Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
Feijóo se alinea con la ultra Meloni y su discurso de la inmigración como problema
Israel anuncia una “nueva fase” de la guerra en Líbano y crece el temor a una escalada
Opinión - Junts, el bolsillo y la patria. Por Neus Tomàs

Antonio Serrado Sopena: el barbero que acabó en el frente al que nunca le quitaron las ganas de bailar

Antonio Serrado, soldado del bando republicano

Candela Canales

1

A Antonio Serrado Sopena el inicio de la Guerra Civil le sorprendió en Fraga, donde era aprendiz de barbero. El 18 de julio de 1936 tenía 18 años, era sábado y trabajó durante todo el día en la barbería como un día normal, hasta que llegó la noche y escuchó en la radio la voz de Queipo de Llano dando información sobre la insurrección de Melilla, seguido de un mensaje del Gobierno de la República en el que se informaba de que “unos militares traidores a España se habían sublevado”. 

Sin embargo, la vida en Fraga no se alteró hasta el lunes, cuando “la gente iba por la calle con escopetas, fusiles, hoces y toda clase de armas improvisadas y podían hacer daño a cualquiera que les llevara la contraria”, relata Antonio en sus memorias. 

A partir de ese día, la vida de Antonio, como la del resto de españoles, cambió radicalmente. Al tiempo, decidió ir al frente, ya que su preocupación por su padre “fue casi obsesiva, había visto a gente fusilada porque no tenía más delito que ser católica y practicante. En mi casa éramos gente corriente. Íbamos a misa los domingos y fiestas de guardar, y mi padre además cantaba bajo el coro parroquial”. 

Así pues, llegó a la Columna Durruti y recorrió varios pueblos de la zona de los Monegros. Según cuenta Toni Gasa Serrano, su nieto y el encargado de editar las memorias en 'El soldado que quería bailar. Memorias de la Guerra Civil Española en el Frente de Aragón 1936-1939', su abuelo no estaba comprometido políticamente: “Sus preocupaciones eran otras y, aunque va al frente como voluntario, en realidad yo creo que no sabía a que estaba yendo. El golpe de estado le coge en Fraga y eso queda dentro del bando republicado y él acaba en este frente como podría haber acabado en el otro”. 

De hecho, Antonio terminó la Guerra Civil en el bando nacional, al encontrarse en Monzón oculto por su familia y con las tropas nacionales en la zona. Su nieto explica que, “a medida que pasa el tiempo, es interesante ver como va evolucionando la guerra, Antonio primero llega a un ejercito completamente desorganizado, son voluntarios, luego hay un intento de profesionalizar y mi abuelo acaba siendo consciente de que su situación es muy crítica y decide cambiarse de bando, porque ve que estando donde está o acaban matándolo o a saber lo que es de él”. Al cambiarse de bando, se da cuenta de que no estaban en igualdad de condiciones y que el lado nacional contaba con “otra infraestructura, recursos, disciplina… pone de relevancia lo que la historia ha explicado ya, que el bando nacional estaba mucho mejor armado y recibió ayuda. Desde el punto de vista de un soldado que lo único que tiene que hacer es obedecer se da cuenta de que es diferente. Cuando acaba la guerra acaba siendo un señor de derechas”, expone Gasa. 

Tal y como cuenta en el libro, cuando un oficial le preguntó porqué había cambiado de bando la respuesta de Antonio fue: “Yo no sabía nada de política, que fui voluntario al frente, que me hicieron sargento, y que me limité a cumplir lo que me mandaban, lo mismo que pensaba hacer en esta zona”. Al inicio de las memorias, Antonio expone que “tanto en Monzón, donde viví durante mi infancia, como en Fraga, donde me cogió el estallido de la guerra, tal vez se hubieran contado con los dedos de una mano los que preconizaban o sentían ideas revolucionarias, y mucho menos la juventud que, como yo, solamente se dedicaba a trabajar y a esperar los días festivos para ir a bailar”. 

