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Oliver Laxe, director de 'Mimosas': “El reto es que el espectador entienda que no hay nada que entender”

Mimosas

Alejandro Ávila

El Magreb no es terreno virgen para Hollywood. Tampoco para el cine europeo. La novedad está en inspirarse en el western para factura una película profundamente espiritual. Una espiritualidad que trasciende las religiones de un signo u otro, aunque hunda sus raíces en una islam tan profundo como el sufí. Así es Mimosas, una de las revelaciones de la última edición del festival de Cannes, donde su director, el español Oliver Laxe, se llevó el gran premio de la Semana de la Crítica.

Kurosawa, Ford... son grandes nombres que surgen durante la presentación de la película en el Festival de Cine Europeo de Sevilla. Laxe, un tipo que desprende una profunda espiritualidad, sostiene que “el 'western' es un género de cuento donde lo épico está ligado a lo ético. De alguna manera hemos estado bastante influenciados por el western. Hemos ido a a su origen, a la búsqueda del grial, al honor de caballería”.

¿Cómo se liga algo tan material como una aventura con la inmaterialidad de lo espiritual? Responde el autor gallego que la película trata de mantener un “equilibrio entre el relato y la espiritualidad. El mundo de la espiritualidad no es un mundo lógico, no atiende a la lógica del mundo sensible. El reto de cara al espectador era muy complejo. Como cineasta, creo que la mejor manera de comunicar es poniendo sombras. ¿Re-velar es volver a velar, poner un velo. Para ser más claro, hay que ser más oscuro y de alguna manera ese ha sido el reto de la película: no masticar la película suficientemente, dejar un espacio para el espectador, dejar espacio para que la película se haga a sí misma”.

En cuanto, al título, Mimosas, el director gallego sostiene que le “seducía ponerle un título sin aparente sentido. Somos tan cartesianos, intentamos traducir, entender todo, cuando hay que dejarse llevar y no pelear tanto contra nosotros mismos. Es uno de los retos que propone la peli: que el espectador entienda que no hay nada que entender. O hay que entenderlo desde otra posición, sintiéndolo...”.

Con su película, Laxe trata de dar forma con profundidad a sus vivencias en Marruecos, donde lleva viviendo desde hace años. Rodada en el sur de nuestro país vecino, en lugares tan cinematográficos como Ouarzazate, el realizador asegura que “tenía ganas de conocer el sur de Marruecos. He vivido durante más de cuatro años en el Atlas. El rodaje fue bastante complejo, de alguna manera buscábamos problemas. Soy de los que creen que hay que merecerse las cosas, la facilidad no te aporta nada. Los frutos más maduros están arriba y hay que escalar a por ellos”.

Película sugerente y complicada, las similitudes entre el protagonista y el director no son difíciles de detectar. “De alguna manera, nos fusionábamos. Tengo un Shakib dentro de mí, en la vida real es un maestro, al que guardo una profunda admiración. Me conmueve su desapego, aceptación y alegría de vivir. He aprendido a dirigir, dirigiéndolo a él”.

Su manera de impactar en el lo etéreo ha sido dejándose llevar por la imágenes. “Hay una geometría espiritual en las imágenes, dejo que vibren. Hay una alquimia, por eso hemos rodado en 16mm. Hay una voluntad de que la imagen reverbere profundamente en el espectador, no es una película de consumación instantánea, sino larga. Al menos, esa era mi intención: que las imágenes acompañen al espectador, creo que esas son las imágenes verdaderamente medicinales y benéficas”.

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