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LOMLOE: la renovada condena y muerte de Sócrates

Cuadro de Juan Casbas 'O cómo aprendemos'

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Si en el siglo IV a.C. el filósofo Sócrates fue condenado a muerte por la Ekklesía, la Asamblea ciudadana constituida por los hombres libres de Atenas, lo fue por su molesto espíritu crítico. Sócrates cuestionó todas las certidumbres de su pueblo y su cultura mediante el método, que el propio filósofo clásico inventó, conocido como mayéutica. La mayéutica puede traducirse como el arte de preguntar bajo la forma del diálogo. Mediante una serie de preguntas a su interlocutor, Sócrates lograba que éste último aceptase su ignorancia situándole con ello en el punto de partida del conocimiento. A este punto de partida hace alusión la famosa sentencia socrática que reza: “sólo sé que no sé nada”.

Aceptar que uno no sabe es, por un lado, darse cuenta de que conocer la realidad que nos circunda y en la que estamos inmersos es un reto mucho más complejo de lo que a veces suponemos, y por otro lado, es el camino que nos facilita alcanzar un saber certero, objetivo y verdadero. Este saber nos permite distanciarnos de la superstición, de los clichés culturales, de la sabiduría tradicional, de las creencias colectivas, de la voluntad de los dioses o de la influyente opinión pública. Ese arte de preguntar que se inauguró con el nacimiento de la filosofía es el elemento principal que mueve al espíritu crítico, espíritu que marcará toda la trayectoria intelectual y cultural de Occidente hasta nuestros días. 

Sorprendentemente, este logro le costó a Sócrates la muerte. Sin embargo, y a pesar de todo, el legado socrático venció y fue la Historia la encargada de avergonzar a esa Asamblea popular que ordenó su muerte. Sócrates es recordado como uno de los principales precursores del florecimiento de la ciencia, del pensamiento racional y de la reflexión ética. 

Su actitud nos legó la importancia del ejercicio de la crítica para el conocimiento humano. Sin embargo, es importante señalar que esta crítica que el ateniense propuso no se dirigía exclusivamente a la construcción de un dominio científico-técnico, sino que más bien a lo que apuntaba Sócrates era a la posibilidad de un progreso moral, a la posibilidad de crear una ciudadanía crítica bajo el orden de la democracia. Una ciudadanía responsable de sus actos, comprometida, reflexiva y, como diría más tarde el filósofo Immanuel Kant, autónoma. Ese espíritu crítico que nos revela la filosofía es lo que permite crear una ciudadanía, volviendo a las palabras de Kant, mayor de edad, es decir, que piensa por sí misma sin la necesidad de guías y autoridades que domestiquen sus pensamientos, sus comportamientos y sus decisiones. Esto es justamente lo que paradójicamente la nueva ley de educación niega a nuestro alumnado, hecho que afectará en el futuro a toda la sociedad de la que formarán parte activa.

Si hemos puesto el calificativo de paradójica a esta nueva ley, lo hacemos porque su omisión de una materia como filosofía, ética o educación para la ciudadanía en la etapa de la ESO impide que se cumpla el primer objetivo que esta misma ley se propone alcanzar: fomentar la autonomía, el espíritu crítico y el aprendizaje en valores democráticos. 

Si quitamos del currículo de la ESO la filosofía y la reflexión ética todo el alumnado que no curse Bachillerato estará muy bien formado en matemáticas, historia, física o tecnología, pero se le habrá negado la posibilidad de aprender a cuestionar la realidad, de comprender los valores que constituyen una democracia, de pensar por sí mismos, de entender que “el fin no justifica los medios” o las dificultades que nos presentan los dilemas morales a los que nos enfrentamos a diario. 

Una vez más vemos cómo la educación apuesta por la ciencia, pero deja fuera a las Humanidades. Ahora bien, ¿podemos permitirnos como sociedad que el humanismo quede al margen de la educación de nuestros futuros ciudadanos y ciudadanas? En un mundo en el que los algoritmos, los vertiginosos avances de la tecnología, la robótica, el armamento biológico, el cambio climático, la migración o la cada vez más marcada desigualdad social que marcan el orden del día, ¿podemos permitirnos mirar para otro lado y robarle a la educación una disciplina como la filosofía? 

No es posible la construcción de una ciudadanía democrática ni de un progreso social si únicamente nos centramos en el aprendizaje científico-técnico y damos la espalda a la ética. El progreso de un pueblo no puede ser únicamente científico, sino que a su vez debe ser moral y si no es así, el progreso social será fallido. Muestra de cómo las ciencias deben acompañarse de las humanidades y viceversa, o dicho de otro modo, que sin progreso moral el avance social no es posible, nos lo han mostrado, lamentablemente, los totalitarismos del siglo XX. 

La complementación de las ciencias y las humanidades es nuestro reto contemporáneo y para ello, es necesario que la educación empiece a afrontar este reto sin el cual la sociedad española no irá a ninguna parte. Quitar las materias de Educación para la ciudadanía o Ética del currículo de la ESO es no aceptar este reto contemporáneo y seguir creyendo que la crítica y el progreso van de la mano exclusivamente de las ciencias. Un tremendo error que en la actualidad goza de gran popularidad.

Si se aprueba esta nueva ley, nuestro alumnado sabrá mucho de muchas cosas, pero nada de ética ni de valores ciudadanos, aprendizajes que le acompañarán de forma permanente porque no se centran en formar trabajadores, sino personas críticas y reflexivas. La filosofía, y en concreto una asignatura como ética, nos humaniza.

Aún albergamos la esperanza de que este gobierno recapacite y cumpla con lo que ellos mismos propusieron. La filosofía, la ética y la educación en valores ciudadanos deben ser materias obligatorias en la etapa de la ESO. Así mismo, deseamos que el gobierno no caiga en el mismo error histórico en el que cayeron los gobiernos anteriores y queden con ello condenados a cargar con la misma vergüenza histórica con la que se recuerda a aquella Asamblea ciudadana que orquestó la condena y muerte de Sócrates.

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