De Iván el Terrible al fusilamiento de Nicolás II: tres siglos de la dinastía Románov en Málaga
Nicolás II posa en el Palacio de Invierno con levita militar azul, botas y espada al cinto. Acaba de llegar al trono y se le ve sereno y confiado. Apenas a unos metros otro cuadro muestra un guardia rojo que observa desde las escaleras con la bayoneta calada, mientras sus camaradas fuman y alborotan en el palacio, que ya no es la residencia de los zares de Rusia. Entre el retrato de Ilya Repin (1896) y la obra de Alexander Osmerkin (1927) ha cambiado el mundo en Rusia. La revolución ha puesto fin a tres siglos de la dinastía Románov, a la que ha sustituido lo nunca visto: un país comunista.
Desde la subida al trono de Miguel I, en 1613, hasta el asesinato de los últimos Románov, en 1917, se sucedieron en el trono 18 zares, emperadores y emperatrices, varias conspiraciones y algún que otro asesinato. Con el hilo conductor de la familia, la muestra de la Colección del Museo Ruso de Málaga contiene dos centenares de obras, entre las que hay pinturas históricas, retratos solemnes, mobiliario palaciego, cerámicas y hasta trajes de época. Podrá visitarse hasta el 4 de febrero de 2018.
¿Quién era esa familia destinada a gobernar durante siglos un territorio que ocupó la sexta parte del planeta? Los Románov tomaron su apellido de Roman Yurev, cuya hija, Anastasia Románova, se convirtió en la primera esposa (de las siete que tuvo) de Iván el Terrible. Los hijos del hermano de Anastasia, Nikita, tomaron el apellido Románov para perpetuar el orgullo por su abuelo Roman, padre de una zarina.
Es la época “tumultuosa”. Iván el Terrible está aquí representado en media docena de retratos que le muestran atormentado o enloquecido, después de matar a su hijo de un bastonazo. Representativos de estos años acelerados son El sitio de la Trinidad–San Sergio, (Vassily Vereschagin, 1891) y su correlato de Sergey Miloradovich, La defensa de la Trinidad–San Sergio, de 1894. Terminado el periodo de turbulencias emergieron triunfantes los Románov y de entre todos, el nieto de Nikita, Mijail, coronado Miguel I.
Hay en esta muestra zares admirados, como Pedro I el Grande, fundador de la nueva capital, San Petersburgo. Proclamó el imperio el 22 de octubre de 1721 y llegó a aprobar un decreto que prohibía la barba y obligaba a vestir al estilo europeo. En la decena de obras que le dedica la muestra hay retratos de gran formato, escenas gloriosas de su vida y hasta una máscara mortuoria en bronce (1725). También una obra curiosa, “Una oficina pública de los tiempos de Moscú”, como si el traslado de capital hubiese liberado a los rusos de las servidumbres de la burocracia.
También pasó a la historia el liberador Alejandro II, que puso fin a la servidumbre en un país con 50 millones de siervos. El Manifiesto de Emancipación de 1861 y el discurso del zar son hitos con un siglo de retraso. “Considero que la liberación de los siervos que ha sido sometida a la consideración del Consejo de Estado es una cuestión vital para Rusia, de la que dependerá el desarrollo de su fuerza y de su potencia en el futuro”, dijo el zar, que había preparado la derogación de las servidumbres en un comité secreto.
Pero la de los Románov es también una historia de muerte y complots. Hay zares asesinados, como Pablo I, muerto en 1801 tras una conspiración palaciega, o el propio Alejandro II, superviviente a siete atentados y a quien terminó matando una bomba en 1881. Catalina II la Grande subió al trono después de dar un golpe de estado contra su marido, Pedro III.
Los responsables de la Colección explican que “el Museo Estatal Ruso, su historia y sus colecciones están estrechamente vinculadas a la dinastía Románov”: el museo fue fundado por Nicolás II en memoria de su padre, el zar Alejandro III y conserva muchas obras de la familia imperial o incluso sus ropajes y objetos personales acumulados durante su reinado de tres siglos. Entre medias, hubo tiempo para que una familia adquiriera el linaje: muerta la zarina Isabel I en 1761, la familia fue sustituida por la Casa de Holstein-Gottorp, que conservó el nombre Románov.
La muestra termina con dos lienzos entre los que median abismos: el zar y la guardia roja, la dinastía Románov y los soviets. El mundo que terminó en un sótano de Ekaterinburgo y el que empezó en febrero de 1917 en las fábricas de Petrogrado.