El baile fue una constante a lo largo de su vida, incluso en el periodo de guerra, ya que conseguía organizar bailes en los pueblos donde montaban el cuartel general, “se hacía amigo del señor que regentaba el bar, le pedía prestado el tocadiscos y montaba una sala de baile para que fueran las mozas del pueblo. Aun estando en mitad de una guerra no perdía ese amor por el baile, eran chavales de 18 y 20 años y al final las ganas de vivir siempre se imponen”, cuenta su nieto, que también recuerda que cuando estuvo ingresado en un balneario cerca de Barcelona recuperándose de una herida de guerra, su abuelo cogía un tren hasta Barcelona para ir a bailar. 

Esta son algunas de las anécdotas que más llamaron la atención de Toni Gasa al leer las memorias de su abuelo y que da título al libro ‘El soldado que quería bailar’. Gasa también recuerda lo que contaba Antonio Serrado que vivían en las trincheras republicanas en Los Monegros, que estaban a muy poco distancia de la trinchera nacional y donde establecieron una relación entre ambos bandos. 

“Una noche, los del otro lado estaban más alegres que de costumbre. Se escuchó el rasgar de una guitarra y enseguida identificamos los acordes de una jota, por lo que dedujimos que serían casi todos aragoneses”. Al final, Antonio acabó cantando una jota y los del otro lado tocando la guitarra y esto derivó en conversaciones nocturnas: “Hablábamos un rato, de trinchera a trinchera. Yo no decía la verdad, y creo que él hacía lo mismo. O tal vez no. El caso es que pasábamos un buen rato intercambiando impresiones y la guardia se nos hacía más corta”. 

Esta relación llegó hasta el punto de intercambiar tabaco, puesto que en el bando republicado tenían papel y en el nacional tabaco: “deciden quedar y hacen el intercambio, se fuman un cigarro, se dan la mano y se vuelven a la trinchera. Se me ponen los pelos de punta al imaginarlo, esos chavales que están ahí no saben ni lo que están haciendo. Me conmueve mucho a la hora de entender mucho más a esta generación que tuvieron que reconstruir el país tras una guerra y lo hicieron lo mejor que pudieron, no vivieron una vida fácil y para mi este libro es un pequeño homenaje a todos ellos”, expone Gasa. 

Proceso del libro

Toni Gasa recordó la historia de su abuelo en el confinamiento. Se acordó de su adolescencia, cuando su abuelo escribía sus memorias, las buscó y contrastó los hechos para hacer pública su historia. “He tenido que editar, ordenando por capítulos, pero mi abuelo era un gran contador de historia, tenía una facilidad de palabra y la manera como está escrito es su estilo de contar cosas. El libro reflejaba su manera de contar, había ratos que leyéndolo me parecía estar escuchando a mi abuelo y eso quise respetarlo al máximo, sobre todo con el uso de algunas palabras aragonesas y me pareció interesante mantener su estilo”. Así se hizo en este libro editado por la Editorial Comuniter de Zaragoza.

El valor diferencial de la historia de Antonio Serrado es “que es la historia de alguien normal, la historia de mi abuelo él no tiene una historia épica, es un testimonio como hubo muchos de chavales que se vieron en mitad de una guerra, que no estaban comprometidos y una vez que acaba la guerra tienen que seguir con la vida. Eso marcaba algo diferencial”, comenta Gasa. 

Explica también que uno de sus miedos antes de leer el manuscrito era el “sesgo ideológico”, pero se sorprendió al ver que simplemente “cuenta su historia, lo que él vivió y lo que pensaba. La conclusión de las memorias es que las guerras son un desastre. Su objetivo a la hora de dar testimonio no fue tanto para alabar a unos y criticar a otros sino para decir que la guerra entre hermanos es una barbaridad, eso fue lo que más me conmovió”. 

Este manuscrito lo escribió con 70 años, muchos años después de terminar la guerra. “Hizo este ejercicio de rendir cuentas con su pasado y fue cuando decidió escribirlo, me parece muy bonito que después de haber vivido una vida larga e intensa escribas unas memorias con el objetivo de decir que la guerra está mal”. Al inicio del libro, hay una nota de Antonio, firmada en 1992, en la que expone que “lo que he escrito no tiene otra pretensión que dar fe de lo que viví y lo que vieron mis ojos, sin agregar una coma, entre los años 1936 y 1939, desde que empezó la guerra hasta que terminó”. 

Etiquetas
stats