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La represión “de género” a las mujeres en la Guerra Civil y el Franquismo

María Bienzobas Lahoz (izquierda) junto a su hermano Manuel y su hermana Carmen en Rivesaltes (Francia)

Candela Canales

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Mujeres afiliadas a un partido político o un sindicato, mujeres cuyos maridos o hijos lo estaban o mujeres que destacaban o no acataban las normas del momento. La represión a las mujeres durante la Guerra Civil y el Franquismo no se limitó solo a las primeras, fue mucho más allá y Zuera es un ejemplo de ello. Noelia Mostajo ha investigado la represión que sufrieron las ciudadanas de esta localidad zaragozana durante este periodo y asegura que fue “indiscriminada” y “completamente marcada por el género”. 

En ‘Tenían una cosa dentro que no pudieron sacar. Zuera. Mujeres víctimas del franquismo’ Mostajo repasa 271 historias de mujeres de Zuera, “no están todas seguramente, es una cifra abierta, es un archivo vivo con historias muy diferentes”, comenta la autora. Exiliadas, menores que cruzaron a Francia sin sus padres y sin conocer el idioma, “mujeres que tuvieron que pasar por diferentes cárceles y pasar toda su adolescencia porque se les había ligado a alguien politizado o mujeres que fueron fusiladas porque sus maridos o sus hijos estaban en algún partido político o algún sindicato y era la manera de hacerles sufrir, a través de ellas”. 

Este libro nace gracias a la Asociación de Mujeres Progresistas de Zuera, que cada año lleva a cabo un premio para financiar investigaciones relacionadas con mujeres de la localidad. Noelia Mostajo es historiadora y está interesada en la historia contemporánea, por eso decidió iniciar su investigación sobre las mujeres de Zuera en la Guerra Civil y el Franquismo, aunque “no sabía lo que me iba a encontrar, mi sorpresa fue total cuando encontré un montón de historias diferentes de mujeres que habían pasado por cárceles, que habían sido asesinadas, que habían partido al exilio, esto apoyándome en fuentes orales y escritas y en documentación de archivos”, explica. 

Represión por género

“Cada persona es un mundo y cada una tiene algo que te asombra. La clave es intentar romper con la idea de represión solo política, hay una variedad de mujeres, contextos y realidades que te hace abrir los ojos y te hace ver que esto fue más allá de lo político”, comenta Mostajo. 

La represión comenzó con la persecución jurídico-económica, que fue confirmada en febrero de 1939 cuando se promulgó la Ley de Responsabilidades Políticas. “Con esta ley se buscaba aprobar los hurtos y embargos hacia toda persona susceptible de haber apoyado la república, haber pertenecido a determinados partidos políticos o por no haber apoyado al golpe de estado”, expone Mostajo en el libro. 

Por supuesto, las mujeres de Zuera también sufrieron violencia física. Además de los asesinatos, sacas y paseos, hubo un espectro muy amplio de represión que vivieron. “ A más de 26 mujeres se les rapó el pelo de forma jocosa y a la mayoría tras esto se les obligó a desfilar o escobar cantando el Cara al Sol mientras numerosos vecinos y vecinas las denigraban y escupían. En ocasiones, antes del desfile les obligaban a ingerir aceite de ricino con el objetivo de que estas defecaran accidentalmente durante el escarnio público”, se relata en el libro. 

Además, muchas fueron enviadas a diferentes cárceles, los traslados se hacían en camiones de ganado, con largas esperas y sin bebida ni comida. La cárcel también era sinónimo de hacinamiento en las celdas, frío extremo o calor asfixiante, pésimas condiciones alimenticias e higiénicas o falta de atención médica y torturas. Un ejemplo de este hacinamiento se dio en la cárcel de Predicadores, en Zaragoza, con capacidad para 140 personas y llegó a albergar más de 650 mujeres. Mercedes Bolea fue una de ellas, esta joven “fue sentenciada por su extremismo al estar afiliada a las Juventudes Libertarias, por su participación activa, por ser propagandista de las ideas izquierdistas y porque tomó parte de los levantamientos que se produjeron en Zuera el 22 de julio de 1936 con tan solo 17 años”. 

Bolea pasó por varias cárceles de diferentes provincias, desde el País Vasco a Castilla La Mancha. Finalmente, el 29 de abril de 1946 fue liberada, recibió el estatuto de refugiada bajo protección de las Naciones Unidas y logró exiliarse a Francia. 

