El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) cuenta con 24 institutos o centros de investigación -propios o mixtos con otras instituciones- tres centros nacionales adscritos al organismo (IEO, INIA e IGME) y un centro de divulgación, el Museo Casa de la Ciencia de Sevilla. En este espacio divulgativo, las opiniones de los/as autores/as son de exclusiva responsabilidad suya.
Sedentarismo térmico: ¿engorda el aire acondicionado?
Gracias al progreso económico, cada vez más personas en Andalucía pueden disfrutar de un aparato de aire acondicionado con que sobrellevar las elevadísimas temperaturas que se dan en muchas localidades cada verano. Esto, que puede parecer hasta cierto punto un lujo, no lo es en absoluto. El calor es un factor de riesgo de mortalidad total y agrava muchas patologías crónicas. En el verano de 2022 se registraron más de 11.000 muertes en España debidas al calor. ¿Acaso la calefacción nos parece un lujo en los países con temperaturas más bajas en invierno? Apliquemos el mismo criterio a los países con temperaturas más altas en verano.
Según un portal inmobiliario, el 54% de los hogares andaluces han incorporado este sistema de confort. Sin embargo, al mismo tiempo que se incrementaba el uso de aire acondicionado en los hogares, se disparaba la prevalencia de sobrepeso y obesidad en la región. La VI Encuesta Andaluza de Salud (2023) muestra que el 56% de los andaluces padecen sobrepeso u obesidad. ¿Será casualidad que las cifras sean tan similares? ¿Engorda el aire acondicionado? El sentido común nos dice que sí. Todos hemos experimentado ausencia de apetito cuando estamos sometidos a altas temperaturas y recuperarlo cuando volvemos a temperaturas más frescas. Pero veamos qué dice la ciencia.
Mientras que a 24ºC, los animales comieron 20 g del alimento, los que estaban sometidos a 35ºC, solo ingirieron 2 g. El grupo que sufrió un día completo a 40 °C, dejó de comer por completo
Una de las principales preocupaciones fisiológicas del cuerpo es la termorregulación, es decir el mantenimiento de la temperatura constante del cuerpo. En ese sentido, el acto de comer contribuye a incrementar el calor corporal. En 1936, Booth y Strang observaron que comer carne picada de ternera y tomates guisados hasta la saciedad aumentaba la temperatura de la piel un promedio de 2 °C aproximadamente una hora después de la comida.
Sin embargo, sus resultados no pudieron ser replicados en 1962 por Stunkard. Un año después, Hamilton expuso a grupos de ratas a diferentes temperaturas durante 24 h. Mientras que a 24ºC, los animales comieron 20 g del alimento, los que estaban sometidos a 35ºC, solo ingirieron 2 g. El grupo que sufrió un día completo a 40 °C, dejó de comer por completo.
Más adelante, Edholm y Goldsmith (1966) realizaron un estudio sobre los cambios en la ingesta de alimentos entre el personal militar británico. Un grupo de soldados fue trasladado a Bahréin, donde la temperatura raramente baja de los 30ºC. Después de 20 días, algunos de los cuales realizaron duras tareas en el exterior, los militares volvieron al Reino Unido, donde se les controló durante 12 días más. La ingesta media de alimentos por estos soldados en Bahréin fue aproximadamente un 25% menor que en el Reino Unido y perdieron 2,5 kg de peso corporal.
Este efecto se ha observado no solo en militares haciendo duros trabajos, sino en la sedentaria comodidad de una oficina. En un estudio realizado en Birmingham (EE. UU.), 20 personas participaron en una simulación de jornada laboral en oficina a dos temperaturas distintas: 20 °C (grupo control) y 26 °C (grupo experimental), durante dos horas. La primera hora se dedicó al trabajo y la segunda incluyó pizza como comida.
Aunque la diferencia no fue estadísticamente significativa, los participantes expuestos a 26 °C consumieron 99,5 kcal menos de pizza que los del grupo a 20 °C. Además, se observó un aumento de la temperatura periférica en el grupo expuesto al calor, lo que sugiere una mayor disipación térmica. De hecho, se estimó que por cada incremento de 1 °C en la temperatura periférica, los participantes ingerían 85,9 kcal menos.
Lo que se desconoce es si el efecto del aire acondicionado es de tipo agudo (exposición en la misma comida) o es crónico (exposición sostenida). ¿Aumenta el apetito cuando se pasa del sofocante calor exterior al entrar a una fresca sala de comedor? ¿O se mantiene la necesidad de disipar calor incluso en el ambiente con aire acondicionado, reduciendo el apetito?
A esta pregunta respondió parcialmente Roberto Refinetti en 1988, con un estudio en ratas. Los animales que vivían en un ambiente caluroso (29ºC) pero se alimentaban en un ambiente frío (19ºC) ganaron mucho más peso que los animales que permanecieron en un ambiente cálido para comer. Este descubrimiento sugiere que pasar la mayor parte del tiempo en un espacio caliente, pero comer con aire acondicionado, puede dar lugar a más de lo necesario.
La teoría es que la energía que el cuerpo gasta para mantener la temperatura corporal en entornos fríos (menos de 22 ºC) es compensada por un aumento del apetito y la ingesta de calorías
La teoría es que la energía que el cuerpo gasta para mantener la temperatura corporal en entornos fríos (menos de 22 ºC) es compensada por un aumento del apetito y la ingesta de calorías. Esa generación de calor es mediada por el tejido adiposo pardo. Pero las calorías gastadas se tienen que reponer, por lo que se ponen en marcha procesos neuroendocrinos para incrementar el hambre y de ese modo, aumentar la ingesta energética. El problema es que la ingesta de calorías en forma de alimentos puede ser mayor que el gasto producido para mantener la temperatura. Es lo que se llama desconexión termogénica, y que puede dar lugar al incremento del peso corporal.
Una de las hormonas implicadas parece ser el neuropéptido YY, aunque la noradrenalina, la leptina y la ghrelina también podrían jugar un papel, si bien los resultados hasta el momento son contradictorios. Es más, ni siquiera hay acuerdo si en seres humanos existe una relación causa-efecto entre la temperatura del ambiente y el peso corporal.
En una revisión de estudios de 2009, investigadores estadounidenses sostenían que el aire acondicionado puede ejercer un efecto importante sobre el aumento de peso, ya que es probable que conduzca a un balance de energía positivo. Sin embargo, en otra revisión de 2017, investigadores franceses reconocían que aún no se ha realizado ningún análisis sistemático para las principales alteraciones de la ingesta de energía en ambientes fríos y calientes.
En definitiva, aunque aún no existe un consenso científico, la evidencia disponible sugiere que la exposición prolongada a ambientes frescos puede alterar los mecanismos que regulan el apetito y el gasto energético, favoreciendo así un balance calórico positivo que podría conducir al aumento de peso. Por ello, aunque el aire acondicionado se ha convertido en una necesidad vital en regiones donde las temperaturas extremas del verano representan un riesgo real para la salud, no debemos descartar que este confort térmico pueda estar afectando, sin que lo notemos, a nuestra salud metabólica.
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El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) cuenta con 24 institutos o centros de investigación -propios o mixtos con otras instituciones- tres centros nacionales adscritos al organismo (IEO, INIA e IGME) y un centro de divulgación, el Museo Casa de la Ciencia de Sevilla. En este espacio divulgativo, las opiniones de los/as autores/as son de exclusiva responsabilidad suya.
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