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A régimen del 78

El expresidente Felipe González.

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Era una cena como tantas del vargasllosismo de la corte, literatos, expresidente, financieros, inmigrantes ricos, periodistas, en fin. En esas cenas se compone de todo, hasta emparejamientos y futuros matrimonios; se trata de perpetuarse. Por eso, la dieta es la misma: están a régimen del 78. No hay discrepantes. Aquella noche no fue muy agradable. Jordi Pujol, uno de los suyos, el virrey de la marca catalana de la corte, había advertido, al mismo tiempo que confesaba, lo de las ramas del árbol. Lo entendió todo el mundo, todos hablan catalán por los codos, pero hubo sobresalto. Un destacado comensal se ofreció pero rápidamente se convino en que no había nada que hacer. Las fuerzas contrarias se compensan y la amenaza era fruto de la necesaria intervención de los primos del CNI por el asunto díscolo de Catalunya. Pero no habría peligro. Todo estaba controlado, el riesgo estaba medido.

Lo que no sabían los literatos y profetas del régimen del 78 es que iba a haber otros cantes. Falló la inteligencia. Manolo Escobar, nuestra arma más potente en Europa, nunca fue suficiente.Tanto la prensa extranjera como otros implicados acabarían cantando –y no por mi héroe almeriense–, sin que la figura de Pujol fuera ya un peligro. Una vez sabido todo lo sabido y por saber de Juan Carlos y, de camino, de la Transición, a qué mantener la vergüenza de la inacción judicial contra la familia Pujol. Fue una cena horrible, apenas comieron. Cosas de los regímenes. Toda la familia Pujol, a pesar de haber estado disciplinadamente a régimen del 78, al banquillo después de más de un lustro de lo de las ramas.

Los líderes paranoides, estoy en deuda con el siquiatra José Cabrera Forneiro y su libro 'La salud mental de los políticos', no se fían de nadie, por eso la estructura del poder despótica que genera castiga a los desviados. Es decir, si no estás a régimen del 78, estás fuera. Es lo que ha pasado en estos 40 años de régimen y que explica el silencio cómplice de periodistas, políticos, cultos, literatos, teatreros y poder en general.

Algún líder, apoyado por los grupos de presión, ha convertido su poder en una ficción cosmética, lo cual ha creado en la gente la idea de un poder imaginario fruto de su eco en los medios, a la carta –una especie de discos dedicados–, detrás de los cuáles hay grupos de presión que interactúan con los partidos. Es un poder ficticio, irreal pero muy eficaz porque se encuentra con una ciudadanía que ni tiene tiempo, ni ganas, ni siquiera posibilidades reales de comprobar dicho poder. Como dice Cabrera Forneiro, es la anestesia general por la sobrecarga de información.

Y así, controlando todo durante cuarenta años, se nos dice que la crítica democrática es una operación para derribar el régimen de 1978, urdida por un policía corrupto, que lo fue con gobiernos socialistas, y “una señora”, a la que frecuentaban en la corte, ellos y sus servicios secretos o más bien mamporreros, y se benefició de 65 millones de lo que sea.

Y vienen muchas preguntas: si es así, una ofensiva de excluidos del vargasllosismo, ¿por qué su hijo, Felipe, se desprende de su padre, se deshereda –bueno–, por qué la Fiscalía, por qué la justicia suiza, la prensa libre anglosajona, por qué tanta sobreprotección parlamentaria?

Y no hay respuestas, sino una conspiración judeomasónica de rancio abolengo azul. Y se dice que hay presunción de inocencia por un señor que es jurista. Presunción de tal no hay cuando el imputable no lo es sino inviolable, por consiguiente, con presunción de nada sino axioma de inviolabilidad, sostenida erga omnes por los legistas y jurisconsultos del régimen en toda sede democrática, sea parlamentaria o judicial. Seguramente lo que se pide es presunción de inocencia mediática, si no mutis, que sí cabe, pero ya no, y más cuando se ha condenado tanta gente a galeotes y camarotes radiofónicos y editoriales, mejor callarse.

Me puedo imaginar –sin poder ir a surfear– a los jurisconsultos del régimen, los de la Casa, más los voluntariosos de lo que tendría que venir, ante la Constitución, la ley orgánica de abdicación, el real decreto del Registro Civil sobre la Familia Real, el real decreto sobre títulos y tratamientos. No hay manera.

No se me ocurre título alguno para sacar del Registro Civil a Juan Carlos como ascendiente del rey, que no sea la defunción –sin ser cenizo–. Se podría modificar el real decreto sobre títulos pero sin atacar al régimen del 78. ¿Felipe? Otra solución sería modificar el Registro Especial Civil de la Familia Real para que los ascendientes no formen parte de ella, pero Felipe, cómo considerar que no es otro ataque al régimen del 78. Por cierto, y pido ayuda, los ascendientes de Juan Carlos nunca formaron parte de la Familia Real y estamos hablando de una medida del régimen. Un poner.

Siguiendo con Cabrera Forneiro, la personalidad narcisista en política genera la necesidad de una gran admiración que choca con la realidad y acaba en una falta de empatía con la gente salvo que se pueda controlar su egolatría y la use en beneficio común.

El profeta jurídico, sigo ahora a Weber, si no está en forma se derrumba. El profeta es siempre una creación continua de su propio mandato, aunque sea imaginario. Si falla, como está ocurriendo con Felipe González, se convierte en uno cualquiera –ha fallado mucho a los ojos de sus mandantes–, o en un loco, dice Weber, porque se sitúa a un paso del descrédito que humilla al loco y a otro del respeto del aura que rodea al profeta.

Situarse fuera del régimen del 78, en pleno siglo XXI, es como dimitir de cualquier otro régimen, sea el de la alcachofa, el ayuno intermitente o el cartucho, por muy milagroso que te cuenten que es. Hay que reconocer que mucha gente ha engordado con el régimen del 78 pero, en general, la mayoría de los que nos ponemos a régimen es para no acabar acochinados.

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