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El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

Necesariamente al margen

Ángela Labordeta

Leo que fallece Gianroberto Casaleggio, un francotirador de la política italiana y el hombre que dijo haber creado el Movimiento 5 Estrellas para luchar contra los partidos tradicionales, a los que llamaba “casta”. A veces se comportaba como un filósofo, no en vano tuvo como maestros nombres de la altura de Berlinguer, otras como un visionario que quería devolver a los ciudadanos el derecho a serlo, si bien había quien lo acusaba de despiadado y vengativo, mientras él funcionaba al margen de las normas, como un outsider.

En el espejo de Casaleggio hay un rostro en la política española, Pablo Iglesias, que también se levantó contra los partidos tradicionales a los que llamaba “casta” y que también buscaba devolver a los ciudadanos el derecho a serlo en el sentido más amplio y justo de la palabra. Decía Umberto Eco que el exceso de información hace que todas las cosas pasen como el agua de la ducha, después se secan, y yo añadiría que hay un momento en que se retuercen de tal forma, que al final ya no sabemos si lo que era el inicio del relato y quizá del debate se ha quedado en ese lugar de las bambalinas que solo unos pocos y privilegiados pueden observar y manejar a su antojo.

Podemos nació despreciando a la “casta”, nos explicó que ni izquierdas ni derechas, nos habló de los grandes cambios y comprendió a la velocidad de la luz que el poder es la política enseñada y controlada a través de las redes, es la información que informa solo con la palabra exacta y a través de ella construye magia. Y sin hacer, lo habían hecho todo, porque manejaba esos dos conceptos a la perfección. Pero la cuadratura del círculo llegó tras las elecciones del 20 de diciembre y sobre todo a lo largo del proceso de negociaciones, que día a día se ha ido tiñendo de más y más casos de corrupción, de guantes lanzados, de palabras sin causa común, de espejos rotos y puñales en el aire. No sé si habrá pactos o alianzas y si se conseguirá la tan anhelada política del cambio, pero sí he visto cómo Pablo Iglesias renunciaba a un cargo que nunca tuvo: vicepresidente del Gobierno de España y en ese instante comprendí que había una nueva forma de hacer y estar en política y consistía en algo tan básico como ser abrumadoramente generoso con algo que no es tuyo ni te pertenece, pero que en la memoria colectiva de la sociedad tuvo durante días el nombre y el rostro de Pablo Iglesias: estar donde nunca se ha estado y dejar huella. Me pareció magnífico, maquiavélico.

No sé en qué acabará todo esto, pero hay algo que entre unos y otros nos han enseñado. El poder desgasta, por supuesto, pero no la política si comprendes que al final todo es olvido, porque lo que hoy dices no es lo que mañana escucharás y por supuesto lo que mañana escuches poco tendrá que ver con lo que ayer dijiste. Y mientras todo eso pasa el interés de la ciudadanía queda, necesariamente, al margen.

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