Cuando el nuevo Gobierno presidido por Pedro Sánchez anunció que acogería en el puerto de Valencia el barco que llevaba semanas a la deriva rechazado por las autoridades de Italia y Malta, no tardaron en llegar las críticas, en las redes sociales se multiplicaron los bulos y la extrema derecha más acuciante, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras, se creyó con licencia para atacar a quienes obligados por el vendaval arriesgan sus vidas para alcanzar tierra firme.
Periódicos y cabeceras de cada telediario nos siguen hablando de “avalancha y efecto llamada” y es que la terminología, clave para alarmar a la sociedad de acogida, se convierte en la excusa perfecta para que racistas y xenófobos sigan aumentando su odio hacia el diferente.
“Nos quitarán el trabajo dicen, queremos las mismas ayudas para los nacionales reclaman, métanles en sus casas gritan, ensuciarán nuestros barrios se quejan, les darán la nacionalidad española proclaman”…y es que la ignorancia es muy osada y la información demasiado escasa.
Se nota que quienes afirman y viralizan a golpe de tweets tales aseveraciones desconocen el periplo no sólo vital y económico sino también burocrático al que se enfrenta cada migrante que llega a nuestras fronteras y procura establecer aquí su residencia habitual: solicitudes de asilo para aquellos que ven peligrar su vida e integridad física en los países de origen, permisos de residencia que no llegan hasta demostrar tres años en España, renovaciones atascadas por falta de cotización, familias enteras abocadas a la irregularidad administrativa o adquisiciones de nacionalidad tras diez años de residencia continuada, legal y previa en el territorio son solo algunos de los ejemplos más sangrantes.
En los últimos días ha vuelto a los corrillos, pasillos y sobremesas la eterna conversación sobre la suerte que tienen los niños que nacen en España de padres extranjeros, niños que nacen con un pan bajo el brazo porque se les da la nacionalidad a ellos y sus padres de manera automática…Una conversación que hace a mis tímpanos estallar, a mi corazón bombear cual potro desbocado y a mi garganta rasgarse de dolor de impotencia. Revivo de nuevo afirmaciones que los juristas especializados en materia migratoria llevaban durante años soportando y que en mi caso tuve que enfrentar por primera vez ante los micrófonos de una radio local cuyo lema “ESPEJO DE LO QUE SOMOS” los estudiantes de ciencias de la Información transformamos en un “ESPE JODE LO QUE SOMOS”.
El ansiado DNI
Aquella entrevista, la primera que me hicieron tras mi reciente colegiación como letrada, venía a colación de la reforma del Reglamento de extranjería que introducía la opción de regularizar la situación administrativa de los padres de menores con nacionalidad española. En el curso de la conversación la presentadora preguntaba entre con miedo y curiosidad si ahora al fin España lograría acaban con su maltrecha estadística de natalidad, pues las mujeres migrantes comenzaríamos a traer hijos al mundo cual conejas, para así dar papeles para todos. Sensibilidad, empatía y pedagogía eran ya por aquel entonces bienes en peligro de extinción en una sociedad donde los narcisistas suman seguidores creando cuentas de Instagram, los solitarios buscan likes en Facebook y los cobardes se esconden como trolls tras Twitter.
Desde los albores de la humanidad, o de España, en el caso que nos ocupa, la nacionalidad siempre se ha adquirido mediante el ius sanguinis (ley de sangre) y jamás por el ius solis (ley del suelo); lo cual viene a significar que los menores nacidos de padres extranjeros adquieren la nacionalidad de estos y no la nacionalidad del lugar donde nacen. Este dato que parece tan sencillo me ha traído numerosos dolores de cabeza y discusiones desde aquella clase de Derecho Internacional Público de la Carlos III, donde un supuesto de hecho sobre menor desamparado nacido en territorio ibérico rompía la regla y otorgaba la nacionalidad y tutela por parte del Estado.
Parece que el patriotismo español aflora cual mundial de fútbol cuando de otorgar la nacionaldad se trata, y los súbditos temen compartir sus pulseritas de la bandera con negros, moros y sudacas. Será por eso que las autoridades han complicado más los trámites para la adquisición de nacionalidad con exámenes que pretenden valorar el nivel de integración, pensando, quizás, que si conoces el nombre de los actores españoles oscarizados, la comida típica de Cataluña y los afluentes del Pisuerga no supones una amenaza.
Y mientras nos siguen poniendo trabas, y los expedientes de nacionalidad siguen atascados, nosotros -los otros-, seguimos afrontando carreras de fondo, media maratón y triatlón para dejar de ser titulares de un NIE y convertirnos en portadores de un ansiado DNI: una única letra que separa dos realidades paralelas.
Nessrin El Hachlaf Bensaid es abogada y periodista
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