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Utilizamos el término “clásico” para hablar de elementos, situaciones o creaciones que pueden remitir a una época o a una tradición y que son fácilmente descriptibles por unas características que se repiten. La verdad es que en Teruel somos muy de clásicos, muy tradicionales, parece que nos gusta repetir fórmulas una y otra vez. Y no tiene porqué ser algo negativo, pero en el momento que los clásicos se degradan y dejan de funcionar se convierten en tópicos y de ésos también tenemos unos cuantos.
Uno de los tópicos más recurrentes de nuestra vida política es “la cuestión tren”. En ésta vemos un dualismo interesantísimo, si bien plataformas como “Teruel Existe” ya sacaron a la palestra político-mediática el tema del abandono institucional de la provincia provocando un apoyo directo y casi sin fisuras de todos los partidos locales, los resultados de estas manifestaciones, apoyos de políticos de todos los colores y patrióticas soflamas son nulos en cuanto a lo que al tren se refiere. Cualquiera de las movilizaciones por el ferrocarril de los últimos años repetirá que la ciudad de Teruel fue la última capital de provincia en ver el ferrocarril, que tras el rechazo de que el AVE Madrid-Valencia pasará por aquí se prometió una compensación en forma de Corredor Cantábrico-Mediterráneo y que a día de hoy esta opción parece que se cae de la mesa también.
En consecuencia, y si ningún Gobierno lo remedia, basándonos en el cumplimiento del Plan de Racionalización de trenes de Media Distancia y en el PITVI (Plan de Infraestructuras, Transportes y Vivienda), también podría ser la primera provincia española en quedarse sin tren. Si bien Adif-Renfe deja claro que no tiene intención de suprimir el servicio, los empleados alertan de la falta de inversiones y los recortes rampantes de los últimos tres años que han producido la pérdida de seis relaciones semanales con Valencia y un descenso del 20% de viajeros. Es decir, ellos no lo van a quitar directamente, van a dejar que se muera solo.
Fomento lleva ocho años sin invertir en la línea ferroviaria Zaragoza-Teruel-Valencia y, según denunciaban los sindicatos la semana pasada, de 2013 a 2016 las señales que obligan a reducir la velocidad por mal estado de la vía han pasado de 9 a 18, es decir, en vez de reparar los tramos en mal estado ya existentes en 2013 se han producido nuevos en la línea. Un deterioro que llega a derrumbes de trincheras, descarrilamientos y taludes que se vienen abajo por la falta de mantenimiento de las vías, de mejoras ni hablamos.
La excusa para este abandono es la falta de rentabilidad de esta infraestructura, necesaria, por otra parte, para la comunicación interna y externa de la provincia. No hace falta tener un Máster de Economía en Harvard para ver que el tren en Teruel es un servicio deficitario que genera más pérdidas que beneficios económicos a la Administración. No voy a decir que el tren turolense es el negocio del siglo. Pero su funcionamiento no es una inversión económica, no tiene porqué aportar réditos millonarios a nadie, se trata de mantener unos servicios públicos básicos en la provincia de Teruel, no de buscar beneficios para ninguna junta de accionistas.
Aunque sí he de decir que hay una rentabilidad innegable relacionada con el tren: la de mantener este ciclo sin fin de promesas-protestas en defensa del ferrocarril que mezcla el tópico de las promesas con el clásico de las protestas para beneficio de políticos locales que se alzan en defensa de la patria chica todas las campañas electorales (como la última gran manifestación del pasado noviembre en el furor de la precampaña).
Es más que curioso ver a todos esos políticos defendiendo el tren en Teruel y el modelo fracasado que lo elimina a la vez. Un modelo que privatiza los servicios públicos entendiendo a éstos y a la inversión social como una reserva para negocios privados en vez de defender lo público y la verdadera vertebración del territorio como un interés de la ciudadanía que quiere poder vivir en la provincia de Teruel sin retroceder al siglo XIX.
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