero sí curioso sobre los símbolos porque ayudan a entender y a conocer los usos, costumbres y la personalidad de un pueblo. Son un retrato más o menos fiel de los miedos, las inquietudes, las quejas y los anhelos de una sociedad. Muchos de los himnos que he escuchado hablan de glorias pasadas, del fragor de la batalla, del orgullo patrio, de la emancipación colonial o de la particular película de la casa. El de Andalucía solo manda un mensaje: levantaos gentes del mundo por la paz y la esperanza.

Ahora viene mi propuesta. Tómese en el mejor sentido. Estoy un poco loco, lo acepto. Y es que como el colapso de este sistema parece en estos gramscianos días grises lejano y el mensaje antibelicista tiene el tufillo pollavieja de Woodstock, propongo algo: que en próximas ocasiones, los niños y niñas de todo el mundo celebren con nosotros el Día de Andalucía cada 28 de febrero. Están más que invitados. Que canten juntos y que pinten sus caras del verde omeya de la esperanza por un mundo mejor y del blanco de la paz. 

Posiblemente hoy no sirva para nada. Pero, ¿y mañana?, ¿quién sabe en qué corazones hará mella nuestro mensaje solidario y de bondad? ¡Canten con nosotros! ¡Déjense querer y quiéranse entre ustedes, coño!

¿Esperaban otra propuesta? ¿Que interviniéramos en la contienda? ¿Que presentase una carta de soluciones a nivel geopolítico, energético, bélico y estratégico? Eso se lo dejo a los todólogos de las tertulias que bien saben de volcanes y de virus, de invasiones y de inflación.

Andalucía es tierra de luz, de paz, de humanidad y de solidaridad entre hermanas y hermanos. Por eso aquel que viene es bienvenido. Por eso no nos guardamos nuestro orgullo para nosotros y nosotras: lo cantamos en las calles y lo pintamos en las plazas. Porque somos un pueblo, como decía Blas Infante, “nunca bélico y siempre creador de culturas originales”. Siempre fuimos gente de puertas abiertas, de familias grandes, de tender puentes, de echar una mano. Siempre hubo en Andalucía un poquito más de puchero en la olla, por lo que pudiera pasar, para quien pudiera venir… aunque hubiera poco. Y hubo épocas en que hubo mu’ poco.

Al fin y al cabo, y citando de nuevo a Infante, de nada sirve nuestra Bandera blanca y verde “si no la llevamos izada en el corazón”. Yo la llevo izada y ondeando al viento de poniente. Porque nuestro deber como andaluces es ser pacifistas y ser portadores de un mensaje fraternal y solidario. Andalucía es y será luz, incluso cuando las nubes negras hagan que no podamos ver el cielo.

La vida puede ser de otra manera. Y quien quiera que recoja el guante.

De Andalucía para el mundo: Feliz Día de Andalucía.

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