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'Esclavos de Franco': viñetas para recordar a los presos de los campos de concentración de la dictadura

Chesús Calvo, con su cómic 'Esclavos de Franco'.

Óscar Senar Canalís

Zaragoza —

“En el día de hoy, cautivo y desarmado...”. Esa es la señal para que Julián, un soldado republicano, se lance a la huida y trate de cruzar el Pirineo aragonés hacia Francia. No llegará muy lejos: es apresado y conducido a un campo de prisioneros franquista, donde permanece cautivo bajo el sistema del denominado Patronato para la redención de penas. ¿Su delito? Haber sido combatiente por la legalidad republicana y ser “hijo de republicano”. Así arranca 'Esclavos de Franco' (GP Ediciones), un cómic con el que el dibujante Chesús Calvo se ha propuesto “mostrar una parte de nuestra historia que mucha gente aún desconoce”.

En su seminal trabajo 'Cautivos', el historiador zaragozano Javier Rodrigo escribe que bajo el epígrafe de “campos de concentración” franquistas se establecieron “las más variadas formas de reclusión temporal, ilegal y arbitraria”, en un modelo indefinido que fue variando conforme avanzó la guerra y luego la posguerra. Con todo, en sus distintas formas tuvieron en común “una misma función social: la de humillar, encuadrar, clasificar, represaliar la disidencia”.

Con ese fin, ya desde 1937, los soldados republicanos que no fueron directamente ejecutados sumariamente ni reincorporados, tras comprobar su idoneidad ideológica, al bando sublevado, aquellos que se quedaron en una “zona intermedia”, empezaron a ser destinados a realizar trabajos forzosos para pagar su -a ojos del nuevo régimen- culpa.

“Vi un reportaje en televisión sobre el tema y me impresionó cómo el Franquismo usó a presos para construir carreteras, pantanos... y también el Valle de los Caídos, ahora tan de actualidad”, cuenta Chesús Calvo. Con esto en mente, y tras documentarse, trazó una historia en la que imagina a un soldado cualquiera “como vehículo para contar la historia”. Del mismo modo, opta por no situar la acción en ningún campo de prisioneros concreto, si bien “la principal referencia fue el de Miranda de Ebro”.

El frío, el hambre, el adoctrinamiento, el miedo constante, la enfermedad, las penurias del trabajo... 'Esclavos de Franco' muestra las penalidades por las que pasaron los cautivos del régimen. Sin embargo, lejos de pretender ceñirse a los detalles históricos, Chesús Calvo explica que su afán con 'Esclavos de Franco' ha sido “remarcar cómo la guerra abocó a personas normales, no héroes, a vestirse de uniforme, empuñar un fusil y matar a desconocidos”. “Nunca olvidamos nuestro primer muerto... Es imposible. El problema es cuando te acostumbras a disparar... y a matar”, le confiesa un compañero de barracón al protagonista.

“Pacto de silencio”

Quique Gómez, de la Asociación de Recuperación de la Memoria Histórica de Aragón, firma el prólogo de la obra. Al otro lado del teléfono, recuerda que “los campos de trabajo vinieron tras los campos de concentración; tras eliminar a los elementos que consideraban 'peligrosos', empiezan a pensar con un criterio economicista: había que reconstruir el país que habían dejado destrozado, y quién mejor que los 'rojos'”.

Para Gómez, una de las explicaciones al “pacto de silencio de la Transición”, que también rodeó a estos pelotones de trabajo forzoso, fue que “muchas empresas, con nombres y apellidos, se beneficiaron de esa mano de obra en la construcción de infraestructuras, en un modelo que se prolongó más allá del fin de la II Guerra Mundial; si eso se hubiera revisado hubiera llevado a reclamaciones de gran importancia”. “No se puede olvidar esto, porque formó también parte de la represión económica”, apunta.

Medio millón de vencidos

Cerca de medio millón de vencidos pasaron por un centenar largo de campos de concentración, según los datos que reunió Javier Rodrigo en 'Cautivos' -un libro al que luego han seguido otros, como 'Los campos de concentración de Franco', del periodista Carlos Hernández-. Rodrigo explica en esta obra que “sólo el cierre de Miranda de Ebro [en 1947] puso fin al modelo franquista de campos”, pero también señala que “eso no significó ni el fin de los trabajos forzosos en España, ni tan siquiera el fin de recintos y campos que bien podemos denominar de trabajo, como los habilitados por Regiones Devastadas, Colonias Penitenciarias y Destacamentos Penales”.

Un ejemplo de esto último es la construcción del pueblo nuevo de Belchite, de la que se encargaron los trabajadores concentrados en los barracones de 'Rusia', así llamados porque allí vivían 'rojos'.

Rodrigo, en las conclusiones de 'Cautivos', apunta que “las consecuencias de la larga duracion del sistema concentracionario franquista fueron la interiorización de sus valores por parte de los internos. No tanto de los explícitos, como la reeducación política y moral, sino sobre todo de los implícitos. El miedo, el silencio, la delación. Valores sobre los que se sustentó la dictadura militar de Franco durante cuarenta años de exclusión y olvido”.

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