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La federación Andalucía Acoge nace en 1991 para dar una respuesta más eficaz al fenómeno de la inmigración. La labor de nuestra federación tiene como principal objetivo fomentar una sociedad plural que favorezca la inclusión, la no discriminación, la cobertura de derechos y la equidad de oportunidades. Ante los muros tenemos que encargarnos de construir puentes de convivencia entre todas las culturas para que así podamos vivir en valores de diversidad e interculturalidad.

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Migraciones y cambio climático

Vista de la zona desértica de Tabernas (Almería).

Francisco Soler, abogado

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Los migrantes, una nación sin pueblo, no sólo tienen que huir de otros hombres para sobrevivir, con el colapso climático, también deben huir del planeta. Son los migrantes climáticos. Sienten en su cuerpo la inhospitalidad de la Tierra y además reciben en su rostro la escasa solidaridad y ausencia de fraternidad de sus nuevos vecinos. La patria, para aquellos a los que esta palabra todavía dice algo, sólo significa la imposibilidad de sobrevivir. Son nuda hominum. Hombres desnudos, despojados de todo estatuto jurídico, al no ser reconocidos por el derecho internacional como refugiados y no haber ningún régimen legal que los proteja. ¿Puede llegar a ser el colapso climático un instrumento biopolítico de control de flujos migratorios y dominación?

Sujetos políticos en su país, pero sin estatuto jurídico en su éxodo, los migrantes climáticos se han convertido en sujetos de segunda clase. No están pero son retenidos. El resultado de esta indefinición es la paradójica figura de los «expulsados retenidos». Meras existencias de frontera. Vidas desnudas ante el poder soberano de la Naturaleza y del Estado, a la que quedan reducidos los seres humanos sin derecho ni ciudadanía. En ellos la trilogía clásica estado-nación-territorio queda truncada. Pero desde su abandono y desprotección nos interrogan. Ponen en cuestión nuestro estatuto de ciudadanos de la Unión Europea, blancos y occidentales, titulares de derechos.

Europa es un punto neurálgico para las migraciones climáticas que llegan desde África y Oriente Próximo. Pero para muchas personas será imposible huir. Sólo quienes gozan de buena salud o posen más recursos podrán emprender el éxodo, el abandono de todo lo que son y de todo lo que tienen. Las poblaciones inmovilizadas entretanto habrán de padecer situaciones humanitarias más graves que quienes emigran. Muchos serán abandonados a su suerte en zonas semiabandonadas, inhóspitas, sin la protección del estado y en contextos angustiosos. Es necesario preguntarse, por ello, si cuando el colapso climático se haga más profundo, estas regiones pueden llegar a convertirse en «espacios de excepción» donde todo sea posible, a modo de modernos campos de concentración. Sin alambres de púas, barreras, rejas, sólo con barreras climáticas.

Pero las migraciones climáticas no son un patrimonio exclusivo de los países pobres. Habrá también desplazamientos climáticos masivos en el interior de los países ricos. Dentro de la propia Unión Europea. Y en el interior de los países que la integran: Almería y Murcia comenzarán a despoblarse a partir de 2040, debido a la sequía y al aumento de la temperatura. Y también los habrá de países ricos hacia países pobres: desde EE.UU. hacia México, como prevé el gobierno de este país.

¿Cuáles son entonces los derechos de los migrantes climáticos? ¿Quién será responsable del bienestar económico y de la nueva ubicación de las masas de desplazados en un planeta más caliente, que hoy hace huir a 25 millones de personas, que se espera se incrementen hasta los 250 millones en 2050 y que sean 1.200 millones en 2080, según la ONU y ACNUR? ¿Quién garantizará los derechos de quienes queden inmovilizados en sus lugares de origen?

Hasta ahora estas preguntas se han respondido desde el puro azar de haber nacido en uno u otro lugar: no hay distinción entre nacimiento, nación y ciudadanía. Los «derechos son atribuidos al hombre en cuanto soporte del ciudadano» de un estado-nación. El migrante climático –al igual que todo refugiado− rompe esa unidad. La inclusión diferenciada de nacionales y de migrantes −a los que se les reconocen derechos civiles y sociales pero no derechos políticos−, hoy es una concepción obsoleta de la ciudadanía. La dinámica planetaria de la crisis climática no conoce contextos de interacción enmarcados dentro de las fronteras y la exclusión de los migrantes –también climáticos− es incompatible con la igual relevancia moral de todos los seres humanos. Esta dinámica deja al desnudo la política migratoria de la UE: insolidaria y con un alto coste económico y moral, al desplazar a terceros países las masas de desplazados −y con ellos las consecuencias de la depredación de esos países y la emisión sin control de emisiones de CO2, realizadas durante más de 150 años por los países que la integran y el resto de países de industrialización temprana— para contener a los migrantes en las fronteras de esos países, a cambio de elevadas cantidades de dinero −caso de Turquía o Marruecos−.

El colapso climático y los desplazamientos humanos masivos han colocado sobre la mesa la necesidad de una nueva concepción de la ciudadanía y el debate fronteras abiertas/fronteras cerradas. Constata este evento la necesidad de desplegar políticas de protección, no de seguridad.

Habrá que definir, por tanto, un nuevo marco conceptual que defina el estatuto de quienes huyen, de quienes quieren huir y no pueden y de quienes no huyen. G. Agamben nos muestra cual puede ser el camino: el abandono de los conceptos fundamentales que representan los sujetos de lo político −el hombre, el ciudadano y sus derechos, el pueblo soberano, el trabajador− y la reconstrucción de la arquitectura política desde la figura del refugiado: «el concepto guía ya no sería el ius del ciudadano, sino el refugium del individuo.» El refugiado aparece como una categoría ético-política que delimita las otras categorías clásicas que han servido para validar las estructuras e instituciones en que nos movemos. «En cuanto habitante externo de un orden que no le reconoce como ciudadano pleno, contiene la potencialidad ética y política para cuestionar ese orden.»

El colapso climático plantea la paradoja que el planeta es nuestro único refugio, al tiempo que más partes del mismo dejan de serlo cada día. Esto convierte a las ciudades, cada vez más, en espacios de refugio, no sólo para los que huyen, también para para quienes no huyen. Significa esto que todos debemos aprender a reconocer el refugiado que somos, aunque estemos inmóviles. Así está nuestro paraíso azul.

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