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Joaquín Hueso, el carcelero al que los presos salvaron la vida al inicio de la Guerra Civil

Joaquín Hueso Argente, en su chaqueta se aprecia una de las condecoraciones que recibió en la Guerra de Filipinas

Candela Canales

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Joaquín Hueso Argente nació en Montalbán, Teruel, una localidad que lo vio irse a la Guerra de Filipinas y volver destrozado de la experiencia. Los mismos vecinos lo vieron convertirse en “el carcelero”, un apelativo cariñoso que le pusieron cuando se sacó las oposiciones de funcionario de prisiones. 

Antes de ser carcelero, Joaquín había sido prisionero en Filipinas, una guerra a la que tuvo que ir por ser de familia humilde, “en aquella época la gente rica se podía librar del servicio militar y de la guerra a cambio de pagar una cantidad de dinero que los pobres no ganaban en todo el año. Mi abuelo era un hombre de familia humilde y le tocó ir a Filipinas”, cuenta Javier Benito, autor del libro ‘El carcelero’ en el que relata la vida de su abuelo Joaquín. 

En Filipinas Joaquín fue capturado y encarcelado, hasta que le condenaron a muerte echándolo a los cerdos para que se lo comieran vivo. Consiguió escapar con otros compañeros y regresó a España casi al mismo tiempo que los últimos de Filipinas, “pasando unas fiebres tropicales que estuvieron a punto de quitarle la vida, llegó a su pueblo y no lo conocía ni su padre de lo demacrado que estaba”, explica Benito. 

Ya en su pueblo y recuperado, aprobó las oposiciones a funcionario de prisiones, trabajo que ejerció durante la Restauración, la dictadura de Primo de Rivera, la Segunda República, la Guerra Civil y los primeros años del Franquismo. En este libro, Benito pretende hacer un repaso por la historia de España y se prolonga hasta la transición, muchos años después de la muerte de su abuelo, la idea es conectar “el pasado con el presente y te das cuenta de la cantidad de cosas que siguen presentes y se siguen produciendo. Al final lo que lleva esto es a una reflexión sobre el sinsentido de la violencia, una advertencia de que algunas cosas no se deberían repetir jamás, los momentos de la guerra, y yo creo que también es una apología de lo que yo creo que caracterizó a mi abuelo que es la bondad y el respeto hacía los demás”. 

Esta bondad fue, según Benito, la clave para que incluso los propios presos salvaran la vida de Joaquín. Cuando trabajaba en Caspe se produjo el levantamiento contra la Segunda República, en esta localidad había un oficial de la Guardia Civil que se sumó a la sublevación y encarceló a los líderes sindicales. 

Con la llegada de las columnas procedentes de la costa mediterránea, que recuperaron gran parte del territorio “hasta que se estabilizó el frente que partió Aragón en dos”, exigieron a Joaquín que liberara a los presos encarcelados por el oficial de la Guardia Civil. “Mi abuelo, que en tiempos había tenido una complicación por una evasión de presos en su ciudad natal, dijo que nos lo podría liberar y que ahí tenía las llaves”, y ante eso le encañonaron y le llevaron al paredón para fusilarlo. Fueron los propios presos los que lo impidieron, “dieron la cara por él y le salvaron la vida”.

A nivel personal, fue en una cárcel donde Joaquín se enamoró por segunda vez. La primera mujer de Joaquín falleció prematuramente tras tener una hija. Varios años después, “mi abuelo se volvió a casar en segundas nupcias con una mujer que era 26 años más joven que él, que tenía la edad de su hija entonces, 26 años”. La conoció cuando ella estaba presa, condenada a dos años de cárcel por un delito de aborto. Al cumplir su pena, se casaron y tuvieron siete hijos, entre ellos la madre del autor del libro. “Este es uno de los detalles que conecta el pasado con el presente, porque el delito de aborto no se suprimió hasta bien avanzada la democracia, en 1985”. 

La idea de este libro lleva fraguando durante muchos años y se aposenta en los testimonios de la madre de Javier Benito, quien cuenta la historia, e hija de Joaquín, el protagonista. También en los del resto de sus tíos, aunque “lo fundamental” ha sido el expediente que tenía su abuelo como funcionario de prisiones, además de la documentación sobre las prisiones en las que había estado. 

“Al final ví que tenía el material suficiente para componer la historia, como mi interés era explicar lo más fielmente posible la historia de mi abuelo he tenido que escribir el material en diferentes estilos”, explica Benito. De esta manera, hay episodios que ha tenido que recrear y que podría catalogarse como novela histórica, hay otros que son puramente documentales y otros que tienen un componente analítico que podría calificarse como un ensayo. Para el autor, si hubiera que catalogarlo sería una crónica periodística. Benito explica que ha sido un proceso “muy trabajoso” y “satisfactorio” y que está recibiendo comentarios “muy positivos”.

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