Mostajo también resalta en su libro la gravedad de la represión emocional o psicológica: “Atender diariamente a familiares recluidos esperando no oír un ”ya no está aquí“, convivir forzosamente en sus hogares con soldados fascistas enviados por las autoridades sublevadas, vivir sin noticias de tus seres queridos, sin poder llorar, sin poder honrar. Fue una auténtica tortura psicológica ya que todas estas formas de represión estaban insertadas en las experiencias cotidianas”. 

Unas 1.300 personas de Zuera huyeron a la zona republicana. “Muchas mujeres se vieron obligadas a huir de la represión a otras zonas de la península, normalmente al Este de Aragón o a Cataluña o incluso al extranjero, donde los destinos más comunes eran Francia, México, Argentina, Uruguay o Argelia”. Carmen y María Bienzobas Lahoz fueron de las que cruzaron a Francia, donde estuvieron en el campo de refugiados de Rivesaltes. Huyeron de España porque su padre era socialista. 

Como en todo conflicto, la violencia sexual es un arma de guerra. “Los abusos sexuales hacia mujeres se produjeron normalmente en primera línea y tras esto las víctimas solían ser fusiladas. Sin embargo, estos crímenes también se producían en las cárceles, en zonas públicas o incluso en sus propias casas. Las mujeres que eran agredidas sexualmente y no ejecutadas debían cargar con este dolor solas para evitar humillaciones o nuevas repercusiones, como ser acusadas de prostituirse”, explica Mostajo en el libro. 

Clementina Pala Labasa sufrió este tipo de violencia antes de ser fusilada. Tenía 22 años y había nacido en Buenos Aires cuando su familia zufariense estaba probando suerte en Argentina. “Debido a su carácter activo, comprometido y progresista se afilió a las Juventudes Socialistas, llegando a ser secretaria. Del mismo modo, perteneció a la Sociedad Artística Zufaria”. Al comenzar la guerra, su pareja trató de que escapase con él, pero no fue posible. 

A los 23 años fue fusilada, “víctima de una represalia por la muerte en el frente de dos miembros de Zuera de Acción Ciudadana y Falange Española. Fue sacada de su casa, ejecutada y vejada sexualmente en Valdespartera el 17 de agosto de 1936. Ese mismo día y en el mismo grupo fue fusilado su padre, que había sido concejal y teniente de alcalde del Partido Socialista”. 

No fue la única vecina de Zuera asesinada durante el conflicto. Según los datos actuales, 22 mujeres fueron fusiladas. A día de hoy, se desconoce dónde están los restos de muchas de estas mujeres. “En Zuera se hicieron varias fosas comunes en el cementerio durante la Guerra Civil, a las que se arrojaron los restos de muchos vecinos y vecinas asesinados en el pueblo, aunque otros muchos murieron en diferentes lugares y sus cuerpos se abandonaron. En los años 50, la fosa común de Zuera fue abierta y parece que los restos fueron trasladados al Valle de los Caídos. Hoy en día en el cementerio de Zuera existe un memorial en el que se recoge el listado de ciudadanos represaliados”. 

La memoria histórica de la tercera generación

En este proceso de investigación han tenido mucho peso los nietos y nietas de las mujeres, que son los que conservan las historias familiares y han podido corroborar los datos que les han contado sus padres y madres. “La tercera generación tiene ganas de contar y hablar en un momento en el que se puede hacer con libertad, lo que no pudieron hacer sus padres y sus abuelos”. 

Resalta la importancia del libro ‘Rueda rueda Palomera’, escrito por Raúl Mateo Otal y Luis Antonio Palacio Pilaces, que relata los años de la Guerra Civil en Zuera en genérico, “ahí empiezas a ver que fue un pueblo que sufrió completamente la guerra civil de forma brutal y allí empiezas a ver historias, familiares que estaban dando sus testimonios y hablan de mujeres, pero dando pinceladas”. Había también memorias escritas, pero todas ellas de hombres, no “había ninguna mujer que haya dejado por escrito en primera persona lo que vivió”. 

Estas pequeñas pinceladas de información, sumado a la que hay en los libros y en los archivos para contrastarlas son la base de este libro de investigación que recoge las historias de 271 mujeres. 

El libro está compuesto de una introducción y, posteriormente, la información que dispone la autora de cada una de las mujeres. “No son biografías, es un intento de contar su historia ligada a los diferentes tipos de represiones”, explica. Resalta, además, la importancia de hacer llegar esta información de forma accesible, “no sirve de nada que en los contextos más científicos todo esto se sepa pero además de ello hay que intentar transmitirlo a las generaciones más jóvenes, que la gente lo sepa, explicarlo de forma real, sin ningún tipo de tintes y que llegue para que podamos aprender en un futuro”. 

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