El curioso caso de Munigua, la minúscula urbe de la Bética con un templo gigante

Recreación con una imagen sobre el terreno de cómo sería el templo en la colina.

Antonio Morente

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A una decena de kilómetros de lo que hoy es el municipio sevillano de Villanueva del Río y Minas el visitante se topa con uno de los complejos arqueológicos romanos más desconocidos de toda Andalucía: Munigua, el Municipium Flavium Muniguense que los romanos levantaron en el siglo I de nuestra era en una zona en la que ya existió un enclave ibérico desde el IV antes de Cristo. La urbe se construyó con un diseño republicano ya anticuado y excepcional fuera de Italia pero, sobre todo, lo que más llama la atención es que para su minúsculo tamaño (unas 150 personas) contaba con una sorprendente dotación de edificios públicos. De ahí el interrogante: ¿qué hace ese pedazo de templo coronando la colina sobre la que se asienta esta pequeña ciudad?

Munigua, también conocida como Mulva, presenta otra singularidad, y es que de su excavación se encarga desde hace más de 60 años del Departamento de Madrid del Instituto Arqueológico Alemán. Y precisamente el que ha sido el director de estos trabajos durante un cuarto de siglo hasta su reciente jubilación, el arqueólogo Thomas Schattner, es el que ha traído de nuevo a primera línea el yacimiento con una reciente publicación con el sello de la Universidad de Sevilla, al que acompañan otros volúmenes que se están editando de la mano de la Consejería de Cultura sobre aspectos como las termas y el foro, la economía de Munigua y las edificaciones en la colina de la ciudad. Todas las obras, además, contienen recreaciones en 3D que ayudan a hacerse una idea de cómo era la pequeña urbe.

Schattner reconoce que sí, que llama la atención “tanta arquitectura religiosa, pública y oficial para solo 150 personas”, lo que interpreta en clave de que ese conjunto con foro, termas y varios templos era un punto de referencia para toda la comarca. “Hoy el 70% de la población vive en ciudades, pero en la antigüedad era al revés, había más gente en el campo”, de ahí que al hablar de Munigua haya que hacerlo también de su territorio. Eso sí, por las señales de actividad, las cifras tampoco es que sean para volverse locos, porque en los alrededores de la ciudad podrían vivir unas 850, lo que en conjunto nos da un total de mil personas.

La grandeza del santuario

“Las ciudades romanas en Hispania eran muy pequeñas comparadas con las de la Galia e Italia”, explica Schattner. Construida en un promontorio, a su juicio “lo excepcional de Munigua es la grandeza del santuario que hay arriba”, porque además se levanta en el 70 después de Cristo siguiendo un modelo de época republicana en cierto modo ya desfasado porque surgió –exclusivamente en la zona del Lacio– entre 170 y 180 años antes. Este tipo arquitectónico de santuarios sobre terrazas es antiguo, aunque se siguió practicando en la arquitectura romana durante siglos.

Esto implica que hubo una “línea directa” entre el Lacio y Munigua, “quien lo financió tuvo que haber conocido esta arquitectura” que, insiste, “es demasiado grande para las necesidades” del enclave. El edificio, que “encaja perfectamente en el paisaje”, es el único ejemplar con estas características, no solo en la Península Ibérica, sino también fuera de Italia.

La conexión entre estas dos zonas tan lejanas pudo ser económica y tener su base en la minería de hierro y cobre, ya que relacionado con el aceite (el gran producto que exportaba la Bética) se han encontrado dos prensas que ni mucho menos producían de manera industrial. Lo de la minería fue otra cosa, porque Munigua fue en la época “la mayor productora de metales de Sierra Morena. Ahí tuvieron que ganar dinero para los templos”, resume Schattner, que apunta que se han localizado depósitos con 20.000 toneladas de escorias. 

¿Cómo eran los techos de los edificios?

La obra ahora publicada se plantea como una guía para el visitante que, a la vez, es una puesta al día de todas las investigaciones arqueológicas desarrolladas en Munigua. Y a la hora de las recreaciones en 3D, el arqueólogo considera que, aunque “la arqueología no es una ciencia exacta”, se ha conseguido una reconstrucción bastante fiable. 

El reto, apunta, es saber cómo eran las plantas superiores de las construcciones. “Tenemos una idea clara de cómo eran los edificios, dónde estaban puertas y ventanas, cómo recibían la luz”, pero la dificultad de verdad está en los techos: su inclinación, su altura… “Eso nunca lo vamos a saber porque hay mucha incerteza, lo que deja margen para la interpretación”, y de ahí también que se haga más de una propuesta “teóricamente posible”.

Schattner incide en que al hacer recreaciones –de lo que se ha encargado el experto Heliodoro Ruipérez– “lo más difícil es saber la altura”. Ahí echa una mano Vitruvio con sus diez libros de arquitectura, que dan muchas pistas, aunque “nunca vamos a tener una certeza absoluta” y de hecho estas reconstrucciones vienen a ser una quimera de lo que los edificios pudieron ser en algún momento de su vida.

Un paisaje con tonos blanquecinos y rojos

¿Y cómo eran? Pues tenían un revoque blanquecino o crema como también se puede ver en Pompeya; “era más un color cáscara de huevo que el blanco andaluz”. Con sus franjas rojas y sus techos del mismo color, el conjunto debía contrastar bastante con el verde de un entorno que “era tal y como es hoy”, porque ya alimentaban sus hornos de pan con madera de alcornoque y encina, especies dominantes en el paisaje actual. Lo que más ha costado imaginar es cómo eran el foro (“lo más arrasado”) y las termas, mientras que el santuario de terrazas ha sido el más sencillo de reconstruir.

Pese a su minúsculo tamaño, lo cierto es que la memoria de Munigua ya se recuperó en el siglo XVI, cuando Ambrosio de Morales incluye la ciudad en su historia de España para Felipe II gracias a las aportaciones de Alonso Chacón, un dominico que estudió antiguas inscripciones sobre el terreno. “Fue de los sitios romanos que se reconocieron más tempranamente en Andalucía”, lo que no evitó que la pequeña urbe quedara sepultada por la falta de interés en siglos posteriores. Y así siguió la cosa hasta que el Instituto Arqueológico Alemán en Madrid pidió los primeros permisos de excavación, a mediados de los años cincuenta del pasado siglo.

De la antigua Munigua ibérica, conocida desde el siglo IV antes de Cristo, no se conoce ni un solo edificio. Aquí ubicará Roma más tarde una de las más de 400 ciudades que fundó en Hispania, una de las más pequeñas pero a la vez de las más curiosas por sus singularidades… y con un pedazo de templo en lo alto de la colina.

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