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En Abierto es un espacio para voces universitarias, políticas, asociativas, ciudadanas, cooperativas... Un espacio para el debate, para la argumentación y para la reflexión. Porque en tiempos de cambios es necesario estar atento y escuchar. Y lo queremos hacer con el “micrófono” en abierto.

La defensora de la alegría

Juan José Téllez

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De un tiempo a esta parte, andamos definitivamente metidos en luto: “Tanto amor y no poder nada contra la muerte”, habría escrito cualquier día como estos César Vallejo, uno de los escritores más próximos a la ética y la estética de Concha Caballero, que acaba de morirsenos como el rayo.

Pertenecía ella a esa rara cofradía de los lectores que hacen política o de los políticos que hacen lecturas. Quizá por ello fue siempre camarada del sentido común, que, como ya es un tópico, resulta el menos común de los sentidos. Se situaba, en gran medida, en el sentido opuesto a uno de los personajes de Fernando Savater en “Caronte aguarda” porque, en sus antípodas, ella siempre creyó que la sensatez era revolucionaria y que el viejo Carlos Marx fue el profeta de esa percepción ecuánime de la cosa pública.

Malos tiempos, de incertidumbres, contraluces, iluminados y asombrados, para quedarnos con esa inmensa luz suya al final del túnel de la tesis, la antítesis, la síntesis y, sobre todo, la praxis. Ella era internacionalista porque era andalucista, de ese modo amateur que rehuye el profesionalismo y se refugia en la pasión. Nacida en Baena, dio en vivir en Sevilla, una ciudad a la que llamó de las palabras y a la que, bajo dicho título, le dedicó un hermoso mosaico en forma de libro por donde transitaron Al Mutamid y Luis Cernuda, los Machado y Bécquer, Lope, Cervantes o Juan Ramón, embozados bajo la prosa y el verso, cruzándose por las corralas de la belleza con Lord Byron, Stendhal, el Dante o Rainer María Rilke.

Durante las últimas tres décadas, militó en lo mejor de la política andaluza, o simplemente de la política. Desde las filas del Partido Comunista de Andalucía hasta la búsqueda, sin dimitir de dicho pedigrí, de nuevos rumbos para eso que alguna vez llamamos izquierda. Muchos la recordarán por su encendida defensa del nuevo estatuto de autonomía pero sería conveniente que no diéramos en el olvido su palabra clara delatando, con más ternura que ira, las cotidianas traiciones a idearios compartidos o las ideas arrumbadas por la división acorazada del pragmatismo. Y, desde luego, enarbolando el compromiso progresista con la educación y la cultura como el único mantra capaz de sacarnos de la sumisión y de la estulticia. Justo un siglo después de la muerte de Francisco Giner de los Ríos, nos sorprende el fin de Concha Caballero que, en gran medida, responde al mismo ideal heroico que en el albor del siglo XX chocaba con el caciquismo como ahora se enfrenta al austericidio y a las leyes que insisten en desposeernos del derecho al conocimiento. Frente a la Europa de los bancos, ella creyó en la de los pueblos pero, sobre todo, en la de los sueños.

Lo que alguna vez llamamos estado del bienestar empezó a morir mucho antes de que muriese Concha Caballero. Sin embargo, si algo resta de aquellas quimeras razonables, fue tal vez por causa de su infatigable defensa de la justicia social, por su respiración asistida de viejas utopías como la de la socialdemocracia, mucho más allá de quienes usen dicho nombre en vano. Desde la tribuna parlamentaria, desde las columnas periodísticas y el altavoz de la radio, le echó narices a esa maldición china que desea que vivamos en tiempos interesantes. Ella ha muerto en tiempos impredecibles, pero se enfrentó al fin como si apenas fuera un constipado: la recuerdo en un ambulatorio, semanas atrás, sin que ella delatase el mal que la afligía y sin un síntoma apenas de este desenlace apresurado. Seguramente andaba, como quería Mario Benedetti, defendiendo la alegría. Hasta su último aliento. Siempre lo hará en los luminosos territorios de su memoria.

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